Un Tributo

Recuerdo una niñez similar a una película. No por lo excitante, sino porque pareciera que le pasó a otro.

Una gaseosa a la una de la tarde, después de la salir de la escuela. Un whisky a las siete de la mañana, frente a la escuela.

Una rateada. Fumar en un baño. Empujar escaleras abajo a un preceptor.

Calenturas llamadas, en aquellos días, amores y amores llamados “compadre” o “camarada”.

Y siempre rondando la misma palabra: hermano.

La sangre clama por la sangre, dicen por ahí. Por suerte, no hay venganzas que materializar: el tiempo y los arcanos vientos nos dispersaron incluso por otros continentes. A nosotros, porque siempre seré ellos y ellos (ustedes) siempre serán Lobo.

Y las damas, ¡las damas! Las chicas, las minitas, las putas. De putas tengo que entender, aunque nunca pagué con dinero. Siempre se llevaron un fragmento de mi alma. Y cada vez esos fragmentos fueron reemplazados por Espíritu Colectivo.

¿Y las santas? No son tales. Al menos no para mí, que siempre las vi como “un vago más”.

Y alguna fue nuestra novia, aunque sólo besara a uno. ¿Hermana? Sólo si me permite el honor. Si no, bueno, digamos que no me ofendo.

Ya me llevo la mayor enseñanza: no hay dos iguales. Si estuve con las peores, es por tarado, no porque no existan las buenas. Y eso reconforta. Porque hay quienes son dignas. Algún día diré “moriría por ella” y valdrá la pena. No todas serán arpías y brujas, ¿verdad, aparcero?

Recuerdo caminatas diurnas, vagando entre nubes de humo a través de la ciudad que nació por cesárea. ¿Para que nos vieran? No. Para vernos. Para ver aquello en lo que podríamos convertirnos algún día. Sabíamos (creíamos saber) lo que seríamos, lo que en parte ya éramos.

Y vi (tal vez no sólo yo) sombras de cómo podría terminar todo. Uno se terminó echando solo. No fue su intención, pero hizo el daño a consciencia. De algún modo se lo perdonó. Pero nada volvió a ser igual. Y por mí estuvo bien.

Otro vagó demasiado y terminó donde todos sabíamos que terminaría: en la ruta, como todos. Otro se asentó y forjó una vida. Y aunque no lo parezca, ambos hacen exactamente lo mismo con distintas actitudes. Otro es el mismo. El que queda está en China.

Algunas cosas fueron esperadas, se vieron venir. Algunas fueron anheladas. ¿Somos los mismos? Nah, somos EL mismo, un solo tipo dividido en unas cuantas partes.

¿Y yo? Terminé en una escuela nocturna y luego entre pseudos filósofos. Consumir unas sustancias ilegales me demostró que tengo relación sanguínea con los monstruos. Me deprimí un tiempo. Me enamoré un par de veces y en ambas ocasiones me partieron el corazón (sí, yo también tengo aunque no se notó). Y volví a estudiar, volví a hacer. De eso se trata.

Estoy en la ciudad natal, donde todo ocurrió, donde todo empezó.

Y fui a caminar en la noche. Me detuve en un plaza y contemplé un espacio vacío donde antes estuviera un banco, nuestro fiel y mudo confidente.

En la vereda del otro lado estaba (aún está) la parada del colectivo que usaba para volver a mi casa. Por eso siempre parábamos ahí. Todos nosotros.

Nunca supe bien por qué, pero lo bautizamos “el banco del poder”. ¿Será porque éramos unos críos?

Ellos no estaban, claro. Eso me trajo a la mente una frase de Dolina, y cito de memoria:

Quizás el mundo está repleto de viejos amigos que aún no conozco.

No sé si será cierto. Sólo sé que extraño a los de antes, a los de siempre.

Me fumé un cigarrillo sentado en el suelo y caminé lentamente no hacia un bar, no hacia una escuela, no hacia un pool, no hacia los pagos de nadie, sino hacia mi madriguera de ladrillo y concreto.

Busqué una foto para adornar este rincón de la red. Creo que nada define mejor un enorme trozo de mi mundo interior que ese banco ahí arriba.

Valen-Juani-Pablo-Ale

Y yo.

Estoy tranquilo, los arcanos vientos volverán a reunirnos.