Wolfquest

>> domingo, 29 de noviembre de 2009




Existen simuladores de todo tipo. De conducción de vehículos, de construcción de ciudades y sociedades, de gestión institucional, de relaciones sociales y, ahora, ¡también un simulador de lobos!

Wolfquest es un software desarrollado por el zoológico de Minesota y eduweb con el propósito de introducir a la gente en la verdadera naturaleza de uno de los animales más misteriosos que pueblan el mundo.

Las opciones de personalización del animal que encarnaremos son mínimas (tonalidad del pelaje, género y algunos atributos, apenas) pero eso no quita mérito al proyecto.

En el juego se deberá alimentar al lobo (se podrá cazar liebres y búfalos), buscarle un/a compañero/a para iniciar una manada y luchar contra adversarios (coyotes, osos e incluso otros lobos).

El software posee soporte multijugador para que hasta 5 personas interactuen de modo cooperativo en una partida online.



Es muy claro el estudio del animal que fue realizado por los desarrolladores. Los movimientos son muy realistas, así como la ambientación de los escenarios (puntualmente, el parque Yellowstone, en Minesota). La banda sonora es adecuada.

Para cazar o buscar a los oponentes se puede utilizar la "visión olfativa", que nos permite rastrear tanto presas como aliados.

Pueden ver un video ACÁ.

El juego, completamente gratuito, puede ser descargado desde la página oficial de Wolfquest.

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Entrevista a Osvaldo Bayer

>> lunes, 23 de noviembre de 2009

Un reportaje de Rosario Lufrano al historiador anarquista autor de Los Vengadores De La Patagonia Trágica y Severino Di Giovanni, El Idealista De La Violencia, entre otros libros.

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Un Siglo Después...

>> sábado, 14 de noviembre de 2009




Ramón Falcón fue un militar destacado en la infame “conquista del desierto”. Le llamaron “conquista” y “desierto” por esas burradas históricas pro-fascistas. Ni se conquista un desierto (se ocupa, a lo sumo) ni era desierto lo que conquistaban: estaba lleno de indios. Pero como para el huinca el ranquel y el mapuche no son personas, sino animales, la triste expresión permanece hasta nuestros días.

Tras finalizar esta ingnominia histórica, esta mancha en la consciencia de los pocos hombres blancos no derechistas que quedamos (me incluyo, a veces con vergüenza por el color de mi piel), Falcón, de regreso en Buenos Aires, fue nombrado Jefe de la Policía Federal Argentina en 1906.

Llamarlo brutal es insultar a los brutos del mundo. Fundó la escuela de policía que, aún en la actualidad, lleva su nombre.

Falcón odiaba profundamente las ideologías de izquierda casi tanto como a la “lacra social inmigrante”.

En aquel 1906 ordenó reprimir los actos de diversos sindicatos en conmemoración a los mártires del 1ro de mayo. Hay que tener en cuenta que el día internacional del trabajador (en memoria de los 8 anarquistas -5 ejecutados y 3 encarcelados- que iniciaron la cadena de eventos que conquistó la jornada laboral de 8 horas) en Argentina fue nacionalizado, la figura de los mártires fue omitida y se consideró otra actividad de la derecha católica.

La represión antes nombrada, protagonizada por 120 policías a caballo, dejó un tendal de cadáveres.

En 1907 obreros que habitaban los conventillos porteños se negaron a aceptar un incremento en los aranceles, lo cual motivó protestas en las calles.

Para julio, con auxilio del departamento de bomberos, Falcón logró expulsar de los decrépitos edificios a los inquilinos, quienes quedaron desamparados sin auxilio del estado ni de sus antiguos empleadores. El frío no los mató debido a un único factor: los sindicatos anarquistas que formaron campamentos para mantenerlos a salvo. Se les entregó ropa, comida y albergue. Precario, pues los recursos eran magros, pero efectivo.

El 1ro de mayo de 1909 Falcón ordenó una nueva represión. Esta vez el blanco fue una manifestación anarquista, convocada por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). El resultado fue 11 muertos y decenas de heridos graves, que en su mayoría murieron en los días siguientes.

