Junto a mi Mar

>> miércoles, 22 de julio de 2009

Junto a mi Mar


En silencio te observo,
lejos, desde un mundo a medio crear.
Sos sustancia y verbo,
luz en un sendero de trémula oscuridad.

Dibujo tu rostro en la niebla,
imagino tus labios en las aguas,
tus ojos me llevan a una tierra
donde siempre es mañana.

Siento la caricia de los vientos
en mi lacerada piel.
Virtud de Calíope, trasciende los tiempos,
es Ahora y es Mujer.

Incapaz de escribir
un verso triste esta noche,
me entrego al carmesí,
a lo que no guarda reproches.

Descansa donde yace la pasión,
abandona tus defensas,
sumergete en la sin razón,
en la ausencia de tristeza.

Juega conmigo
a la búsqueda en el llano,
piedad del olvido,
infancia sin llantos,
éxtasis de Los Perdidos
guiño a Los Encontrados.

Porque hoy te sueño
en las costas de la percepción,
y siempre te recuerdo
en la tormenta de mi redención.

Y si cierran estas heridas
y en cicatriz renacen
es porque me cura tu sonrisa
que con la medianoche nace.

Danzan Las Nueve frente a mí,
en una se funden bajo la luna,
en fuego y en carmín
dan vida a mi musa.

Y a mi alrededor, la mar,
todo cuanto el mundo es,
reflejo de Sophia, de la verdad,
de la salvación, la vida, la fe.

Érebo retrocede al alba,
frustrado, lejos de un corazón,
y poseído por tu mirada
elevo la vista y busco el sol.

Entre las olas me siento completo,
en esta playa, en la gran inmensidad,
solo con vos, una canción y un soneto,
siempre y para siempre junto a mi Mar.

_____________________________________

A la persona más especial que conozco. La dedicatoria puede ser leída, simplemente, leyendo.

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Operación Pandemia

>> martes, 21 de julio de 2009

Gracias a Federico Podestá, les traigo esta interesante investigación.

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Los Silenciosos (1/7)

>> martes, 14 de julio de 2009

Los Silenciosos

1. Las cartas

Creative Commons License

Los Silenciosos by Diego Nieto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Argentina License.


Las dos mujeres entran a la casa con la vista clavada en el suelo. En la penumbra de una vida que se escurre de su Presente evitan mirarse. Se sientan a la mesa. La más joven prepara te. La otra llora en silencio. Beben sin hablar, sin mirarse. Los sonidos de un mundo vivo -demasiado vivo- se cuelan por las ventanas.

-Se fue muy pronto-murmura la chica, tras unos cuantos minutos.

-Lo sé, hija, lo sé...

-No entiendo como ocurrió.

-Nadie lo entiende. Tu padre era el hombre más sano del planeta. Ese infarto...

-Y las cartas, mamá...

-Las cartas...

-Creo... creo que cambié de opinión. Quiero leerlas.

Silencio, durante una eternidad minúscula, humana, fugaz, lacerante, absurda. Luego, la voz de los mudos señala la razón de los dementes.

-Eso no va a hacerte bien-sentencia la madre.

-Quiero hacerlo.

La mujer suspira ofuscada, con amargura y resignación.

-Vení-le dice y se pone de pie.

Caminan juntas hasta el despacho, el lugar donde aquel hombre falleciera dos días antes. La más joven tiene que morder su lengua para no llorar ante la vista de los conocidos muebles.

-No las toqué. Sólo las leí y volví a dejarlas donde estaban. No sé por qué no las quemé.

-Está bien, mamá. Necesito hacer esto.

-Te va a hacer mal...

-Tengo que hacerlo. Esperame abajo-responde la chica, forzando una sonrisa. La otra asiente y se retira con lentitud.

Ella comienza a leer la primera misiva.

Amor mío,

He hecho cosas que no debí hacer, pero no me arrepiento. Sé que estos son mis últimos minutos y quiero despedirme. No puedo ir a nuestro cuarto donde ahora dormís a darte un último beso. No quiero que veas mi rostro; quiero que me recuerdes como el hombre que te acompañó durante estos treinta años, no como... esto en lo que me han convertido.

Cada momento juntos fue el paraíso. Pero ahora debe terminar. La condena comienza para mí. Quiero que sepas que fuiste mi mundo, aunque no siempre lo demostré. Vos y nuestras hijas, a quienes amo como ningún otro ser humano podría amar jamás.

No se pregunten qué ocurre, no deben saberlo, por su propio bienestar. Sólo recuerden como viví, no se cuestionen mi muerte.

Dejo en sus recuerdos mi afecto y en estas líneas una petición, considerenla mi última voluntad: entreguen, a quien se presente a recogerlo, el otro sobre que dejo en mi escritorio el día 4 del mes próximo, al mediodía, en la fuente de la plaza Chevallier.

Siempre, las tres.


Aturdida, la joven se seca las lágrimas de los ojos y guarda la hoja en el sobre. Su hermana aún debe decidir si leerla o no.

Tras un largo momento de meditación toma la otra carta y comienza a leer.

Camarada

Escribo esta noche al borde de la vida, en los límites de la cordura. Sé que la culminación del libro en el que he estado trabajando ha desatado las potencias, sé que vienen por mí, sé que nada puedo hacer. Intuyo su proximidad. Puedo sentir en mis huesos el frío de su presencia. No sobreviviré. Sólo espero que sea rápido.

Las entidades han estado manifestándose con mayor ímpetu noche tras noche tras noche. Como una advertencia maléfica han acosado mi hogar y mi mundo interior. Sueño con ellas. Veo sus rostros dibujados en la luz de la sangre. Cada mirada que me fue dedicada tenía por motivo hacerme desistir.

Pero he decidido perseverar.

El único ejemplar de Análisis de Detinjst-Inertan está a salvo. Dividido en cinco partes, ha sido enviado a sus custodios, quienes cuidarán de él hasta que vos decidás lo contrario.

Lo que ocurra luego queda en tus manos.

El volumen contiene toda la información que pude recopilar sobre Los Silenciosos, su mitología, su historia y sus crímenes.

Sé lo que nos aguarda tras el umbral. Lo sé tan bien como vos. Esas fuerzas, las potencias, podrían acabar con todos nosotros en cualquier momento. Me he cuestionado en un millar de oportunidades el porqué de esta cruzada que hemos emprendido. Quise abandonar tantas veces...

Cuando camino por una acera desierta y escucho los susurros de sus sirvientes, cuando encuentro en el espejo un rostro que no es el mío, cuando se infiltran en mis sueños para torturarme, cuando veo la sonrisa de mis hijas.

Y luego pienso en esos niños hace once años. Violados, mutilados, sacrificados a ese oscuro dios. Vienen a mi mente los recuerdos de lo que vi y sé que debo seguir por ellos. Por las víctimas. Pero, ante todo, por los que vienen, para que no haya nuevos mártires.

En los últimos días de mi investigación mis pasos se cruzaron con un grupo de individuos que se llamaban a sí mismos La Orden. Ellos me entregaron los datos que necesitaba para concluir el libro. Por lo que pude ver, sus objetivos y los nuestros son similares. Aunque hay algo en ellos que me inquieta. Su mirada no era normal. Su piel, la poca que mostraban, se veía amarilla, como la de un difunto. Me asustan, aún cuando fueron de gran ayuda.

Toda la información recopilada en Análisis debiera ser suficiente para desarticular a Los Silenciosos. Al menos por un tiempo.

El texto está repartido en las manos de cinco hombres diferentes, como ya he dicho.

El primero es un docente de la cátedra de metafísica en la Universidad de Buenos Aires. No te será difícil encontrarlo.

El segundo es un pianista de jazz. Suele tocar en bares poco concurridos en el norte del país. Su base de operaciones se encuentra en la ciudad de Formosa.

El tercero es el intendente de Sol Dormido, en la patagonia.

El cuarto es nuestro amigo en común, herr Stabsky.

El quinto es aquel llamado Salieri, actualmente recluido en el hospital psiquiátrico Ingenieros.

Todas las páginas fueron numeradas del uno al cinco, separadas y enviadas a estos hombres. Ninguno puede descifrar la totalidad del contenido de modo independiente. Esta fue una medida de seguridad. Si ignoran lo que tienen en sus manos será más difícil que las potencias los ataquen.

Cuando tengas este documento en tus manos debería serte posible enfrentar a Los Silenciosos. Según mis cálculos, el éxito de esta misión detendría al culto durante toda una generación, al menos. Fallar equivale a la muerte.

Por supuesto, también podés ignorar esta carta por completo y seguir con tu vida. Es tu decisión.

Hasta siempre, camarada.

Dr. C. H. Ferguson.

