ABORTO: "¡Viva la muerte!" gritan los defensores de la vida

>> lunes, 25 de octubre de 2010

“¡Viva la muerte!” fue el grito entonado por los fascistas en la universidad de Salamanca en 1936. Narró la anécdota, si la memoria no me traiciona, Miguel de Unamuno, quien falleció poco tiempo después, quizás de tristeza.

“¡Viva la muerte!” es la expresión que mejor resume la esencia del fascismo; es el motivo por el cual muchos se posicionan como antagonistas. No se confundan. Hollywood no tiene mucho que ver con esto.

Los que exclamaron “¡Viva la muerte!” fueron los mismos que afirmaron ser defensores de occidente, de la civilización y, como no, de la vida.

Hoy, en defensa de la vida, se oponen a la regulación del aborto por parte del Estado. Puede parecer obvio, puede parecer que están en lo correcto, pero la realidad nunca es simple.

Todas las mujeres condenadas a causa de un aborto tienen una característica en común: son pobres.

Las hijas de los adinerados no son denunciadas. Esos abortos, que también existen, nunca salen a la luz. Los pudientes pagan clínicas con tecnología de punta. Las intervenciones se realizan en condiciones sanitarias óptimas, con riesgos mínimos.

La mujer pobre debe abortar en el comedor de una vecina. Sin atención profesional, sin elementos esterilizados, con peligro de infección letal o desangramiento o ambas cosas. Y no hablemos de la carencia total de contención afectiva.

Ambos son procedimientos clandestinos y, al menos de momento, ilegales. No obstante, hay una diferencia evidente. ¿O acaso no sabemos todos cuales son los nosocomios de la ciudad en la que se practican estas operaciones?

La hija del señor juez no arruinará su figura ni su futuro. Asistirá a X clínica, saldrá, será doctora en leyes y vivirá una vida color rosa.

La hija de mi vecino abrirá las piernas para que alguien le introduzca una aguja de tejer por la vagina, contraerá una infección, dejará huérfanos a sus otros cinco hijos y tendrá una muerte roja sangre.

No obstante, hay algo que es común a toda mujer que alguna vez abortó, sin distinción de clases: ambas, pobres y ricas, sufren un trauma.

Y lo sufren, en buena medida pero no exclusivamente, a causa de los valores establecidos por la hegemonía. Históricamente este milico país ha sufrido los abusos de dos instituciones: la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas. Y conocemos bien a ambas, pero no está de más hacer un breve repaso por significativos hechos como la inquisición, las cruzadas, el genocidio de las culturas precolombinas, entre otros; no está de más hacer un breve repaso por significativos hechos como catorce dictadores, miles de desaparecidos, represión absoluta de la libertad de expresión, entre otros.

Por supuesto este no es el factor que desencadena el trauma, en países con mayor tradición democrática, como la ininterrumpida de USA, también la mujer debe lidiar con sus fantasmas. Pero apostaría a que el peso de la historia del sitio en que nació potencia la angustia y el dolor.

¿Pero es matar el aborto? Sí. Pero también lo es recoger una flor. Un ser humano está vivo. Y un virus también. La vida es, desde el punto de vista biológico, “un estado o carácter especial de la materia alcanzado por estructuras moleculares específicas, con capacidad para desarrollarse, mantenerse en un ambiente, reconocer y responder a estímulos y reproducirse permitiendo la continuidad”, según Wikipedia, la fuente más accesible pero no necesariamente la más próxima a la exactitud.

Me dirán que no es lo mismo arrancar una flor que abortar, y estoy de acuerdo. Pero yo conozco mis motivos, por eso pregunto los de ustedes: ¿por qué es diferente?

No acepto dubitativas respuestas de manuales religiosos. Quiero convicciones. O, al menos, que admitan que no tenemos que hablar de vida, sino de persona.

¿Cuando se es una persona? Quizás es una pregunta necesaria pero muy poco realizada. Aún cuando los juristas indiquen que JAMÁS se debe redefinir el término persona.

Miro mis uñas. Son parte de mí. Lo mismo mi pelo. Mi barba. Pero no son yo. Son puñados de células que, en general, se mantienen con fines estéticos.

¿Y un feto es una persona? Lamento informar que en el momento inmediato posterior a la concepción un feto no es más que un espermatozoide (una célula) fusionado con un óvulo (una célula), es decir, un cigoto. El cigoto humano no es distinto del cigoto de un hongo. No poseen emociones. Ni recuerdos. Ni tienen modo alguno de sufrir porque no tienen sentidos y, por ende, no son capaces de recibir estímulos de orden empírico.