Cuando se iniciaron los funerales, Falcón ordenó dispersar por la fuerza a más de 60.000 personas que acompañaban PACIFICAMENTE los feretros. Otras 4000 personas, que pretendían presentar sus respetos directamente en el cementerio de La Chacarita, fueron agredidos a balazos por la policía.

Luego se clausuraron los sindicatos de todos los partidos de izquierda. Los órganos de prensa La Protesta y La Vanguardia, anarquista y socialista respectivamente, fueron incinerados por policías con ropa civíl y... civiles.

Tras estos hechos, un comité formado por la FORA, la UGT y el Partido Socialista obtuvo, por vias politicas, la libertad de las personas detenidas así como la reapertura de sus sindicatos. Pero no se consiguió la renuncia de Falcón, quien tenía apoyo de La Bolsa de Comercio y La Cámara de Cereales, entre otras entidades patronales.

El 14 de novimbre, presa de la indignación, un joven anarquista ruso de 18 años, Simón Radowitzky, hizo uso del sagrado derecho: matar al tirano.

Falcón regresaba del funeral de un policía. Simón tiró una bomba casera al carruaje en el que viajaba el genocida, quien murió horas más tarde.

El libertario corrió pero pronto se vio rodeado por la policía, por lo cual se encogió de hombros, sacó un revolver, gritó “¡Viva la anarquía!” y se dio un tiro en el pecho.



No murió. Fue trasladado al hospital más cercano. La bala no había tocado ningún órgano.

Lo enjuiciaron y sentenciaron a muerte. La ejecución no se llevó a cabo porque Simón comprobó -o logró engañar a todo el mundo- su edad: era menor. A principios del siglo XX las mujeres y los menores no podían ser condenados a la pena capital.

Intentó huir del primer penal en el que estuvo recluido, por lo cual fue trasladado a Ushuaia.

La cárcel en Ushuaia es a sudamerica lo que las antiguas prisiones en Siberia a Europa. En general, nadie volvía de ahí.

El anarquista fue atacado salvajemente durante toda su estancia en el penal. Cuando se acercaba el aniversario de la muerte de Falcón, Radowitzky era recluido en confinamiento solitario y alimentado sólo con pan y agua.

Lideró una huelga de hambre entre los reclusos, por mejoras mínimas, que terminó en uno de los hechos más atroces que pueda sufrir un ser humano: fue violado por el subdirector de la cárcel y tres guardias.

Enterados del hecho, los órganos de prensa anarquista denunciaron la miserable agresión. Se ejerció presión suficiente para sumariar al subdirector y retirarlo de su cargo.

Los anarquistas de sudamerica intentaron liberar a Simón en una oportunidad. Con un velero, un traje de guardia y un poco de connivencia el libertario logró huir. Cerca de Puntarenas, Chile, fue recapturado.

Las represalias del sistema fueron horrendas: dos años de confinamiento solitario con media ración de alimento.

Los organismos ácratas enviaron dinero a Radowitzky, quien lo usó para comprar libros y medicamentos para los enfermos.

Yrigoyen fue exortado a liberarlo en infinidad de ocasiones. El indulto llegó el 13 de abril de 1930.

Lo terminan expulsando a Uruguay. Trabajó como mecánico y luego como mensajero, hasta que llegó la dictadura Uruguaya, que lo detuvo. Tres años pasó el anarquista encerrado en una prisión-sótano, hasta que fue liberado por una facción de resistencia anarquista. En Montevideo lo apresaron una vez más. Una vez más fue liberado.

Se dirigió a España, a luchar contra el franquismo recientemente sublevado contra la Segunda República. No usó armas. No asesinó. Su trabajo en las milicias fue el de proveer de alimento a los soldados.

Tras la derrota marchó a Francia y luego a México.

De nuevo en América, trabajó en una fábrica de juguetes durante 16 años.

Murió el 4 de marzo de 1956, tras un paro cardíaco.