Ella guarda la carta en el sobre, confusa. ¿Su padre había descendido a los sótanos de la locura antes de abandonar este mundo? ¿qué son las potencias a las que se refiere? ¿quienes son Los Silenciosos? y más importante, ¿quién es el camarada a quien va dirigida la carta?

Demasiadas preguntas. Demasiadas dudas. Tras una breve pausa algo está claro en su mente, y no es una decisión, es aritmética: el día 4 del mes próximo estará en la fuente de la plaza Chevallier. En persona.


El sol del mediodía abraza a los paseantes solitarios, a los viejos, a los perdidos. Plaza Chevallier se ve llena de vida en medio de un silencio de sepulcro.

Ella lleva quince minutos de deliberado retraso. A medida que se aproxima a la fuente la celeridad de sus pasos disminuye. Contempla las personas en los rededores, en los bancos, en el césped. Hombres, mujeres, niños. Sólo uno llama su atención. Apenas verlo sabe que él es el camarada de su padre.

Está de pie. Contempla el fluir del agua tras los anteojos negros. Las manos en los bolsillos del sobretodo, el cigarro entre los labios, firme pero no como un soldado. La está esperando.

La joven se acerca con lentitud. Se para junto a él. Contemplan ahora, juntos, el alocado y predecible movimiento del agua. No se atreve a hablarle.

-¿Ferguson?-murmura él.

-Es mi... mi papá... yo...-balbucea ella.

-Estaba esperándote.

-Lo sé...

Silencio.

-¿Cuando falleció?-preguntá el hombre.

-Hace dos semanas. Aún no nos explicamos que sucedió. Era muy sano. Nadie comprende ese paro cardíaco. Es inexplicable.

-Entiendo. Tengo entendido que dejó algo para mí.

-Sí. Una carta.

-¿Vas a dármela?

-No si antes no me das unas cuantas respuestas.

-Pregunta.

-¿Quién sos vos? ¿qué relación tenías con mi padre?

-Tu padre y yo eramos... asociados. Teníamos un objetivo en común. Nos conocimos en un funeral, hace tres años.

-Tenían amigos en común, entonces.

-Sí.

-¿Puedo saber quién era el muerto?

-Muerto es una palabra tan fuerte como exacta-afirma él tras un momento de meditación y luego agrega-enterramos a Bernardo Ibshaw.

-¿El periodista?

-El mismo. ¿Recordás las circunstancias de su muerte?

-Sí... papá estuvo furioso mucho tiempo por su asesinato. Nunca hallaron a un culpable, ¿verdad?

-La policía nunca halló a un culpable. Nosotros sí.

-¿Quién?

-¿Recordás en qué trabajaba Shaw al momento de su homicidio?

-Algo relacionado con prostitución infantil.

-Exacto. Bernardo descubrió una red de tráfico de menores. Estaba recopilando información. Lo descubrieron fácilmente. Trataron de intimidarlo, pero él hizo caso omiso. Por eso lo mataron. Tras su funeral se formó un pequeño grupo de trabajo con la finalidad de aclarar el asunto, de traer justicia. Tu padre era un integrante.

-Y asumo que vos sos otro.

-Sí. Ahora sólo quedamos tres de los ocho originales. Bah, dos. Uno está encerrado en un manicomio.

-¿Salieri?

-Sí... ¿Ferguson lo menciona en esa carta que tenés para mí?

-Sí. Tengo más preguntas. ¿Qué es Detinjst-Inertan?

-Es una especie de Dios. Una divinidad que supo ser adorada por algunas tribus de Europa del este, en tiempos precristianos. No hay muchos documentos sobre él. Por lo que averiguamos incluso en la antigüedad fue adorado por un culto hermético.

-¿Los Silenciosos?

-En parte, sí. “Detinjst-Inertan” es un nombre serbio, significa infancia inerte, o infancia muerta, según a quién le preguntés. Los Silenciosos son similares a los ángeles de la mitología cristiana. Interceden entre el hombre y este dios. Los sumos sacerdotes de este culto, los cabecillas, al ocupar su cargo son sometidos a un ritual de transformación que asegura las transmutación tras la muerte.

-No entiendo...

-Digamos que en sus creencias, al morir un sacerdote sucede algo similar a un apoteosis; se supone que el alma del difunto evoluciona y se transforma en un Silencioso, un emisario, superior a un humano. El ritual consiste, entre otras cosas, en la amputación de la lengua.

-Eso es... asqueroso.

-No es lo peor del culto. La terrible verdad es que Detinjst-Inertan exige como ofrenda el sacrificio de niños. De ahí que tengan su propia red de tráfico tráfico infantil. Bernardo vio la punta del témpano y quiso ir más allá, quiso saber más. Por eso murió. Nosotros, quienes lo conocimos, nos propusimos esclarecer el asunto, proteger al inocente, castigar al malvado. Y uno a uno hemos caído desde hace tres años.

La chica siente un escalofrío recorrer su cuerpo mientras la voz de ceniza del hombre inunda sus oídos.

-El primero sufrió un accidente de tránsito, aunque nunca aprendió a conducir. El segundo se ahogó, aunque nunca aprendió a nadar. El tercero fue asesinado en la calle, aunque su cuerpo fue hallado en su propio dormitorio. El cuarto murió en un incendio forestal, aunque su cadáver no presentaba quemaduras. El quinto enloqueció hace unos meses. Y ahora, tu padre. Me pregunto si seré el siguiente.

-Yo... no puedo creer esto.

-¿Por qué no? ¿aún tenés fe en la raza humana?

-¡Claro que sí!-exclama ella.

-Digna hija de tu padre-murmura él, en voz baja, con una sonrisa iluminando su rostro.

Tras un segundo de meditación ella saca un sobre de su cartera.

-Tomá. Es para vos-le dice mientras le extiende la carta.

-Gracias.

-Aún no respondés mi primera pregunta. Aún no me decís quien sos.

-¿Importa?

-Mucho.

-Mi nombre es Ian Varg.

Miran la fuente, absortos en el fluir del agua. En completo silencio. Ambos intuyen -sienten en sus huesos, en sus tripas, en los líquidos que se mueven dentro de sus cuerpos- que una tormenta se aproxima.

Los fantasmas de lo que jamás fue los contemplan desde su inmaterial prisión. Astronautas que no vencieron la gravedad y abogadas que no defendieron a los inocentes, el triunfo de las causas perdidas y la materialización de una utopía los rodean.

Porque nada tienen para perder ya, desafían a las divinidades del pozo, bautizándolos en un ritual de tristeza, de ira, de venganza.

Los marcan, para siempre, con su bendición. Portan la marca de los perdidos. Están condenados.

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Los Silenciosos (2/7)

Los Silenciosos

2. La búsqueda


Sin apretones de manos ni palabras de agradecimiento los dos hombres abandonan la oficina. Varg lleva en su mochila las páginas de Análisis de Detinjst-Inertan que el intendente de Sol Dormido tenía en su poder. A su lado Stabsky camina ofuscado.

-Supongo que tampoco vas a dejarme ver estas, Ian-dice con su acento alemán.

-No. Ya te lo expliqué en Buenos Aires, cuando visitamos a ese profesor, y en Formosa, cuando hablamos con el pianista, no se supone que debás leerlas.

-No te entiendo, hombre.

-Es lo que Ferguson quería, por eso las dividió en cinco partes, para protegerlos.

-¿Y por qué tu si puedes ver la totalidad de la obra?

-No sé... imagino que será porque no tengo mujer ni hijos que vayan a llorar sobre mi ataúd.

-No sabía que te gustaran los hombres...

-No me gustan.

Se dirigen al hotel. No hablan en el camino. Apenas si cruzan alguna mirada, por accidente. Reunen sus pertenencias y abandonan el edificio.

-Acá separamos caminos, Stabsky-dice Varg.

-¿Qué? Aún falta la última pieza.

-Sí. Es por eso que debo continuar solo.

-Ian...

-¿Sí?

-Vamos, sabes que esto no es un juego.

-No tratés de convencerme. Agradezco todo lo que hiciste para ayudarme, pero por tu propio bien tenés que marcharte ahora.

-¿Nada te hará cambiar de opinión, verdad?

-Nada.

-Haces honor a tu apellido, hijo. Prometeme que cuando todo termine me explicarás lo ocurrido con todo detalle.

-Lo haré-dice Varg y, sin dudar, da media vuelta y se retira.

El otro se queda viendo como su compañero se pierde en el horizonte. Esa mirada es una despedida muda y encubierta. El silencio es la esperanza, por una vez.

Con prisa, con ansias ya de terminar con la misión -o comenzarla, según como se lo vea- Varg emprendió el viaje desde Sol Dormido hacia la ciudad de Burgas, a cien kilómetros de distancia.

