Los Silenciosos (1/7)

>> martes, 14 de julio de 2009

Los Silenciosos

1. Las cartas

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Los Silenciosos by Diego Nieto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Argentina License.


Las dos mujeres entran a la casa con la vista clavada en el suelo. En la penumbra de una vida que se escurre de su Presente evitan mirarse. Se sientan a la mesa. La más joven prepara te. La otra llora en silencio. Beben sin hablar, sin mirarse. Los sonidos de un mundo vivo -demasiado vivo- se cuelan por las ventanas.

-Se fue muy pronto-murmura la chica, tras unos cuantos minutos.

-Lo sé, hija, lo sé...

-No entiendo como ocurrió.

-Nadie lo entiende. Tu padre era el hombre más sano del planeta. Ese infarto...

-Y las cartas, mamá...

-Las cartas...

-Creo... creo que cambié de opinión. Quiero leerlas.

Silencio, durante una eternidad minúscula, humana, fugaz, lacerante, absurda. Luego, la voz de los mudos señala la razón de los dementes.

-Eso no va a hacerte bien-sentencia la madre.

-Quiero hacerlo.

La mujer suspira ofuscada, con amargura y resignación.

-Vení-le dice y se pone de pie.

Caminan juntas hasta el despacho, el lugar donde aquel hombre falleciera dos días antes. La más joven tiene que morder su lengua para no llorar ante la vista de los conocidos muebles.

-No las toqué. Sólo las leí y volví a dejarlas donde estaban. No sé por qué no las quemé.

-Está bien, mamá. Necesito hacer esto.

-Te va a hacer mal...

-Tengo que hacerlo. Esperame abajo-responde la chica, forzando una sonrisa. La otra asiente y se retira con lentitud.

Ella comienza a leer la primera misiva.

Amor mío,

He hecho cosas que no debí hacer, pero no me arrepiento. Sé que estos son mis últimos minutos y quiero despedirme. No puedo ir a nuestro cuarto donde ahora dormís a darte un último beso. No quiero que veas mi rostro; quiero que me recuerdes como el hombre que te acompañó durante estos treinta años, no como... esto en lo que me han convertido.

Cada momento juntos fue el paraíso. Pero ahora debe terminar. La condena comienza para mí. Quiero que sepas que fuiste mi mundo, aunque no siempre lo demostré. Vos y nuestras hijas, a quienes amo como ningún otro ser humano podría amar jamás.

No se pregunten qué ocurre, no deben saberlo, por su propio bienestar. Sólo recuerden como viví, no se cuestionen mi muerte.

Dejo en sus recuerdos mi afecto y en estas líneas una petición, considerenla mi última voluntad: entreguen, a quien se presente a recogerlo, el otro sobre que dejo en mi escritorio el día 4 del mes próximo, al mediodía, en la fuente de la plaza Chevallier.

Siempre, las tres.


Aturdida, la joven se seca las lágrimas de los ojos y guarda la hoja en el sobre. Su hermana aún debe decidir si leerla o no.

Tras un largo momento de meditación toma la otra carta y comienza a leer.

Camarada

Escribo esta noche al borde de la vida, en los límites de la cordura. Sé que la culminación del libro en el que he estado trabajando ha desatado las potencias, sé que vienen por mí, sé que nada puedo hacer. Intuyo su proximidad. Puedo sentir en mis huesos el frío de su presencia. No sobreviviré. Sólo espero que sea rápido.

Las entidades han estado manifestándose con mayor ímpetu noche tras noche tras noche. Como una advertencia maléfica han acosado mi hogar y mi mundo interior. Sueño con ellas. Veo sus rostros dibujados en la luz de la sangre. Cada mirada que me fue dedicada tenía por motivo hacerme desistir.

Pero he decidido perseverar.

El único ejemplar de Análisis de Detinjst-Inertan está a salvo. Dividido en cinco partes, ha sido enviado a sus custodios, quienes cuidarán de él hasta que vos decidás lo contrario.

Lo que ocurra luego queda en tus manos.

El volumen contiene toda la información que pude recopilar sobre Los Silenciosos, su mitología, su historia y sus crímenes.

Sé lo que nos aguarda tras el umbral. Lo sé tan bien como vos. Esas fuerzas, las potencias, podrían acabar con todos nosotros en cualquier momento. Me he cuestionado en un millar de oportunidades el porqué de esta cruzada que hemos emprendido. Quise abandonar tantas veces...