Hoy hay monumentos, calles, avenidas y una escuela de policías llamada Ramón Falcón. Ninguna plaza, siquiera, para Radowitzky.

Un siglo después los anarquistas del mundo no olvidamos el valor de este hombre.

Los tiranos, a pesar de todo su poder, prepotencia y altanería, aún recuerdan que ni siquiera ellos están a salvo de la voluntad de un solo hombre libre.

¡Viva la anarquía!

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Culpa / Un Diálogo

-¿Pero por qué mierda lo hice?-murmura en la penumbra.

La mujer, dormida, se da vuelta en la cama. Él está sentado al borde del mueble y preferiría que a sus espaldas no hubiera más que ese sempiterno vacío que lo persigue, que lo acosa y lo derriba, que lo sofoca y lo atormenta.

Pero no. Hoy el vacío no está a sus espaldas. Tras de él está la chica. Y el vacío en su interior.

Agarra su cabeza con ambas manos. Mira el suelo. Sostiene entre los dedos índice y mayor de la mano izquierda el cigarro, antes tabaco y papel, ahora ceniza.

-¿Por qué?-repite.

Un suspiro. Ella se da vuelta en la cama, una vez más. Él se gira. Quizás la despertó. La blonda melena le cubre el rostro. Mejor así, piensa. No quiere verla. No quiere estar ahí.

Se pone de pie. El pantalón. Las botas. La remera. Guarda en los bolsillos los pocos efectos personales que llevó al encuentro. Una billetera, un encendedor. Toma un papel y un bolígrafo de la mesa de luz. Garabatea unas palabras de despedida. Termina la nota con un cortez, pero hipócrita, “te llamo”.

Camina sin hacer ruido. Sale del dormitorio. Abre la puerta. Desliza la llave por debajo y toma el ascensor.

Una vez en la calle respira profundo. Camina bajo la lluvia veraniega. Podría tomar un taxi, pero es mejor así. Necesita ordenar sus pensamientos. El agua golpeando su rostro le ayuda a pensar. Son las dos de la madrugada. Es demasiado temprano para volver al claustro. Se detiene en un bar.

Otro rincón de la ciudad donde construir una barricada, piensa. Es oscuro y húmedo. Sólo la barra está bien iluminada. En especial el área donde descansa la caja registradora. Se sienta frente al barman, un tipo enorme y tuerto.

-¿Qué te sirvo, pibe?-le dice el hombretón.

-Whisky. Solo. ¿Se puede fumar acá?

-Esta noche sí-responde, sin mirarlo, mientras le da el trago.

Bebe con lentitud. Deja que el poderoso líquido queme su garganta. Le hace falta sentir el ardor. Fuma. Desde algún equipo de audio se escucha la voz de Steve Wilson. Buying New Soul.

Dried up, a guitar upon my knee
I should have sold out when the devil came for me
Dig a hole and throw it out to sea
Break the code, how happy I could be


Escucha la puerta abrirse una vez más, pero no le presta atención. Otro refugiado que huye de la lluvia o de la ciudad, otro corazón roto o, quizás, sólo otro alcohólico que sabe muy joven la noche como para arañar, ahora misma, las sábanas de su cama.

-¿Siempre solo vos?-le pregunta una voz a sus espaldas.

Suerte. Puta suerte.

Medio millón de personas en la ciudad y tenía que ser ella quien cruzara la puerta.

-¿Existen las coincidencias?-le pregunta mientras, con un gesto, pide otro trago al barman.

-Depende a quién le preguntés. Vos siempre vas a decir que no.

-Y vos siempre vas a decir que sí. ¿Como has estado, mujer?

-Cansada. Atareada. Y un poco aburrida.

Él la mira y le regala una mueca de fastidio. A ella no parece molestarle.

-¿Novia?-pregunta mientras se acoda a la barra, con el rostro directo a la salida.

-No.

-¿No tener novia?

-No tener la novia que quiero, en todo caso. ¿Importa?

-Un poco. Esperaba una llamada tuya.