Hace dos tercios del trayecto en un ómnibus que se dirige a Comodoro Rivadavia. Podría haber tomado uno que lo llevara directamente a su destino, pero para eso debería haber esperado dos días.

Recorre unos cuantos kilómetros antes de conseguir que una camioneta le ahorre el resto de la caminata, gracias a su pulgar extendido hacia el cielo patagón.

Conversa con el conductor sobre asuntos de vital importancia. La temperatura, el sendero recorrido por los bueyes, el horóscopo. Agradecido, se despide al llegar al centro de la ciudad. Entra a un café, pide una guía. Localiza la dirección de neuropsiquiátrico Ingenieros. No está lejos, apenas unas diez cuadras. Se dirige a pie al nosocomio.

Durante el viaje medita en el presente de aquel que va a visitar. Apenas se vieron dos veces en los años en los que han trabajado juntos. Si es que así puede llamarse a su relación. O falta de ella.

Sufrió, recientemente, un ataque, una agresión, de una naturaleza jamás explicada. Esto lo arrancó del equipo, arrojándolo a los oscuros sótanos de la raza humana, ahí, donde se guarda todo lo que estorva.

¿Estará lo bastante lúcido como para dialogar? ¿tendrá en su poder las páginas? ¿querrá dárselas, de tenerlas?

Varg sacude la cabeza. Si fuera a suponer un problema, Ferguson no le hubiese entregado a él su trabajo, piensa.

Arriba a destino y logra entrevistarse con el director del hospital. Explica un caso ficticio. No es hora de visitas pero se le permite una breve entrevista privada. Sin demoras lo conducen a la celda correspondiente.

-Este no es el procedimiento habitual, señor-le explica el guardia.

-Lo sé. No habrá problemas.

Abren la puerta y le permiten entrar. El guardia queda fuera, donde los sonidos de una conversación clandestina nunca podrán llegar.

Aquel llamado Salieri está sentado en un rincón, con una camisa de fuerza presionando sus extremidades superiores contra el torso. Tiene una mirada extraña en el rostro. Reconoce al visitante.

-Varg-murmura, con la voz perdida en otro siglo, en otra vida, en otro mundo.

-Salieri.

-¿Viniste a traerme cigarrillos?

-No exactamente.

-¿Me trajiste una torta de chocolate con una lima dentro? ¿un vino? ¿un libro? ¿un secreto? ¿una mentira? ¿un arroyo donde crecen plantas de helado y tomates asados a la parrilla bajo el frío sol del superpoblado Venus?

-No. te traje una pregunta.

-¿El origen de los diez mandamientos? ¿la naturaleza de El Mal? ¿la forma del universo? Si es la forma del universo tenés que saberlo: es triangular, y el sentido de la vida es hacia la izquierda.

-Nada de eso.

-Hablá.

-¿Te llegó el envío de Ferguson?

Silencio. Tormentoso y cuerdo silencio.

-Sí. Me llegó su paquete, vino montado en una serpiente en llamas, desde las distantes tierras de N'mhaqué.

-¿Lo tenés?

-No.

-¿Cómo que no?

-Así como suena: no.

-¿Qué pasó?

-Me deshice del objeto. Al abrirlo vi lo que ocurría, vi lo que se aproximaba. Y tuve que enviarlo lejos, para evitar males mayores. Era un rompecabezas.

-Era un libro.

-Uno dividido en partes que al ser reunidas, en el orden correcto, revelaba una gran imagen. No necesito ver el rostro que ocultan, lo conozco de memoria, me persigue en mis pesadillas y, camarada Varg, hace tiempo descubrí que el mundo real es el de las pesadillas. Esta prisión es sólo un sueño.

-¿Destruiste las páginas?

-No. Sólo las envié... lejos.

-¿Dónde, Salieri?

-Cierto asociado mío las llevó a un lugar seguro. Un lugar que está...

-Lejos, sí, entendí esa parte. ¿No vas a decírmelo, no?

-Quizás. ¿Tenés el resto de las piezas, verdad?

-Por supuesto.

-Las páginas están guardadas bajo tierra, en un lugar tan horrendo que nadie querría visitar. Ni siquiera vos. Puedo decirte donde, pero antes debés responderme algo.

-Te escucho.

-¿Sabés por qué sos el último por quien vendrán Los Silenciosos?

-Honestamente, no.

-Sos mucho más peligroso que cualquiera de los otros, Varg. Y sabés eso.

La mustia mirada del cuerdo se clava en el indescifrable rostro del loco.

-Los Silenciosos te consideran un guerrero. Y a nosotros ni siquiera nos consideran. Somos menos que cucarachas para ellos. Los ataques que sufrimos tuvieron siempre una única intención: intimidarte.

-¿Por qué sobreviviste, entonces?

-Yo no sobreviví. Dejé que me tomaran. Inicié mi viaje al mismo momento de mi asesinato, descendí a la demencia y navegué más allá de la cordura, a través de negros mares de bilis humana, en una barca hecha con fetos abortados en los sueños de los negligentes. Cuando sus manos presionaron mi cuello ya no era yo; era el cadáver de lo que fui. Renací en esta forma, como un loco que sólo puede tener la razón. Y esta es mi verdad: vendrán por vos. Aún podés desistir.

-Soy un hombre con una misión, Salieri. Lo sabés.

-Esa será tu gloria y tu fracaso. Las páginas están ocultas en las cloacas, en un maletín recubierto en titanio. Podés encontrarlo si ingresás por la boca de tormenta en la esquina de las calles Tracf y Ovel.

-Gracias, Salieri.

-No me des las gracias, Varg. Sólo estoy indicándote la dirección de tu sepulcro.

Inquieto, sale del hospital. Al primer paso que da rumbo al exterior estalla la estrepitosa risa de Salieri. Conforme se esfuma el pesado sonido, al mismo tiempo que los vientos de las calles inundan sus pulmones, una intranquilidad inédita comienza a poblar su corazón. Esa carcajada... premonitoria, piensa.

Tras buscar las herramientas necesarias para violentar la boca de tormenta, se dirige a la esquina indicada.

-Poca gente, no tardaré-murmura a nadie al ver el lugar casi desierto.

Espera unos minutos, hasta que se sabe solo. Con la celeridad de las ideas que agonizan rompe los seguros de la boca de tormenta y, sin pensarlo tan siquiera una vez, se introduce en el hueco, a la inversa de un niño demasiado asustado del mundo que decide regresar a la seguridad del útero, al placebo de la ignorancia.

Baja al mundo subterráneo. Nunca imaginó las cloacas como las ve. La arquitectura del mundo subterráneo es compleja y casi segura para los pies humanos.

Un río de desechos corre a su derecha. Se alumbra con una linterna. Avanza con paso seguro y veloz mientras los nauseabundos fermentos del fluir de las heces se cuelan en su cuerpo, atormentando sus sentidos, confundiendo su consciencia, guiándolo, poco a poco, a través del sendero que conduce, lejos de todo exceso, al sitio en el que la sabiduría jamás residirá.

A su lado circula por la arteria de cemento y concreto la ocre sangre de la ciudad, arrastrando la mugre de la cual se nutre, con basura por proteínas y cadáveres de niños nonatos por oxígeno.

Varg escucha el lamento de la enorme bestia con piel de asfalto y pústulas de plástico. De algún modo está en su hogar. Se sabe parte de eso, aunque quisiera negarlo una y mil veces.

En la oscuridad el haz de la linterna se refleja en el brillo del titanio. Él se acerca, casi saborea ya la victoria. El maletín está bajo una enorme rueda de acero herrumbrado. La examina. Debe pesar al menos trescientos kilogramos.

-Esto no lo hizo un solo tipo-murmura.

Recorre con la luz los redores. Busca una palanca. Da con una madera en un rincón. Se ve como un cúmulo de enfermedades, pero no le importa. La toma y busca la posición exacta para comenzar a mover la rueda. Al principio va bien, pero tras desplazar el pesado objeto unos cuantos centímetros la madera, podrida hace tiempo, se parte en dos.

Gruñe. Inspira profundo el hedor más honesto de la sociedad para calmar su ira. Examina una vez más el lugar. No halla nada de utilidad. ¿Qué hacer?

Si regresa a la superficie ahora el retorno a las fauces de la miseria será un calvario muy superior. Se mira los pies. Ve manchas de excremento, restos de sangre, incluso. Una rata se pasea por su bota izquierda. Da una patada al aire, arrojando el animal directo al flujo de mierda que corre en esa realidad clandestina.

Enfurecido, tira su torso contra la rueda herrumbrada y apoya su pierna derecha contra el muro. Empuja. Empuja con determinación, con asco, con necesidad, y al ver que el peso no cede empuja con negación, con odio, con agonía. Pero es infructuoso. Tras unos minutos de batalla en medio de un grito de impotencia desiste.