Cuando camino por una acera desierta y escucho los susurros de sus sirvientes, cuando encuentro en el espejo un rostro que no es el mío, cuando se infiltran en mis sueños para torturarme, cuando veo la sonrisa de mis hijas.

Y luego pienso en esos niños hace once años. Violados, mutilados, sacrificados a ese oscuro dios. Vienen a mi mente los recuerdos de lo que vi y sé que debo seguir por ellos. Por las víctimas. Pero, ante todo, por los que vienen, para que no haya nuevos mártires.

En los últimos días de mi investigación mis pasos se cruzaron con un grupo de individuos que se llamaban a sí mismos La Orden. Ellos me entregaron los datos que necesitaba para concluir el libro. Por lo que pude ver, sus objetivos y los nuestros son similares. Aunque hay algo en ellos que me inquieta. Su mirada no era normal. Su piel, la poca que mostraban, se veía amarilla, como la de un difunto. Me asustan, aún cuando fueron de gran ayuda.

Toda la información recopilada en Análisis debiera ser suficiente para desarticular a Los Silenciosos. Al menos por un tiempo.

El texto está repartido en las manos de cinco hombres diferentes, como ya he dicho.

El primero es un docente de la cátedra de metafísica en la Universidad de Buenos Aires. No te será difícil encontrarlo.

El segundo es un pianista de jazz. Suele tocar en bares poco concurridos en el norte del país. Su base de operaciones se encuentra en la ciudad de Formosa.

El tercero es el intendente de Sol Dormido, en la patagonia.

El cuarto es nuestro amigo en común, herr Stabsky.

El quinto es aquel llamado Salieri, actualmente recluido en el hospital psiquiátrico Ingenieros.

Todas las páginas fueron numeradas del uno al cinco, separadas y enviadas a estos hombres. Ninguno puede descifrar la totalidad del contenido de modo independiente. Esta fue una medida de seguridad. Si ignoran lo que tienen en sus manos será más difícil que las potencias los ataquen.

Cuando tengas este documento en tus manos debería serte posible enfrentar a Los Silenciosos. Según mis cálculos, el éxito de esta misión detendría al culto durante toda una generación, al menos. Fallar equivale a la muerte.

Por supuesto, también podés ignorar esta carta por completo y seguir con tu vida. Es tu decisión.

Hasta siempre, camarada.

Dr. C. H. Ferguson.

Ella guarda la carta en el sobre, confusa. ¿Su padre había descendido a los sótanos de la locura antes de abandonar este mundo? ¿qué son las potencias a las que se refiere? ¿quienes son Los Silenciosos? y más importante, ¿quién es el camarada a quien va dirigida la carta?

Demasiadas preguntas. Demasiadas dudas. Tras una breve pausa algo está claro en su mente, y no es una decisión, es aritmética: el día 4 del mes próximo estará en la fuente de la plaza Chevallier. En persona.


El sol del mediodía abraza a los paseantes solitarios, a los viejos, a los perdidos. Plaza Chevallier se ve llena de vida en medio de un silencio de sepulcro.

Ella lleva quince minutos de deliberado retraso. A medida que se aproxima a la fuente la celeridad de sus pasos disminuye. Contempla las personas en los rededores, en los bancos, en el césped. Hombres, mujeres, niños. Sólo uno llama su atención. Apenas verlo sabe que él es el camarada de su padre.

Está de pie. Contempla el fluir del agua tras los anteojos negros. Las manos en los bolsillos del sobretodo, el cigarro entre los labios, firme pero no como un soldado. La está esperando.

La joven se acerca con lentitud. Se para junto a él. Contemplan ahora, juntos, el alocado y predecible movimiento del agua. No se atreve a hablarle.

-¿Ferguson?-murmura él.

-Es mi... mi papá... yo...-balbucea ella.

-Estaba esperándote.

-Lo sé...

Silencio.

-¿Cuando falleció?-preguntá el hombre.

-Hace dos semanas. Aún no nos explicamos que sucedió. Era muy sano. Nadie comprende ese paro cardíaco. Es inexplicable.

-Entiendo. Tengo entendido que dejó algo para mí.

-Sí. Una carta.

-¿Vas a dármela?

-No si antes no me das unas cuantas respuestas.

-Pregunta.

-¿Quién sos vos? ¿qué relación tenías con mi padre?

-Tu padre y yo eramos... asociados. Teníamos un objetivo en común. Nos conocimos en un funeral, hace tres años.

-Tenían amigos en común, entonces.

-Sí.

-¿Puedo saber quién era el muerto?