-No tengo teléfono, lo sabés.

-Hay cabinas.

-No me gustan las cabinas.

-¿Te gusta algo?

-Dos o tres cosas... un buen whisky, por ejemplo.

Ella se sonríe y baja la mirada. El enciende otro cigarrillo y le ofrece el atado. Ella acepta.

I still wave at the dots on the shore
And I still beat my head against the door
I still rage and wage my little war
I'm a shade and easy to ignore


-Me siento como la mierda, Julieta-murmura.

-¿Ahora qué hiciste?

-Lo usual. Robé un tren, maté una docena de policías, incendié una iglesia, amenacé a un par de agentes de la CIA y, finalmente, puse una bomba en el pentágono.

-Lo que se dice una noche ocupada...

-Seh...

Él contiene un eructo y se apresura a pedir más alcohol.

-¿Tomás algo?-pregunta.

-Ya tomé mucho por una noche. Vos no deberías tomar más.

-Es apenas el tercero.

-Si llegás al quinto sabés donde vas a terminar...

-Sí, durmiendo en tu sofá, igual que la última vez.

Ella ríe. Ríe con ganas, aún cuando sabe, con total certeza, que es la verdad. Sin metáforas ni adornos, sin exageraciones ni omisiones: la verdad.

White wall, I had to paint a door
I always find that I've been through it before
Close it up and throw away the key
Break the code, how happy I could be


-Y bien... ¿vas a decirme quién es ella?

-¿Ella?

-Sí, ella. La que te puso así.

-¿Cual de las dos?

-Ah... era con ménage à trois la cosa.

-Nah... ¿segura no querés un whisky?

-Te dije que no. Escuchame, ¿estás jugando a dos puntas?-la voz de la chica tiembla un poco.

-No. Nunca podría hacer eso, lo sabés. Es decir, con una ya me cuesta...

-Sí... ¿entonces?

-Entonces... hice algo muy estúpido. Y no sé por qué lo hice.

-Vos vivís haciendo cosas estúpidas...

-Ajá...-dice él, molesto.

-No respondás así. No tiene mucho sentido pero es así.

-¿Y por qué no tiene mucho sentido?

-Porque sos una de las personas más inteligente que conocí en mi vida. No entiendo como es que hacés una boludes tras otra.

-Vos no me entendés...

-¿Y vos sí te entendés?

-¡Claro que no! ¡si me entendiera viviría mucho mejor!

-Más alto, un tipo en Canadá no te escuchó.

Él deja salir un gruñido.

-Estoy cansado, Juli-dice tras unos segundos.

-Todos lo estamos.

-No como yo...

-Siempre tan único y especial...

-¿Y? ¿acaso no es lo que ustedes me hicieron creer?

-Eso no importa ahora.

I woke up and I had a big idea
To buy a new soul at the start of every year
I paid up and it cost me pretty dear
Here's a hymn to those that disappear


Fuman lo que queda de sus cigarrillos en silencios. Escuchan la música. No se miran. Y cuando lo hacen no es como antes. No hay pasión, sólo el vago afecto de algo que debió ser pero que jamás será. Hubieramos sido una buena pareja, piensa él.

-¿Me vas a contar lo que pasa sí o no?-dice ella cuando se cansa de no hacer nada.

-Acabo de usar a alguien-comenta él, con pesar, tras un momento de meditación.

-Ajá...

-Quiero a alguien con quién no puedo estar. Así que salí a seguir mi vida, tras lamentarme un tiempo. Y...

-Y...

-Y eso... acabo de usar a alguien. Es horrible, e imposible de evitar, pensar en una persona que no está bajo tu cuerpo cuando...

-Sí... ¿vas a volver a verla?

-No creo.

-Te entiendo... lo que no entiendo es por qué te hacés tanto problema. ¿Ella siente algo por vos?

-No que yo sepa.

-Vamos... fue una noche.

-No entendés... no sé por qué lo hice.

-Seguís repitiendo eso.

-Claro que lo repito.