Apoya las manos contra la pared y clava la vista en el suelo, con la respiración agitada, la sangre hirviendo y la voluntad destrozada.

-Me rindo-murmura.

-Es justo lo que esperaba-dice una voz a sus espaldas, mientras siente en la nuca el frío metal de un revolver hacer contacto con su piel.


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Los Silenciosos (3/7)

Los Silenciosos

3. La confrontación


No sabe como, pero lograron llegar sin ser escuchados. Se siente un idiota por pensar en eso. ¿Acaso sus enemigos no son llamados Los Silenciosos? Para todo hay un motivo. Nada vendrá de la nada.

-Varg, imagino-dice el que empuña el arma.

-En persona. ¿Y vos sos..?

-¿Yo? No tengo nombre. Podés llamarme señor.

-Paso.

Ríe con entusiasmo. El hombre se estremece. Luego escucha un sonido extraño, algo similar a un mugido sordo. No comprende como, pero sabe que está comunicándose con alguien. De pronto siento cuatro fuertes manos aferrándose a sus brazos. La apartan velozmente y le azotan la espalda contra la pared. Ahora ve con claridad que son tres sujetos quienes lo tienen acorralado.

Contempla a sus adversarios. No se ven particularmente peligrosos. De hecho, ninguno de ellos supera el metro setenta de altura. Lo que lo inquieta son los rostros. Inexpresivos, vacíos, carentes de emoción, excepto por el que tiene el arma. Ese es el peor. La gran nada que es su cara convive con un fervor maligno, cruel, rayano en la locura y a la vez en la iluminación mística.

Resuena en las profundidades, otra vez, ese sonido, el mugido, pero en esa ocasión Varg no se sobresalta. Los dos que lo pusieron contra la pared se agachan y comienzan a mover la rueda herrumbrada, el otro le apoya el revolver en el pecho.

-¿Hace cuanto que me esperan?-pregunta.

-Semanas. Desde la muerte de Ferguson hubo guardia permanente, esperando.

-¿Sabían que vendría acá en último lugar?

-Lo intuimos.

Un estruendo. La rueda ha caído. El maletín está libre ahora.

-¿Ustedes pusieron esa rueda ahí?

-En efecto.

-¿Buscaban retrasarme?

-Te dije que tenemos una guardia permanente en el lugar. Podríamos haber terminado esto mucho antes que llegaras a ver el maletín. Sólo estábamos observándote.

Varg no replica. Permanece sereno. Otro mugido. El tipo del revolver lo hace caminar con rumbo al lugar por donde entró. Marcha al frente, con sus potenciales victimarios a sus espaldas.

-Vamos a terminar con esto ahora-le dicen.

A él no le importa.

Al llegar a la boca de tormenta le indican que se detenga.

-¿Últimas palabras?-pregunta, como una burla, aquel que pronto jalará el gatillo.

-Sí.

-Vamos, divertime.

-¿Qué es lo mejor del agua?

-Decime...

-Es transparente-afirma con una sonrisa triunfal en el rostro y, de un ágil salto, se sumerge en los fétidos desechos que recorren las venas de la ciudad.

Tres disparos suenan en aquel submundo, tres pedazos de plomo buscan su cuerpo. Logra la inmersión sin un rasguño.

Se cobija bajo la materia fecal y la basura mal digerida por los contenedores, entre agujas utilizadas y vendas ensangrentadas. Escucha el mugido, más potente que antes. Se ha dado una orden y el ímpetu ha sido extremo.

Los dos que no hablaron se internan en los fluidos. El otro recarga el revolver y los sigue de cerca, muy lentamente.

-No hay nada a la vista, ¡vayan más profundo!-exclama el líder. Los dos cultores del silencio tienen el líquido hasta la cintura. Resuena en sus oídos otra orden: deben descender más.

Con la mugre hasta el cuello el otro aún no está conforme: exige que la inmersión sea completa. Ellos obedecen, como si fuesen simples marionetas carentes de voluntad.

El tipo del revolver los sigue unos metros más mientras se pierden en el ocre. Tiene ahora el líquido a la altura de las costillas. Gruñe furioso. De pronto, siente una mano aferrándose a su muñeca.

-También yo aprendí a dominar el arte del silencio-dice Varg en su oído. Con una llave le parte el brazo y le quita el arma. El otro se arroja sobre su cuerpo, pero es muy lento, el joven le asesta un golpe directo al cuello, triturándole la traquea. Luego, a fuerza de presión en su cabeza, lo hunde en la mierda.

Los otros dos emergen de la suciedad. Lo ven pero no tienen tiempo para reaccionar: dos tiros limpios ponen fin a sus vidas.

Varg inhala lo nauseabundo del mundo inferior de la ciudad una última vez y regresa a la superficie, maletín en mano.

Arregla una entrada furtiva con el encargado de un motel y utiliza la ducha de una habitación. Una vez higienizado enciende un cigarrillo, se viste y abre el maletín. Saca las otras cuatro partes del libro y las ordena. Digitaliza el material con una cámara de fotos y su computadora portátil, luego sale a la calle, deja las hojas en un cesto de basura y lo incendia. No quedarán rastros físicos del Análisis de Detinjst-Inertan.

Pocas horas después sale de Burgas en un ómnibus. Ya calmado, se dispone a leer el fruto de la investigación de su camarada.

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Los Silenciosos (4/7)

Los Silenciosos

4. Análisis de Detinjst-Inertan


Detinjst-Inertan, Infancia Inerte o bien Infancia Muerta es el nombre que recibe la divinidad adorada por Los Silenciosos, un culto recientemente descubierto por el fallecido periodista Bernardo Ibshaw. No son muchos los datos que se tienen sobre este ser mitológico, los iniciados lo definen de la siguiente manera:


Es el motivo por el cual las cosas son como son y no como podrían haber sido; Infancia es lo que no pudo ser. Su función es capturar la esencia de las cosas. No se manifiesta ni física ni inmaterialmente, sólo interviene en el mundo sensible a través de agentes, sean estos humanos, Altos Consortes o alguna de las Criaturas Varadas.



Estos agentes humanos serían los ya mentados Silenciosos.

Esta pseudo religión posee, como el umbandismo, la creencia en la potenciación de los bienes terrenales a través de la comunión con sus deidades.

En el caso que nos compete, los miembros de la secta creen que el sacrifio humano, inherente a sus ritos, traerá tiempos de abundancia económica a quienes los realicen.

El caso emblemático, descubierto por Ibshaw, es el acontecido hace cuatro años en la frontera con Chile. Cito un artículo publicado por el mentado periodista:


Pedrito era uno de los cuatro hijos de una madre soltera que sobrevive como trabajadora sexual. Según fuentes judiciales el niño habría ingresado al creciente circuito de prostitución de menores poco antes del crimen. Aún así, Pedro Marcelo Furgón asistía a la escuela. De hecho, el 2 de mayo, los últimos que lo vieron fueron sus compañeros de escuela y su maestra.

Según el informe suministrado por los responsables de la investigación el cuerpo del niño se hallaba tendido, decapitado y con signos evidentes de haber sido abusado sexualmente. El cráneo se encontró depositado junto al cuerpo, la pierna derecha exhibe un corte profundo en la base de la nalga, también se pueden observar quemaduras de cigarrillo en pierna izquierda y mano izquierda. Además de otras laceraciones.

No había rastros de sangre como se espera tras una decapitación. No había señales del cuello. La cabeza fue descarnada de manera tal que el cráneo estaba totalmente expuesto. Al parecer, le drenaron la totalidad de la sangre.

No hallaron señales de piel de la cara ni cuero cabelludo, a excepción de un pequeño fragmento prolijamente cortado de cuero cabelludo hallado sobre una piedra. El Gabinete de Investigaciones Antropológicas intervino en la causa a solicitud del juez Marco Antonio Perez-Gil. Las pericias realizadas por dos antropólogos forenses indican la presencia de “acciones humanas inequívocas como producto del retiro de partes blandas realizado (cráneo escalpelado), faltante de vértebras 4ª a 7ª, la falta de parte del molar izquierdo y apófisis zigomática, también el piso de boca y lengua, quemaduras, laceraciones en el lado izquierdo del cuerpo, posible empalamiento, violación, inicio de decapitación por el lado izquierdo en vida de la víctima, desangramiento, y culminación de separación de cabeza del tronco post mortem. Todas las acciones realizadas en un lugar distinto al del hallazgo del cadáver. Asimismo se estimó que la muerte se produjo entre las 20 y las 24 del día 2 de mayo”.

Las autoridades niegan la existencia de una red de prostitución infantil y trata de blancas detrás de este crimen.