El aborto anula la existencia de una persona en potencia, pero no acaba con una persona real, nunca más claro, no acaba con una persona de carne y hueso.

Y acá hay un dato interesante: la cantidad de personas permitidas por nuestro ADN supera con creces el número de personas que existen. Cada espermatozoide que no alcanzó un óvulo es una persona en potencia que jamás conoceremos. Guitarristas mejores que Blackmore. Poetas superiores a Blake. Científicos más brillantes que Darwin. O, sin más, buenas personas.

Dicho en otros términos: la naturaleza tiene un mecanismo donde juega la potencialidad de la existencia. Y esto, mis amigos, tiene el significado que ustedes quieran darle. Yo sólo les menciono un hecho.

Permítanme mencionar otro hecho. Hay fetos que se gestarán por completo y, aún así, no vivirán. Hay ocasiones en que, simplemente, el organismo no será capaz de sobrevivir fuera del útero, por diversos motivos. Esto, con la tecnología actual, puede saberse desde las primeras semanas de embarazo.

Una mujer en tal situación debe sufrir un trauma muy superior al del aborto. Debe gestar durante nueve meses un hijo que no vivirá. En la práctica lleva en sus entrañas un cadáver y nada más que un cadáver. Jamás hablará. Jamás la abrazará. Jamás lo sostendrá en sus brazos. Todo cuanto podrá hacer es enterrarlo.

En algunos países, aunque el aborto sea ilegal, en tales condiciones, excepcionales sin duda, se permite interrumpir la gestación. Reitero: en algunos países. No en todos. En Chile, por ejemplo, el sistema obliga a la mujer a continuar con la gestación.

Y en este punto me gustaría señalar algo que debiera tener en cuenta la mitad de ustedes antes de tomar posición: es fácil oponerse cuando se es hombre. Nosotros no lo experimentamos más que como testigos. No es nuestro el peligro de morir en el comedor de la vecina, no es nuestro el cuerpo donde debe gestarse el feto.

Me atrevo a decir que, en demasiadas oportunidades, demasiados de nosotros, juzgamos por el simple hecho de vivir insertos en una sociedad patriarcal que, aún hoy, privilegia al género masculino.

Son demasiados los factores que no tomamos en cuenta a la hora de hablar. Sí, hay preservativos gratuitos provistos por el estado, pero no educación para todos. Todos los que nacimos a partir de 1980 fuimos bombardeados por la televisión con el mensaje que nos indicaba que usáramos preservativos, pero eso no significa que estemos formados. Sólo estamos informados. Y con eso no alcanza.

¿Qué hay del sempiterno “de eso no se habla”, aún tan presente en muchos sitios, como por ejemplo las provincias feudales? Si una chica de trece años no puede preguntar a un adulto cómo cuidarse a la hora de disfrutar de su cuerpo, ¿cómo podemos pretender que exija a su compañero que utilice un profiláctico?

Esto se nota mucho más en los sectores humildes. En las villas, entre gallinas, en los chiqueros, los excluidos, los silenciados, los que desconocen la existencia de un mundo más allá de la mugre.

Saben que existen los métodos anticonceptivos pero, quizás, nunca se plantearon el utilizarlos. Porque el chico de 15 años que trabaja como jornalero se limitó, como mucho, a decirle a su noviecita de 12 “Tomá pastillas” y ella no tiene idea de cómo conseguirlas, o no comprende que el ingerirlas, para que sean efectivas, debe ser un hábito.

Y lo cierto es que al sistema nada le conviene más que una sociedad ignorante, porque así es más dócil y, por ende, más manipulable, funcional a sus fines; a los fines de las corporaciones, que están interesadas en vender miles de cosas que nadie en verdad necesita. Sí, amigos míos, el cartonero también tiene celular.

Y la Iglesia, esa que no dudó en masacrar culturas enteras, sólo se preocupa por los nacimientos. Defiende el parto, no al individuo. Defiende el bautismo, defiende su bolsillo, repleto gracias al trabajo de todos nosotros, ya que la mantiene el Estado. ¿Y luego me hablan de moral? Excluyan tal concepto de esta discusión, por favor.

Así nos quieren: pobres e ignorantes, meras ovejas guiadas por un siniestro pastor.

