Los Silenciosos (5/7)

>> martes, 14 de julio de 2009

Los Silenciosos

5. Los Silenciosos


No huye. No es su estilo. Además, no lo necesita. Va directo a su casa en busca de algunas herramientas que necesitará. Cápsulas de fenobarbital y máscara antigas de fabricación casera, aerosol de defensa personal, taser.

Se dirige a Basis. La ciudad no está demasiado lejos. Tarda dos horas y media en llegar. Rápidamente se registra en un hotel, aunque no tiene intenciones de pernoctar ahí. Protagoniza un incidente en la calle con unos vendedores ambulantes. Trata de ser visto por todos los medios posibles.

Los silenciosos deben oírlo.

Por la noche se pasea por la zona roja de la ciudad, entre travestis y putas baratas, entre proxenetas y actores porno fracasados, entre hombres solitarios y fracasados crónicos.

En una zona oscura escucha el rugir de un motor muy distinto al resto. Este no avanza con lentitud, contemplando los productos que la vidriera de cemento ofrece, sino que acelera como un bólido, intimidante, peligroso.

Es un auto grande. Un ford falcon verde, de la década del 70. Se estaciona a su lado. Cuatro hombres bajan y lo rodean. Se arrojan sobre él, lo derriban, le ponen una capucha negra, le atan las manos y lo arrojan al baúl del coche.

Recorren la ciudad forzando al máximo el motor del vehículo. No hablan entre ellos mientras se dirigen a su destino. Son seis y conocen a la perfección sus ordenes.

Tras veinte minutos el viaje termina. Arriban a una cabaña en uno de los bosques rodean Basis. Estacionan dentro del amplio garage. Ahí tendrán la intimidad que el plan demanda.

Tres de ellos se dirigen a la parte posterior del auto para sacar a Varg. Al abrir el baúl una ráfaga de gas los ciega. Tosen, se desesperan y, de inmediato, caen al suelo inconscientes. Los otros tres se aproximan a paso veloz mientras su prisionero emerge de baúl con una máscara antigas en el rostro. El primero recibe el disparo del taser en el pecho y cae. Los otros dos desenfundan sus armas de fuego.

Varg salta sobre ellos. Dos balas son disparadas. Una impacta contra una pared, la otra da a la altura de su abdomen. Aún así, alcanza a golpear el cuello del que tiene más cerca, triturándole la traquea. Ambos yacen ahora en el suelo. Uno se asfixia mientras el otro sujeta su costado derecho.

El que queda en pie se le acerca y le apunta directo a la cabeza. La expresión vacía hiela la sangre del caído, pero eso no basta para paralizarlo. Desde el suelo patea la muñeca de su contrincante y de inmediato da un segundo golpe directo a la entrepierna. El otro cae. Como puede se aproxima y le rompe una cápsula de fenobarbital en la cara.

Lentamente se pone de pie. Se quita la máscara. Examina su abdomen. Está bien. Aunque duele, y mucho, la bala no le rompió las costillas. El chaleco de kevlar bajo sus ropas cumplió con su objetivo.

Se vale de lo que encuentra en el garage para asegurarse de mantener inmóviles a sus captores. Cuerdas y cinta de aislamiento bastan.

Toma a uno, al que dejó fuera de combate con el taser, y lo ata a una silla. Luego examina el lugar. El interior de la casa es normal. No obstante, el sótano está acondicionado como una cámara de tortura. Incluso hay cuatro celdas ahí dentro.

Regresa junto al auto. Ninguno ha despertado. Aquel cuya traquea fuera destrozada está muerto ahora.

Hace un esfuerzo más y traslada a las jaulas a los cuatro que quedan. Los aloja por separado. Se lleva las llaves y las guarda bajo una alfombra. Finalmente enciende un cigarrillo y trata de apaciguar su mente para lo que vendrá.

Treinta minutos pasan. Vuelve a chequear al que dejó en la silla. Está consciente ahora.

-Estás despierto-dice.

El otro no responde.

-Tenemos que hablar.

El otro no responde.