Mi investigación, cuyo proceso puede leerse más adelante, me ha confirmado que SÍ existe una red de prostitución infantil y trata de blancas. Detras de la misma se encuentran Los Silenciosos. Sus ingresos económicos son derivados de estas prácticas. También se proveen de víctimas de este modo.

Es posible que autoridades comunales y personas de alta influencia religiosa, política y económica tengan vínculos con Los Silenciosos.

Pero más allá de esto hay algo atroz. Si bien no es posible afirmar, ni negar por completo, la existencia de la entidad llamada Detinjst-Inertan, es claro, dado el desarrollo cronológico de los hechos, que hay algún tipo de potencia obrando en relación al culto.

Es difícil explicarlo y mis experiencias personales no ayudarían, bastará con mencionar que quienes hemos tratado de encontrar la verdad hemos sido atacados continuamente por una presencia maligna, antigua, que busca destruirnos.

No es natural que un hombre muera en un incendio pero en la piel de su cadáver no queden marcas de quemaduras, ni humo en sus pulmones.

Por eso debo advertir a quienes quieran enfrentar a Los Silenciosos que no existe un mantra sagrado ni un hechizo omnipotente para defenderse, ni armas de destrucción masiva o amuletos mágicos para atacarlos. Sólo la voluntad humana para luchar contra los monstruos; sólo uno y el universo.

El culto es herramienta de algo intangible y letal, algo antiguo que posee un poder más allá de la humana comprensión.

No obstante, Los Silenciosos han nacido de vientres de mujer. Aún cuando se sabe que son más fuertes y resistentes que el hombre común, sangran y son heridos, conocen el dolor. Pueden morir. Es posible derrotarlos. O al menos, desarticuarlos.

Se sabe que Los Silenciosos operan mayoritariamente en las ciudades de Sol Domirdo, Basis y Burgas. Según las pruebas obtenidas por Ibshaw, existe una innegable jerarquía interna en la organización. Para erradicarlos la prioridad será destruir a la cúpula.

Dado el número de niños asesinados, secuestrados o, sencillamente, desaparecidos en Basis, se cree que ahí se encuentra el epicentro de las actividades de Los Silenciosos.

-Basis-murmura Varg, aún en el ómnibus.


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Los Silenciosos (5/7)

Los Silenciosos

5. Los Silenciosos


No huye. No es su estilo. Además, no lo necesita. Va directo a su casa en busca de algunas herramientas que necesitará. Cápsulas de fenobarbital y máscara antigas de fabricación casera, aerosol de defensa personal, taser.

Se dirige a Basis. La ciudad no está demasiado lejos. Tarda dos horas y media en llegar. Rápidamente se registra en un hotel, aunque no tiene intenciones de pernoctar ahí. Protagoniza un incidente en la calle con unos vendedores ambulantes. Trata de ser visto por todos los medios posibles.

Los silenciosos deben oírlo.

Por la noche se pasea por la zona roja de la ciudad, entre travestis y putas baratas, entre proxenetas y actores porno fracasados, entre hombres solitarios y fracasados crónicos.

En una zona oscura escucha el rugir de un motor muy distinto al resto. Este no avanza con lentitud, contemplando los productos que la vidriera de cemento ofrece, sino que acelera como un bólido, intimidante, peligroso.

Es un auto grande. Un ford falcon verde, de la década del 70. Se estaciona a su lado. Cuatro hombres bajan y lo rodean. Se arrojan sobre él, lo derriban, le ponen una capucha negra, le atan las manos y lo arrojan al baúl del coche.

Recorren la ciudad forzando al máximo el motor del vehículo. No hablan entre ellos mientras se dirigen a su destino. Son seis y conocen a la perfección sus ordenes.

Tras veinte minutos el viaje termina. Arriban a una cabaña en uno de los bosques rodean Basis. Estacionan dentro del amplio garage. Ahí tendrán la intimidad que el plan demanda.

Tres de ellos se dirigen a la parte posterior del auto para sacar a Varg. Al abrir el baúl una ráfaga de gas los ciega. Tosen, se desesperan y, de inmediato, caen al suelo inconscientes. Los otros tres se aproximan a paso veloz mientras su prisionero emerge de baúl con una máscara antigas en el rostro. El primero recibe el disparo del taser en el pecho y cae. Los otros dos desenfundan sus armas de fuego.

Varg salta sobre ellos. Dos balas son disparadas. Una impacta contra una pared, la otra da a la altura de su abdomen. Aún así, alcanza a golpear el cuello del que tiene más cerca, triturándole la traquea. Ambos yacen ahora en el suelo. Uno se asfixia mientras el otro sujeta su costado derecho.

El que queda en pie se le acerca y le apunta directo a la cabeza. La expresión vacía hiela la sangre del caído, pero eso no basta para paralizarlo. Desde el suelo patea la muñeca de su contrincante y de inmediato da un segundo golpe directo a la entrepierna. El otro cae. Como puede se aproxima y le rompe una cápsula de fenobarbital en la cara.

Lentamente se pone de pie. Se quita la máscara. Examina su abdomen. Está bien. Aunque duele, y mucho, la bala no le rompió las costillas. El chaleco de kevlar bajo sus ropas cumplió con su objetivo.

Se vale de lo que encuentra en el garage para asegurarse de mantener inmóviles a sus captores. Cuerdas y cinta de aislamiento bastan.

Toma a uno, al que dejó fuera de combate con el taser, y lo ata a una silla. Luego examina el lugar. El interior de la casa es normal. No obstante, el sótano está acondicionado como una cámara de tortura. Incluso hay cuatro celdas ahí dentro.

Regresa junto al auto. Ninguno ha despertado. Aquel cuya traquea fuera destrozada está muerto ahora.

Hace un esfuerzo más y traslada a las jaulas a los cuatro que quedan. Los aloja por separado. Se lleva las llaves y las guarda bajo una alfombra. Finalmente enciende un cigarrillo y trata de apaciguar su mente para lo que vendrá.

Treinta minutos pasan. Vuelve a chequear al que dejó en la silla. Está consciente ahora.

-Estás despierto-dice.

El otro no responde.

-Tenemos que hablar.

El otro no responde.

-Necesito información. Quiero saber quienes son tus superiores. Y quiero saberlo ahora.

El otro no responde.

-¿Sabés lo que es esto?-pregunta y saca de su bolsillo un alfiler-es un objeto ligado al amable arte de la fabricación de vestiduras. Cuando un grupo de inútiles intenta secuestrarme no termino por sentirme muy amable. Al contrario.

El otro no responde.

Sin agregar palabra, Varg posiciona la punta del objeto entre la uña y la yema del dedo índice derecho de su prisionero. Observa su rostro, aún inmutable, y da un golpe en la cabeza del alfiler. El otro reprime un grito de dolor.

-¿Ahora estás listo para hablar?

El otro no responde.

-Que así sea-murmura y enciende un cigarrillo. Le aplasta la braza contra el ojo izquierdo. El otro grita, aulla e insulta con la furia de un millar de demonios.

-Bien. Ya hablás, ya hicimos un progreso. ¿Quienes son tus superiores?

-Mi superior es Detinjst-Inertan-le responde, con voz ronca y articular pausado.

-Ya veo. ¿Dónde puedo encontrar a los otros silenciosos?

-Nadie nos encuentra. Nosotros encontramos a quien necesitamos.

-Voy a poner eso a prueba.

-Nunca habías tenido prisioneros antes, ¿verdad?-pregunta el tipo de la silla.

Varg no responde.

-No sos policía. Y no sabés torturar. Ni conocés las reglas básicas, como no golpear la cabeza primero, porque atonta al interrogado. Ya sobreviviste. Podrías irte ahora. Desaparecer. En África jamás iríamos por vos. ¿Por qué insistís? ¿es que querés suicidarte y no tenés el valor para saltar desde la mesa con la soga al cuello?

-Hago esto por quienes no pueden defenderse por sí mismos. Porque sé lo que hicieron con esos críos, porque vi su cámara de torturas en el sótano. Y porque quisieron matarme, sí, pero sobretodo porque hay que luchar contra los monstruos; porque hay que vencer la inercia de los hechos.

-No voy a decirte nada. Podés matarme ahora mismo.

Silencio.

-Lo sabía-murmura-no tenés agallas para hacerlo, ¿verdad?

-No soy un asesino.

-Mataste a mi compañero, al que está tendido allá-acota, señalando con la cabeza al que yace en el suelo, muerto por asfixia a causa de su triturada traquea.

-Era él o yo. No tuve elección.

-Siempre dicen lo mismo. Pero la verdad, la única verdad, es que todos somos asesinos. Algunos lo bastante valientes como para matar siempre. Otros demasiado domesticados como para atacar a un tipo atado a un silla.

Varg aulla, poseído por el odio. Lo toma por el cuello, presiona y un segundo después lo suelta.