Y luego los hijos de los pobres nacen al desamparo. Al frío. Al hambre. A las calles. Vienen a soportar la exclusión económica, social y cultural. Y tienen que ser buenos pobres, conocedores de su lugar, allá, al fondo de la putísima jerarquía. El resultado es violento. Pero no importa, pedimos mano dura y, tras defender a ultranza la vida, reclamamos al gobierno la pena de muerte.

Porque al negarnos a una debida regulación del aborto, gratuita y en condiciones sanitarias dignas, este es el resultado. Una vez más, “¡Viva la muerte!”. La de la mujer en el comedor, la del crío en las calles, la del peatón en un asalto.

No han cambiado nada desde 1936.

Por un aborto legal, seguro y gratuito, para los que DE VERDAD defienden la vida.

Diego Nieto | Maldito Lobo

www.unamaldicion.com.ar

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Algunos...

>> domingo, 10 de octubre de 2010

Algunos, mientras más rebeldes se muestran, más sumisos son.

La palabra SHOW es una voz anglosajona. Significa, literalmente, MOSTRAR. O, para ser exacto: EXHIBIR.

Es bien sabido que la pintura en una galería se exhibe, visto que es una obra de arte y su objeto es permitir la contemplación de todo aquel que no sea su creador. Lo mismo ocurre en los escenarios, con la música en vivo. O al menos eso nos hacen creer.

Incluso los productos en las góndolas de los supermercados. Son formas de existir. No las únicas posibles. Podemos imaginarnos otras. De hecho, existieron otras. Ningún tractor se exhibió en Moscú en 1950.

¿Pero qué pasa cuando el producto es el ser humano? Pasa… el siglo XXI. Ahora no son sólo las putas en la esquina, o en las vidrieras si vive en Ámsterdam.
Hoy la prostitución es el deber ser, el paradigma esencial alrededor del cual se construye la sociedad. VENDETE es la consigna. Pero los cupos son limitados. Así que para validar este comercio lo imponemos a la comunidad como modelo de conducta.

Sí, LO, porque vos y yo también somos responsables, por acción o por omisión.
Fijate, desde la caja boba Juan Salvador Pelotudo muestra gatos pulposos a diestra y siniestra. Y de pronto la silicona es la vacuna contra el rechazo social.
Fijate, la televisión es un reciclaje continuo de una novelita barata repetida cada noche alrededor de un concursito de baile. ¿Miramos como bailan? No. Ustedes miran culos y tetas, no mientan. Sean inteligentes como el que suscribe: miren porno. Hay minas desnudas pero no sapucays involuntarios de algún animador potentado económicamente por nuestra imbecilidad criolla. Y no digan que no somos imbéciles.
Somos los que votamos al fascistoide Perón. Somos los que votamos al inútil De La Rúa. Somos los que rendimos homenaje a genocidas como Roca. Somos los que vitoreamos a dictadores como Videla. Somos unos pelotudos.

Y lo peor no es nada de lo antes mencionado. Lo peor es que esto es lo que consideramos transgresor. Como cuando creímos que Hanglin con su nudismo transgredía. No me sirve de nada que un periodista que se pasea en pelotas si defiende a la derecha. Es decir, si defiende a los sectores que cada día son más adinerados a costa de que otros sean cada día más pobres.

Si defiende a instituciones jurásicas como la Iglesia Católica, siempre enemiga del progreso social y amiga de los neo señores feudales y el oscurantismo. Si defiende la alienación del chiste fácil, las tetas, los argumentos de cuarta que, de tan mediocres, parecen haber sido escritos por Coelho, Corín Tellado y la autora de la saga Twilight, que no me importa lo suficiente como para recordar su nombre.
No me sirve de nada pasar del sexo tapado de los días de los dictadores, donde el 69 era subversivo, a coger sin tapujos como hoy, si todavía hablamos en voz baja de regular el aborto en un marco legal, seguro e higiénico, privilegiando la vida de la mujer por sobre la potencialidad que albergue cualquier puñado de células.
Es lo que tenemos que gritar desde los tejados. Estemos a favor o en contra, pero tenemos que gritarlo. Si cientos de miles en dos siglos sangraron para que tengamos el derecho, legítimo e inalienable, de hacerlo.

Pero… no. Mejor apoltronarse en el sofá, mejor permitir que un Juan Salvador Pelotudo nos cuente como es el mundo. Mejor, ¿no?
Los problemas son ajenos. Eso sí, me permito darles un único consejo.

El que quiera rebelarse, que se pare frente a una cámara con un traje de buzo.

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