-Necesito información. Quiero saber quienes son tus superiores. Y quiero saberlo ahora.

El otro no responde.

-¿Sabés lo que es esto?-pregunta y saca de su bolsillo un alfiler-es un objeto ligado al amable arte de la fabricación de vestiduras. Cuando un grupo de inútiles intenta secuestrarme no termino por sentirme muy amable. Al contrario.

El otro no responde.

Sin agregar palabra, Varg posiciona la punta del objeto entre la uña y la yema del dedo índice derecho de su prisionero. Observa su rostro, aún inmutable, y da un golpe en la cabeza del alfiler. El otro reprime un grito de dolor.

-¿Ahora estás listo para hablar?

El otro no responde.

-Que así sea-murmura y enciende un cigarrillo. Le aplasta la braza contra el ojo izquierdo. El otro grita, aulla e insulta con la furia de un millar de demonios.

-Bien. Ya hablás, ya hicimos un progreso. ¿Quienes son tus superiores?

-Mi superior es Detinjst-Inertan-le responde, con voz ronca y articular pausado.

-Ya veo. ¿Dónde puedo encontrar a los otros silenciosos?

-Nadie nos encuentra. Nosotros encontramos a quien necesitamos.

-Voy a poner eso a prueba.

-Nunca habías tenido prisioneros antes, ¿verdad?-pregunta el tipo de la silla.

Varg no responde.

-No sos policía. Y no sabés torturar. Ni conocés las reglas básicas, como no golpear la cabeza primero, porque atonta al interrogado. Ya sobreviviste. Podrías irte ahora. Desaparecer. En África jamás iríamos por vos. ¿Por qué insistís? ¿es que querés suicidarte y no tenés el valor para saltar desde la mesa con la soga al cuello?

-Hago esto por quienes no pueden defenderse por sí mismos. Porque sé lo que hicieron con esos críos, porque vi su cámara de torturas en el sótano. Y porque quisieron matarme, sí, pero sobretodo porque hay que luchar contra los monstruos; porque hay que vencer la inercia de los hechos.

-No voy a decirte nada. Podés matarme ahora mismo.

Silencio.

-Lo sabía-murmura-no tenés agallas para hacerlo, ¿verdad?

-No soy un asesino.

-Mataste a mi compañero, al que está tendido allá-acota, señalando con la cabeza al que yace en el suelo, muerto por asfixia a causa de su triturada traquea.

-Era él o yo. No tuve elección.

-Siempre dicen lo mismo. Pero la verdad, la única verdad, es que todos somos asesinos. Algunos lo bastante valientes como para matar siempre. Otros demasiado domesticados como para atacar a un tipo atado a un silla.

Varg aulla, poseído por el odio. Lo toma por el cuello, presiona y un segundo después lo suelta.

-Parece que todos podemos cambiar, a fin de cuentas-dice el Silencioso.

Le sonríe. Camina hacia la casa. Busca las llaves que guardó bajo una alfombra. Baja al sótano. Toma un caño de metal que se encuentra sobre una mesa de examinación. Entra a una de las celdas y golpea repetidas veces al prisionero. Le quita sus efectos personales. Repite la operación con los otros tres. Vuelve a esconder las llaves y regresa al garage. Examina al muerto.

-Todos tienen billeteras. Todos tienen celulares-dice.

-¿No creerás que eso será suficiente para encontrar lo que buscás, verdad?

-De hecho, sí lo será.

Toma un papel y comienza a escribir los números en común que figuran como llamadas entrantes en los cinco teléfonos. Toma nota, también, de las identidades de sus atacantes. Direcciones, nombres, números de documento.

-Tu teléfono y tu billetera-gruñe cuando ha finalizado.

-No voy a darte nada.

Varg se harta. Toma un martillo, se acerca al Silencioso y lo golpea en un rodilla insistentemente, hasta destrozarle los huesos por completo.

-Tu teléfono y tu billetera.

-No.

Le parte las costillas con la herramienta mientras las gritos de dolor del vencido oponente sólo aumentan su furia.

-Tu teléfono y tu billetera.