-Parece que todos podemos cambiar, a fin de cuentas-dice el Silencioso.

Le sonríe. Camina hacia la casa. Busca las llaves que guardó bajo una alfombra. Baja al sótano. Toma un caño de metal que se encuentra sobre una mesa de examinación. Entra a una de las celdas y golpea repetidas veces al prisionero. Le quita sus efectos personales. Repite la operación con los otros tres. Vuelve a esconder las llaves y regresa al garage. Examina al muerto.

-Todos tienen billeteras. Todos tienen celulares-dice.

-¿No creerás que eso será suficiente para encontrar lo que buscás, verdad?

-De hecho, sí lo será.

Toma un papel y comienza a escribir los números en común que figuran como llamadas entrantes en los cinco teléfonos. Toma nota, también, de las identidades de sus atacantes. Direcciones, nombres, números de documento.

-Tu teléfono y tu billetera-gruñe cuando ha finalizado.

-No voy a darte nada.

Varg se harta. Toma un martillo, se acerca al Silencioso y lo golpea en un rodilla insistentemente, hasta destrozarle los huesos por completo.

-Tu teléfono y tu billetera.

-No.

Le parte las costillas con la herramienta mientras las gritos de dolor del vencido oponente sólo aumentan su furia.

-Tu teléfono y tu billetera.

-¡¿Por qué no los sacás vos de mi bolsillo?! ¡no voy a rebajarme a cooperar, sería una deshonra!

Lo tira al suelo y comienza a romper la silla a martillazos.

-¡Soltame, hijo de puta!

Ahora la madera ha cedido y el pesado de metal choca una y otra vez contra la espalda del indefenso homicida.

-¡Basta!

Apoya sus rodillas sobre los hombros y le golpea los dedos, la mano, el antebrazo.

-¡Dejame!

Se para. Lo arrastra de una pierna hasta la entrada del garage, lugar donde hay un toma corriente. Golpea la pared con el martillo hasta hacer un hueco. Tira de los cables con intención de darle una descarga eléctrica, pero se queda con los alambres en la mano. Frustrado, emite un aullido de ira y patea la boca del estómago de su contrincante.

Se aleja, arroja el martillo y toma una de las patas de la silla.

-Te presento a a mi amiga, La Pata De La Silla De La Verdad. Ella quiere saberlo todo. ¿Vas a decirmelo?

-Chu...pame la pija...

Asesta un golpe a las nalgas.

-¡Hablá a la La Pata De La Silla De La Verdad!

La columna.

-¡Respetá a La Pata De La Silla De La Verdad!

La cabeza.

-¡Obedecé a La Pata De La Silla De La Verdad!

Los testículos.

-¿Qué?-pregunta Varg mirando el ensangrentado objeto en sus manos-¿querés que lo torture para que hable? ¿escuchaste, vos? La Pata De La Silla De La Verdad quiere que te torture. ¡Pero no puedo hacer eso, no soy una bestia sin madre!

-Por... favor...-murmura el otro mientras vomita un chorro de sangre.

-No puedo torturarte. ¡Pero tampoco puedo negarme al mandato de La Pata De La Silla De La Verdad!

Camina hacia el Falcon, rompe el parabrisas de un golpe y toma una de las esquirlas.

-Quizás si te castro...

-Ma...tame...

-No puedo hacer eso. No soy un asesino. Tampoco puedo torturarte. Debo transformarte, ya que como Silencioso no vas a cooperar, quizás si te convierto en otra cosa lo hagás. En algo distinto. Un eunuco, para comenzar. Y si eso funciona intentaremos con un rengo. Luego un manco. Y... ¿quién sabe? Quizás hasta descubramos formas de ser nuevas en este viaje, vos y yo.

Le baja los pantalones y observa detenidamente, con un cierto grado de asco.

-Voy a necesitar guantes-comenta.

-Ma...ta...me...

-No.

Camina con rumbo a la casa cuando la voz del otro lo detiene.

-Ave...nida... Ruma...nia... al... seis...cien...tos... una ca...sa de dos plan...tas... fa...cha...da gris.

-¿Ahí se reunen los tuyos? ¿es su sede?

-Sí...

-¿Cuantos son en total?

-De...ma...siados...

-¿Quienes son los líderes?

-El... magus es... Nim...rod...

-Dame su nombre real.

-No... lo... sé...

-¿Hay guardias armados?

-Siem...pre...

-¿Cuantos?

-Co...mo... vein...te...

-¿Cómo puedo entrar sin ser visto?

-Sóta...no... fon...do

-¿Cuando es la próxima reunión general?

-Ma...ña... por... la no...

-Mañana por la noche, sí. Creo que con eso será suficiente para mí. La Pata De La Silla De La Verdad está satisfecha. Podés irte caminando cuando quieras.

-Por... fa...vor... ma...tame...

-No. Ya me lo dijiste: no soy un asesino.

Varg reune sus cosas y se marcha. Una vez fuera del lugar corta la electricidad, sin saber bien por qué. Tarda en orientarse, pero finalmente consigue dar con la dirección correcta que ha de llevarlo al centro de la ciudad. Se refugia en un motel. Pasa el día siguiente preparándose. Llegado el ocaso se dirige a la avenida Rumania.

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Los Silenciosos (6/7)

Los Silenciosos

6. El ritual


Apostado en un bar vigila por la ventana el movimiento de gente. En efecto, ve muchos guardias. Será difícil entrar. El desfile de autos importados es constante. Hay mucha gente de poder involucrada, o eso parece.

Cerca de la medianoche pone en marcha su plan. Camina unas cuantas cuadras en dirección al este y luego regresa. Se acerca a uno de los altos muros, buscando alguna evidencia que delate el sistema de seguridad. No la encuentra. Trepa la pared y se cuela en el enorme fondo. Salta de sombra en sombra hasta el guardia más cercano. Cuando está en posición se abalanza sobre él y le pone en el rostro un pañuelo impregnado en cloroformo.

Le quita el arma y busca la entrada que debe haber en el lugar. La encuentra, pero hay dos guardias cerca. No tiene mucho tiempo y lo sabe. Pronto alguien se preguntará por el sujeto que dejó inconsciente. Desesperado se acerca cuanto puede y salta sobre ellos, reventando una cápsula de fenobarbital en el pecho de uno. Cierra los ojos y se cubre nariz y boca. No inhalará el peligroso barbiturico.

Caen fuera de combate en fracciones de segundo. Oculta sus cuerpos tras unos árboles y se decide a ingresar a través de la portezuela.

Camina agachado, sin que sus pisadas alerten a ningún potencial oyente. El lugar es ominoso. Es grande y tiene varias dependencias, todas las paredes están pintadas de negro y la única luz proviene de algunas velas que sólo hacen más fuerte la penumbra. Escucha a dos personas hablando tras una de las puertas del lugar.

-El sacrificio de esta noche es importante. Será el cierre del ciclo.

-Lo sé. Detinjst-Inertan despertará pronto.

-Nimrod en persona seleccionó y purificó a los siete de hoy.

Siete, piensa Varg, mientras la ira recorre su espalda junto al frío sudor que se ha materializado desde ninguna parte.

-Señores-escucha a una tercera voz-el Magus ha dado la orden de meditación solitaria. Acudan a sus espacios privados.

-Gracias, ahora lo haremos.

El joven, al escuchar unos pasos acercarse, apaga con los dedos la flama de una vela y se dirige a un rincón. Se esconde tras una caja de madera. Alguien entra. Viste una túnica negra y una máscara extraña, similar a la cabeza de un macho cabrío.

El sujeto se arrodilla y murmura unas palabras ininteligibles. Varg salta sobre él y lo noquea en un segundo. Ahora conoce a Los Silenciosos. Y no está impresionado. Al menos no por sus capacidades ofensivas. Ya no parecen una organización cuasi-omnipotente, como los imaginó antes. O quizás Salieri tenía razón. Tal vez él es un guerrero rodeado por grises y mediocres empleados bancarios.

Mete el cuerpo tras la caja que antes usó a modo de escondite. Le quita la túnica y la máscara. Las usa para disfrazarse, para verse como uno de ellos. Deja en su rostro un paño bañado en cloroformo. No despertará.

Se arrodilla en el centro de la habitación y espera. Un minuto. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Al sexto, la puerta se abre. Un tipo enorme con una uzi en la mano le habla.

-Vamos. Debo escoltarlo a la sala.

Reconoce la voz. Es la tercera que escuchó antes. Se pone de pie y asiente. Sigue al sujeto a través del enorme sótano hasta un ambiente mucho más grande que los anteriores, donde una congregación aguarda. Todos con túnicas negras. Todos con máscaras que rememoran animales.