-Sabés por qué lo hiciste...

-No, no lo sé. Dejame en paz.

-Vamos...

-No soy de los que sufren la soledad.

-Ni de los que confunden sexo con afecto, lo sé. Te conozco hace mucho tiempo, ¿te acordás?

No responde. Pide otro whisky.

-¿Sabés como se sigue adelante?

-¿Caminando?

-Sí. Así de fácil: caminando.

-No quiero caminar. Afuera llueve y moverme en circulos no es lo mío.

-¿Qué estás esperando?

-Un milagro... creo.

-Cosa rara para un ateo, ¿no?

Él le sonríe. Empina el trago. Fondo blanco. Arde, garganta.

-¿Vas a tomar otro?

-No.

-¿Venís conmigo?

-Tu sofá no es para mí hoy. Creo que voy a caminar.

Ella se pone de pie. Quiere irse. Pero también quiere decir algo más.

-Hablá, mujer.

-Sos un masoca.

-Sí, eso dicen.

-No, te hablo en serio, sos un masoca. ¿Por qué te torturás así?

-Está en mi naturaleza, creo.

-¡Naturaleza mis ovarios!-dice, iracunda-¿cuantas veces hablamos de esto?

-Doce. Trece con esta, si decís lo que creo que vas a decir.

-Dejate de joder con el “si decís lo que creo que vas a decir”. Siempre decís eso. A todo el mundo. Y siempre te equivocás. Con todo el mundo.

-¡Bien!-exclama él-¡iluminame!

-Sos un masoca.

-Eso ya lo dijiste.

-Te carcome la culpa porque estuviste con alguien para cubrir el vacío que te genera no salirte con la tuya. Esa es la verdad. Ni amores imposibles ni revolución teóricas ni chicos muertos. Te duele no poder cumplir tus caprichos de renegado urbano, afecta esa imagen tuya de rebelde con causas. Ese es tu problema.

-No.

-¿No?

-¡No!

-Tengo razón y lo sabés.

-No, no tenés razón. Yo... la quiero.

Silencio. Julieta está aturdida.

-Eso nunca termina bien-dice cuando se repone.

-No es una de mis causas perdidas...

-¿Seguro?

-Sí. Es...

-Especial, sí. Digo... tiene que ser especial para que...

-Dejalo ahí.

Ella se sienta a la barra. Saca de su bolso un celular. Envía un mensaje de texto.

-Whisky-dice la joven al barman.

Él la mira, contrariado.

-Hoy dormís en mi sofá.

-Si llegamos.

-Si llegamos.

-No hace falta que hagás esto.

-No importa. Quiero hacerlo.

-Odiás el whisky.

-Ese no es motivo para no compartir penas. Además, cuando te de cuerda no vas a parar más.

-¿Darme cuerda?

-Sí... contame como es ella. Quiero saberlo todo.

-Bueno...

Y él comienza la narración. Retrata con palabras y gestos, con silencios y miradas, a su musa. Narra proezas del espíritu humano, hieráticas complicidades, omite lo que no debe ser repetido, pues le fue confiado como un secreto, mientras sus ojos brillan con la furia de un millar de estrellas en combustión.

La chica se emociona con cada detalle. Con cada pequeño trozo de distante realidad que llegue a su percepción a través del monólogo de su interlocutor.

Y el whisky y el tabaco se llevan la noche junto con la lluvia para dar paso al sol y a un calor asfixiante, hasta que los echan del lugar. Y en una plaza cercana continúan, vigilados por el terrible Tercer Ojo de Urbania.

La culpa incoherente de los corazones desorientados sólo puede ser mitigada al descubrir a un viejo amigo en el rostro de un congénere. Porque no hay culpa, merecida o inmerecida, que no provenga del interior, del vacío que deja la esperanza que debió morir. Y no hay dolor que no deba ser compartido.

Sólo tenemos la sombra de la comprensión para cubrir los pozos del tormento.

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Agua



Agua en la luna...

No estamos solos en este universo de mierda, ¿verdad?