-Muerto es una palabra tan fuerte como exacta-afirma él tras un momento de meditación y luego agrega-enterramos a Bernardo Ibshaw.

-¿El periodista?

-El mismo. ¿Recordás las circunstancias de su muerte?

-Sí... papá estuvo furioso mucho tiempo por su asesinato. Nunca hallaron a un culpable, ¿verdad?

-La policía nunca halló a un culpable. Nosotros sí.

-¿Quién?

-¿Recordás en qué trabajaba Shaw al momento de su homicidio?

-Algo relacionado con prostitución infantil.

-Exacto. Bernardo descubrió una red de tráfico de menores. Estaba recopilando información. Lo descubrieron fácilmente. Trataron de intimidarlo, pero él hizo caso omiso. Por eso lo mataron. Tras su funeral se formó un pequeño grupo de trabajo con la finalidad de aclarar el asunto, de traer justicia. Tu padre era un integrante.

-Y asumo que vos sos otro.

-Sí. Ahora sólo quedamos tres de los ocho originales. Bah, dos. Uno está encerrado en un manicomio.

-¿Salieri?

-Sí... ¿Ferguson lo menciona en esa carta que tenés para mí?

-Sí. Tengo más preguntas. ¿Qué es Detinjst-Inertan?

-Es una especie de Dios. Una divinidad que supo ser adorada por algunas tribus de Europa del este, en tiempos precristianos. No hay muchos documentos sobre él. Por lo que averiguamos incluso en la antigüedad fue adorado por un culto hermético.

-¿Los Silenciosos?

-En parte, sí. “Detinjst-Inertan” es un nombre serbio, significa infancia inerte, o infancia muerta, según a quién le preguntés. Los Silenciosos son similares a los ángeles de la mitología cristiana. Interceden entre el hombre y este dios. Los sumos sacerdotes de este culto, los cabecillas, al ocupar su cargo son sometidos a un ritual de transformación que asegura las transmutación tras la muerte.

-No entiendo...

-Digamos que en sus creencias, al morir un sacerdote sucede algo similar a un apoteosis; se supone que el alma del difunto evoluciona y se transforma en un Silencioso, un emisario, superior a un humano. El ritual consiste, entre otras cosas, en la amputación de la lengua.

-Eso es... asqueroso.

-No es lo peor del culto. La terrible verdad es que Detinjst-Inertan exige como ofrenda el sacrificio de niños. De ahí que tengan su propia red de tráfico tráfico infantil. Bernardo vio la punta del témpano y quiso ir más allá, quiso saber más. Por eso murió. Nosotros, quienes lo conocimos, nos propusimos esclarecer el asunto, proteger al inocente, castigar al malvado. Y uno a uno hemos caído desde hace tres años.

La chica siente un escalofrío recorrer su cuerpo mientras la voz de ceniza del hombre inunda sus oídos.

-El primero sufrió un accidente de tránsito, aunque nunca aprendió a conducir. El segundo se ahogó, aunque nunca aprendió a nadar. El tercero fue asesinado en la calle, aunque su cuerpo fue hallado en su propio dormitorio. El cuarto murió en un incendio forestal, aunque su cadáver no presentaba quemaduras. El quinto enloqueció hace unos meses. Y ahora, tu padre. Me pregunto si seré el siguiente.

-Yo... no puedo creer esto.

-¿Por qué no? ¿aún tenés fe en la raza humana?

-¡Claro que sí!-exclama ella.

-Digna hija de tu padre-murmura él, en voz baja, con una sonrisa iluminando su rostro.

Tras un segundo de meditación ella saca un sobre de su cartera.

-Tomá. Es para vos-le dice mientras le extiende la carta.

-Gracias.

-Aún no respondés mi primera pregunta. Aún no me decís quien sos.

-¿Importa?

-Mucho.

-Mi nombre es Ian Varg.

Miran la fuente, absortos en el fluir del agua. En completo silencio. Ambos intuyen -sienten en sus huesos, en sus tripas, en los líquidos que se mueven dentro de sus cuerpos- que una tormenta se aproxima.

Los fantasmas de lo que jamás fue los contemplan desde su inmaterial prisión. Astronautas que no vencieron la gravedad y abogadas que no defendieron a los inocentes, el triunfo de las causas perdidas y la materialización de una utopía los rodean.

Porque nada tienen para perder ya, desafían a las divinidades del pozo, bautizándolos en un ritual de tristeza, de ira, de venganza.

Los marcan, para siempre, con su bendición. Portan la marca de los perdidos. Están condenados.

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