En el centro hay una tarima con una mesa roja. Seis velas alumbran el epicentro del lugar. Varg se mezcla con la gente, trata de pasar inadvertido. Un individuo, vestido con una túnica blanca, sube a la tarima y se para a la izquierda de la misma.

-El gran magus ha arribado-dice en voz alta.

Los demás se arrodillan. El guardia de la uzi se marcha. Otra persona, esta con una túnica roja, sube y ocupa el centro.

-Hoy es un día especial, hijos míos. Hoy consagraremos al silencio siete criaturas. Su sangre lavará los pecados del Ruido, para honrar Aquello Que Nunca Será. Como una vez lo hizo Armand con los trece sacramentos, complaceremos acá a Detinjst-Inertan, por la gloria y la resurrección en vida. Traiganlos.

Siete hombres, muy similares física y estéticamente a Los Silenciosos que Varg conociera antes, traen a siete niños. A simple vista pareciera que sus edades son descendientes. El más grande debe tener seis años. El más pequeño es apenas un recién nacido.

-Han sido purificados durante la última semana-retoma la palabra el magus-. Los purifiqué yo, con el auxilio de veintiuno de los más cercanos a mí. He exorcisado de sus cuerpos ese demonio llamado inocencia, los marqué para siempre, con mi saliva y mi calor, con mi sangre y mi semen. Ahora es tiempo de concluir el rito, hijos míos, que comience la ceremonia.

-Ah'lyo, Detinjst-Inertan-responden a coro los presentes.

Suben al niño mayor a la mesa y lo atan de pies y manos, estaqueado. Llora y grita, se retuerce, presa del dolor. El sonido parece excitar a los miembros del culto.

Están disfrutándolo, piensa Varg, tras la máscara de macho cabrío.

-Ah'lyo, omnimure, Ah'luo, Ah'iul, Ah'iul, Zatnna marca ad, ad, Ah'luc-dice quien preside la monstruosidad. Toma un cuchillo. En la penumbra brilla el filo del arma, casi como una burla a La Humana Razón.

Todos saben -anhelan- lo que ocurrirá. Quieren saborear la sangre. Varg sabe que ha llegado el fin, pero no le importa.

-¡No!-grita y saca un revolver. Dispara directo al Magus, pero falla. Horrorizados, los demás se apartan de él y comienzan a llamar a los guardias, entre gritos de ira y desesperación, de furia y miedo.

Vacía el cargador contra los más cercanos antes que entren los guardias.

-¡No lo maten, lo quiero vivo!-grita el magus.

Logra asesinar a dos con las manos desnudas para cuando lo reducen.

-Vos debés ser... ¿Varg?-le pregunta el líder.

-Sí. Y vos debés ser Nimrod.

-Sí... ya nos conocemos, al parecer. Quítenle el hábito.

Los guardias obedecen. En un descuido el joven logra desnucar a uno de un golpe. Todos saltan sobre él.

-¡No lo maten!-exclama el magus.

-¿Y qué hacemos con él?-pregunta un guardia.

Tras un segundo de meditación Nimrod responde.

-Llévenlo a un vehículo de traslado y aguarden ordenes.

-¿Qué ocurrirá con la ceremonia?-pregunta uno de Los Silenciosos a su gurú.

-Se realizará, pero será privada.

-Gran Magus...

-No digás nada. Esto debe ser resuelto. Y lo que debe ser hecho no puede ser presenciado por ustedes.

Varg es atado de pies y manos y arrojado al interior de una camioneta. Espera, inmóvil en la sombra, durante casi una hora. Luego escucha como alguien sube al vehículo y enciende el motor. Comienza el trayecto. No siente miedo, aún cuando sabe lo que le espera. No tiene sus armas, no tiene modo de defenderse ahora.

Es su final. Lamenta no poder hacer nada por los siete niños.

Es plena madrugada. Ya bastante lejos de la ciudad se detienen en un cruce de caminos, en una esquina compuesta por calles sin pavimentar; en un lugar olvidado por la civilización. Sin progreso ni esperanzas.

Abren las puertas, le desatan los pies y lo hacen caminar. Lo paran debajo de un ombú. Le ordenan arrodillarse. Él ignora las palabras.

Pronto, aparecen dos vehículos más en el horizonte. Cuando llegan a las cercanías, del primero descienden unos guardias con los niños y del segundo el Magus con cinco de sus consortes.

-Varg. Ian Varg-murmura tras ponerse de pie frente a él-¿qué pretendías lograr entrando a mi casa a los tiros?

-Volarte la cabeza.

-¿Sabés por qué no lo conseguiste?

-Nunca fui buen tirador.

-Estoy protegido. Infancia es mi escudo y mi sangre, mi vida y mi muerte. No comprendo como es que llegaste hasta acá vivo. Pero remediaremos eso. Arruinaste nuestra ceremonia. Ahora tendrás que repararla.

-Jodete.

-¿Sabés por qué te traje acá?

-¿Te gusta el paisaje?

-Este lugar es poderoso. Muchos niños han pasado a residir en el seno de Detinjst-Inertan junto a este ombú. Necesitaremos de la energía que guarda esta tierra.

El magus esboza algo similar a una sonrisa.

-Traigan al primero-dice y un guardia obedece. Lleva al niño mayor junto al ombú y lo ata con una cuerda al tronco, a la altura de la cintura.

-¿Qué mierda vas a hacer? ¿por qué no nos matás a todos y ya?

-Hay ciertos pasos a seguir. Los siete deben ser desangrados, mis consortes y yo debemos beber su sangre, para empezar. Lo que debe ocurrir luego no es de tu incumbencia. Tu actitud trastornó nuestros planes. Por eso, ahora, deberás ser partícipe. Deberás ser el que empuñe la daga.

-No voy a ayudarte. No voy a matarlos.

-¿No vas a cooperar?

-Nada en la tierra hará que lastime a un crío.

-Siempre existe algo capaz de obligar a un hombre, Varg. O eso me dijo tu amiga, La Pata De La Silla De La Verdad.

Gruñe, buscando con la mirada el modo de conseguir una bala en la cabeza ya mismo.

De pronto, la temperatura cae cual águila en furiosa cacería. La oscuridad se hace más fuerte. Las estrellas en el cielo parecen desaparecer mientras la luna se torna carmesí. Desde ninguna parte una niebla comienza a cubrir el mundo.

-¿Que..?-murmura el magus, sin atreverse a terminar la frase.

Se escucha un lamento, lejano, distante, como el murmullo del rumor de algo que le sucedió a un nonato en otra vida.

Un llanto. Un llanto desconsolado, agónico, nuevo y antiguo a un mismo tiempo. Una llamada. El frío hiela los huesos de todos; de todos excepto los de Varg. Su cuerpo es una llama en medio de las tinieblas del alma. Su corazón es fuego. A través de sus ojos contemplan la escena un centenar de héroes tragados por las fauces del tiempo.

Un grito. El aire lo transporta desde el más allá, desde una realidad soslayada por la ciencia, desde el hogar de las divinidades. Tiemblan los cobardes mientras el valiente se transforma en un titán.

Entonces ocurre. La primera silueta, investida en luz, se hace presente. Es un crío.

-Vos-murmura la inmaterial voz.

-Vos-agrega una segunda voz.

-Vos... vos... vos...-dicen docenas, cientos de voces. Voces infantiles, quebradas, la sombra de lo que fue y ya nunca más será. Lo que no pudo ser.

-Ustedes-dice Varg, casi poseído.

Se pone de pie. Tiene la fuerza de Hércules. Rompe las ataduras sin esfuerzo. Es un Aesir, mide cien metros de alto, o al menos así se siente. A su diestra ve caer a lo guardias. Han muerto de pie. Y a nadie jamás le importará.

Las siluetas danzan a su alrededor, como chispas emergiendo de una fogata. Un aullido quiebra en mil pedazos la fría noche. Los gritos comienzan. El martirio es terrenal y metafisico, es una vendetta incomprencible. Un homicidio en el mundo espiritual.

Los consortes arden en un fuego frío, tan frío como la muerte y tan oscuro como el vacío. Ve a los espectros correr a su alrededor, como jugando a las escondidas, derramando la sangre, negra, corrupta, que fluye por las venas de Los Silenciosos, mientras alguien les da la espalda a todos, con el brazo sobre el ombú y la cabeza sobre el antebrazo, gritando en voz alta una cuenta regresiva hacia la eterna perdición.

Algo está consumiéndolos por dentro.

El magus, a gatas, va a hacia el cuerpo de uno de los difuntos guardias. Recita una plegaria a su dios en una lengua extraña. Se hace de un arma.

-Detené esto, Varg... no sé como lo estás haciendo, ¡pero detenelo!

-No soy yo-responde el muchacho.