¡Ja! ¡No estamos solos escribí!

Y en la entrada anterior digo... que me siento solo.

Ya está, me harté. SEÑORES EXTRATERRESTRES: [bacterias que habiten las aguas selenitas incluidas] ¡POR FAVOR LLEVENME CON USTEDES!

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Feeling Lonely

>> viernes, 13 de noviembre de 2009



Feeling lonely, feeling sad... under the rain... is really someone out there, waiting for me?

Fuck off.

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Midnight Nation



Midnight Nation es una novela gráfica escrita por J. Michael Straczynski (autor, entre otras cosas, de Rising Stars y Supreme Power) y dibujada por Gary Frank (lapices) y Jason Gorder (tintas).

La trama gira en torno a David Grey, un detective del departamento de homicidios, que investiga una serie de casos atroces relacionados con la venta de drogas.

Lo que en un comienzo parece un policial negro digno de Raymond Chandler, deviene en una personal obra filosófica que aborda conceptos como la soledad, la miseria, el bien y el mal desde una óptica que carece de las divisiones absolutistas de la teología.

David cae a "el otro lado", un espacio-dimensión que coexiste con la realidad, que es parte de ella, pero que está olvidada. Ahí van todos aquellos a quienes el mundo ya no presta atención.

Unos seres insustanciales (Los Hombres) le robaron el alma. Tiene menos de un año para recuperarla o se transformará en uno de ellos.

Por supuesto, el Gran Héroe no está solo. Será asistido en todo momento por Laurel, una enigmática mujer capaz de hacer temblar a las fuerzas enemigas con solo pronunciar su nombre.

Es un road comic. Once de los doce números que le tomó a Straczynski contar la historia transcurren en el camino a New York, camino que debe ser recorrido a pie, ya que sólo Los Hombres poseen vehículos.

Originalmente fue publicada mensualmente dentro la línea Top Cow/Joe's Comics de la editorial norteamericana Image.





El Aspecto Filosófico

David y Laurel no están solos. Esporádicamente cruzarán caminos con un sujeto misterioso. Si bien no es difícil imaginar su identidad -su nombre jamás es dicho de modo explícito- hay una pequeña vuelta de tuerca en la figura mítica de este personaje que lo hace, cuando menos, memorable.

Hay que entenderlo: el viejo Joe utiliza a este tipo como vehículo para sus ideas más intimas.

La naturaleza del mal es la miseria, afirma hasta el cansancio. No existe conducta aberrante per se, sino una falla intencional en lo que llamamos existir. Y el motor de la miseria es la esperanza. Hay un negativismo extremo. ¿Sartre? No. Debo decir que no. O quizás sí, pero en un grado MUY inconsciente.

Esto es una obra catártica.

La esperanza es el cebo que utilizan para que hagas lo que quieren. La esperanza es la trampa que el mundo te tiende cada noche cuando te vas a dormir. Y la única razón que te hace levantarte por las mañanas es la esperanza de que ese día será mejor.

Pero nunca lo es, ¿verdad?

Cuando aprendas que la esperanza es una mentira, entonces y sólo entonces, de todas las reglas, las expectativas, la culpa.

La muerte de la esperanza es el nacimiento de la libertad.

Ven y abrázala, si quieres.


El Tipo Misterioso, Midnight Nation #10






Como siempre, la pluma J. Michael Straczynski es áspera, cruel, brillante. Una vez más hace gala de un talento único para deconstruir frases hechas y darles un sentido que excede sus propios límites, como esa inolvidable frase de The Poet en Rising Stars "Who wants to see the hell in birds-eye view?!" o el no menos certero "Bring on the pain!" dicho por Laurel en el primer número de este comic.

La versión en castellano fue publicada hace unos años por Planeta-DeAgostini, para la Unión Europea, y luego en un tomo recopilatorio por Norma Editorial, pero yo miraría ACÁ para leerla en los próximos minutos.