-¡¿Por qué no los sacás vos de mi bolsillo?! ¡no voy a rebajarme a cooperar, sería una deshonra!

Lo tira al suelo y comienza a romper la silla a martillazos.

-¡Soltame, hijo de puta!

Ahora la madera ha cedido y el pesado de metal choca una y otra vez contra la espalda del indefenso homicida.

-¡Basta!

Apoya sus rodillas sobre los hombros y le golpea los dedos, la mano, el antebrazo.

-¡Dejame!

Se para. Lo arrastra de una pierna hasta la entrada del garage, lugar donde hay un toma corriente. Golpea la pared con el martillo hasta hacer un hueco. Tira de los cables con intención de darle una descarga eléctrica, pero se queda con los alambres en la mano. Frustrado, emite un aullido de ira y patea la boca del estómago de su contrincante.

Se aleja, arroja el martillo y toma una de las patas de la silla.

-Te presento a a mi amiga, La Pata De La Silla De La Verdad. Ella quiere saberlo todo. ¿Vas a decirmelo?

-Chu...pame la pija...

Asesta un golpe a las nalgas.

-¡Hablá a la La Pata De La Silla De La Verdad!

La columna.

-¡Respetá a La Pata De La Silla De La Verdad!

La cabeza.

-¡Obedecé a La Pata De La Silla De La Verdad!

Los testículos.

-¿Qué?-pregunta Varg mirando el ensangrentado objeto en sus manos-¿querés que lo torture para que hable? ¿escuchaste, vos? La Pata De La Silla De La Verdad quiere que te torture. ¡Pero no puedo hacer eso, no soy una bestia sin madre!

-Por... favor...-murmura el otro mientras vomita un chorro de sangre.

-No puedo torturarte. ¡Pero tampoco puedo negarme al mandato de La Pata De La Silla De La Verdad!

Camina hacia el Falcon, rompe el parabrisas de un golpe y toma una de las esquirlas.

-Quizás si te castro...

-Ma...tame...

-No puedo hacer eso. No soy un asesino. Tampoco puedo torturarte. Debo transformarte, ya que como Silencioso no vas a cooperar, quizás si te convierto en otra cosa lo hagás. En algo distinto. Un eunuco, para comenzar. Y si eso funciona intentaremos con un rengo. Luego un manco. Y... ¿quién sabe? Quizás hasta descubramos formas de ser nuevas en este viaje, vos y yo.

Le baja los pantalones y observa detenidamente, con un cierto grado de asco.

-Voy a necesitar guantes-comenta.

-Ma...ta...me...

-No.

Camina con rumbo a la casa cuando la voz del otro lo detiene.

-Ave...nida... Ruma...nia... al... seis...cien...tos... una ca...sa de dos plan...tas... fa...cha...da gris.

-¿Ahí se reunen los tuyos? ¿es su sede?

-Sí...

-¿Cuantos son en total?

-De...ma...siados...

-¿Quienes son los líderes?

-El... magus es... Nim...rod...

-Dame su nombre real.

-No... lo... sé...

-¿Hay guardias armados?

-Siem...pre...

-¿Cuantos?

-Co...mo... vein...te...

-¿Cómo puedo entrar sin ser visto?

-Sóta...no... fon...do

-¿Cuando es la próxima reunión general?

-Ma...ña... por... la no...

-Mañana por la noche, sí. Creo que con eso será suficiente para mí. La Pata De La Silla De La Verdad está satisfecha. Podés irte caminando cuando quieras.

-Por... fa...vor... ma...tame...

-No. Ya me lo dijiste: no soy un asesino.

Varg reune sus cosas y se marcha. Una vez fuera del lugar corta la electricidad, sin saber bien por qué. Tarda en orientarse, pero finalmente consigue dar con la dirección correcta que ha de llevarlo al centro de la ciudad. Se refugia en un motel. Pasa el día siguiente preparándose. Llegado el ocaso se dirige a la avenida Rumania.

Click para ir a la parte 6

Publicar un comentario

  © Blogger template Webnolia by Ourblogtemplates.com 2009

Back to TOP