Lo que ocurre se presenta ahora con total claridad ante los ojos de los presentes. Niños. Niños con antorchas y cuchillos, con piedras y palos, con alambres de púas y cierras.

Las bestias de la infancia han sido liberadas. Varg siente algo en su pecho. Un luz lo golpea. No escucha nada, pero oye la voz, siniestra, maléfica, hablando no a los presentes, sino al lugar.

-Has hecho tu trabajo. Nos trajiste ofrendas, almas que hemos convertido en nuestros guerreros. Guerreros que ahora se alimentan de tus huestes. El círculo está cerrado. Por tu buen servicio, te permitiremos vivir. El día de tu muerte serás la cena de mis soldados, al igual que todos aquellos que te sirvieron.

Todo lo antes ocurrido sucede de nuevo, pero a la inversa. Las llamas y los espectros, la niebla y la oscuridad retroceden. Arden una vez más las estrellas en el cielo y la luna se torna medallón de plata en las alturas.

El mundo vuelve a ser mundo. Varg, anonadado, comprende esto cuando escucha llorar a los siete niños. Están sanos y salvos. Los guardias y los consortes, los choferes y sus acompañantes yacen muertos alrededor.

Ahora sólo están él y el magus.

Se sienta, exhausto. Enciende un cigarrillo.

-No sé qué pasó... pero ahora estás sólo, hijo de puta. Y creo que voy a cobrarme todo esto en cuanto termine de fumar.

Siente el metal en su cabeza. Eleva la vista y ve a Nimrod empuñando el arma de uno de los guardias.

-Genial... lo único que me faltaba-murmura, muy cansado para sentir frustración.

-Me usaron... él me usó... y a vos también... somos sus marionetas... te hizo dar cada paso para llegar a este punto... para tener su ofrenda... fue todo mentira... no iba a darnos nada... nos creo como su culto para que le diéramos a sus soldados... y ahora nos recicla como alimento barato... mano de obra barata, Varg, ¿lo entendés? Soy como como fueron Sargón y Samsu fueron antes que yo.

-Jodete, puto.

-No, jodete vos. Vos te vas antes que yo. Ojalá se atraganten con tu maldita alma.

Estalla un disparo. El rostro de Varg se cubre de sangre y sesos. El cuerpo del Silencioso se desploma, con el arma aún fría en la mano.

-Deus ex machina-murmura el joven, perplejo.

-Salieri ex machina-le responde su camarada.

El demente, revolver en mano, se le acerca.

-¿Vos... qué hacés acá?

-¿Yo? Estoy loco. ¿Cual es tu excusa?

-¿Cómo saliste del hospital? ¿cómo llegaste hasta acá?

-Rompiendo puertas, caminando y manejando.

-¿Sabías..?

-No. No sabía qué ocurriría. Sólo lo intuí. Y vine a rescatar al héroe, como buen Sancho Panza. Ya estuve acá antes, cuando ellos me mataron. Llevo un día vigilando el lugar.

-¿Qué es lo que pasó?

-Creo que acabamos de encontrarnos con Detinjst-Inertan, en persona. O algo parecido. Vos comprendés.

-Ojalá... ya me lo explicarás luego. Tenemos trabajo que hacer.

-¿Mantener a los enfermeros del Ingenieros?

-Llevar a estos chicos a... donde sea que estén a salvo.

-Acabo de darme cuenta de algo.

-¿De?

-Enfermero rima con Ingenieros. Ah, y tengo un revolver.

Varg respira profundo. Contempla la luna en el cielo. Se dice que luego buscará una explicación racional para lo ocurrido. Por lo ponto, bendice la locura.


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Los Silenciosos (7/7)

Los Silenciosos


7. Amanece



Salieri conduce la camioneta con la prudencia de los locos y la tenacidad de los aventureros. Varg descansa su maltratado cuerpo apoyado en la ventanilla derecha. Despertaron a todos en el barrio más cercano. Los niños están a buen resguardo ahora. Un vecino, un policía, quiso interrogarlos. Varg lo noqueó antes de partir.

Van rumbo a otro lugar. Cualquier lugar que no sea Basis. De momento la dirección elegida, casi por azar, es el norte.

-¿Lo habías visto antes, verdad?

-Sí. Me pidió una coima para dejarme tocar en el subte.

-¿Qué?

-Que me pidió una coima para dejarme tocar en el subte, allá en la capital. Le partí el saxo en la cabeza y salí corriendo.

-¿De qué estás hablando, Salieri?

-Del cobani que noqueaste.

-No me refería a él.

-¿De quién hablabas? ¿de la señora del camisón?

-La mitad de las mujeres estaban en camisón...

-La que yo digo era una muy simpática, me ofreció chocolate.

-Te ofreció una ambulancia...

-No, no, eran chocolates. Pero no importa. ¿De quién hablabas vos?

-Olvidalo...

Otro cigarrillo. Los Demonios De La Memoria, piensa. Hay una fuerza ahí afuera -¿pero dónde es afuera?- esperando, acechando. Algo que se alimenta de almas. O eso pareciera. Ahora comprende las menciones a “las potencias” hechas por Ferguson.

Medita en las palabras de Nimrod. Marionetas. ¿De verdad todo lo ocurrido fue una manipulación? ¿o, por otro lado, él decidió cada uno de sus pasos? ¿cual es el alcance de esas fuerzas que circundan lo tangible? ¿cual es la línea que divide lo increíble de lo exacto? ¿y qué es lo exacto? ¿y qué es lo increíble?

¿Quién es él? ¿quién es Ian Varg? ¿y quienes son los otros, Los Silenciosos? ¿qué es Detinjst-Inertan?

De pronto, como una revelación tardía y absurda, lo comprende. Detinjst-Inertan, la Infancia Inerte, no es sino lo que su nombre indica: algo que detiene el crecimiento, a través de la muerte. Y ese poder, tan ligado a la imaginación, que es la inocencia, no es sino la herramienta de esta entidad. Soldados, piensa.

Los Silenciosos han sido un medio todo este tiempo, un medio para enrolar guerreros en las huestes de la siniestra divinidad. Él, el extraño, el otro, era un factor necesario en la ecuación. La fuerza opuesta, indispensable para generar la tensión necesaria para que la teoría se torne acto.

Lo que lo atemoriza, lo terrible de todo el asunto, es que si eso está formando un ejército no es sino porque una guerra se aproxima. ¿Pero contra quien ha de librar una batalla?

¿Quién, o qué, en el mundo puede ser tan poderoso como para enfrentarlo?

-Sólo otros dioses...-murmura Salieri.

-Sólo otros dioses-responde Varg, sin mirar a su interlocutor.

-No. No leo la mente. Leo los rostros.

-No te pregunté nada.

-No importa. Quizás lo pensaste.

Avanzan en silencio con rumbo al mañana. Se avecina una tormenta que ha de cambiar la estructura misma de la realidad. Para siempre.

Antiguas fuerzas, seres desconocidos, moradores de tierras olvidadas y tiempos que no han arribado habrán de converger en un mismo punto.

Por un segundo cree verlos, cayendo desde el cielo, extendiendo sus alas cubiertas de fuego, emergiendo desde el corazón partido de la tierra, materializándose a través de los árboles y el pasto, escarbando el aire mismo.

Recuerda algunos nombres leídos en el libro de Ferguson. Förste, Vinnsluminni-Stór, Vanraeksla-Smár, Sikamlósság, Vrijeme/Junak, Komea, otras entidades, similares a Detinjst-Inertan. Dioses.

Dioses oscuros, retorcidos, de otras realidades, de otros páramos, siniestros en su accionar, letales, mas no omnipotentes.

Dioses que en nada se parecen al Yaveh de los cristianos. No hay piedad ni benevolencia para nadie, porque quizás, sólo quizás, su código moral es, al igual que todo en ellos, supra terrenal.

Más allá del bien y del mal, piensa.

Arroja el cigarrillo por la ventanilla, harto ya, e intenta dormir un poco mientras el sol despunta en el horizonte. La larga noche que ahora llega a su fin indica un nuevo comienzo. Cuando las potencias se expresen en toda su magnitud deberá tomar una decisión, lo siente en los huesos. Deberá elegir un bando. Al igual que todos.

Aún no sabe si los senderos ideados por las divinidades hará que la historia le llame héroe o villano, valiente o cobarde, víctima o victimario. Lo que sabe es que dificilmente pueda quedar al margen de los eventos venideros. En especial, porque no quiere.

En el divagar de su mente ve hazañas sin nombre y criaturas sin rostros, mientras, lentamente, se deja caer en el sueño.

El sol da en la cara de Salieri. Y él canta.

-No one knows what it's like, to be de bad man, the sad man...*


*Fragmento de Behind Blue Eyes (The Who)

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