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Capítulo I: Un Miserable

>> miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sueña Conmigo

Volumen II: Los Inmortales


Capítulo I

Un Miserable



Él mira el vacío. Fuma en silencio. Intenta, quizás, encontrar algo en su memoria. Una imagen. Un sonido. Quizás, algo relacionado con una mujer. Sí. Es eso. La sonrisa de una chica. ¿Pero cual? ¿Cual chica? ¿y cual sonrisa?

Dos milenios han transcurrido. Y el tiempo no camina más rápido para ellos, Los Inmortales. Tal vez, incluso, la procesión de los días es más lenta para ellos que para los hombres.

¡Hombres!

También, a su modo, pertenecen a la especie humana. Han nacido de vientre de mujer. Fueron amamantados, casi todos ellos, por los pechos de la lozanía, por el ardiente deseo de una juventud ajena. La suya transcurrió muy rápido. Son viejos ahora. Eso han sido siempre: viejos. Los pocos años de la niñez no pueden compararse con milenios de decrepitud. Aunque sus células se estancaron en la edad adulta y ni siquiera tienen canas tienen total conocimiento de su permanencia. Han visto surgir y caer imperios.

Y poco les importa.

-¿De verdad creés que eso va a matarte?-dice una voz.

-No. pero me ayuda a pensar-responde, sin darse vuelta a mirar a su interlocutor.

-Pues que bueno. Ya sos grande como para saber que el cigarrillo no causa cáncer ni enfisema.

-No. No a nosotros al menos. Me agrada verte de nuevo, Caín.

-Siempre es un placer, Lázaro. ¿Cuanto tiempo ha pasado desde la última vez?

-¿Qué año es este?

-2009.

-¿Qué mes?

-No tengo idea. Pero es casi verano.

-Sí... estamos cerca de 2010. Eso significa que nos vimos por última vez hace 233 años.

-¿Un 4 de julio, verdad?

-Verdad.

Silencio.

Caín se para junto a Lázaro. Junto a él mira la calle. El vacío. El gris y distante asfalto. Las personas que vagan como diminutas hormigas, de un lado a otro, sin generar cambios; las personas que viven una existencia repleta de dolor, sufrimiento y miserias. Y no pretenden cambiar eso.

-Miserias...-murmura Lázaro.

-Demasiadas.

-El plan del Soñador, Caín... ¿estuviste ahí, verdad? Estuviste en esa batalla.

-Sí.

-¿Cómo fue?

-Matámos ángeles. Muchos ángeles. Yaveh liberó a Mitra. O lo que quedaba de él. Morpheo la enfrentó. No pudo vencerla. Al final Yaveh tuvo que desarmar su arma de destrucción masiva. Un mortal metió la nariz en todo el asunto. Mostró a la gente el verdadero rostro e intenciones de su creador.

-Lo supuse... para lo que sirvió.

-Eventualmente dejará de existir. Lo sabés.

-¿Pero cuanto es “eventualmente”, Caín? ¿cuanto tiempo más?

-No lo sé. Tal vez otra centuria.

-¡Otra centuria! ¡el tiempo se arrastra como un caracol acá abajo, en esta prisión de tierra y agua, de aire y smog!

-Tenés todo el tiempo del...

-...mundo, sí, y ese es mi problema. Estoy cansado, compañero. Muy cansado.

-¿Qué querés, Lázaro?

-Morir-murmura. Cierra los ojos. Baja la cabeza. Aprieta con fuerzas la baranda de la terraza. Contiene las lágrimas.

-Yo no-dice Caín.

-No te entiendo. Llevás en esto mucho más que yo. ¿No estás cansado?

-Soy el primero de los asesinos. La historia me pertenece. Soy el pasado, ¿cómo podría dejar de existir? Viviré por siempre. Y siempre viviré por mí. No existe modo de desistir. Al principio, durante mis primeros años como portador de La Marca, sentí lo que vos. La tierra se negaba a darme sus frutos. No podía tragar la carne de los animales. Nadie quería hablarme. Estaba solo en el universo. Hasta que él vino a mí.

-¿Él?

-Lucifer. Se me presentó una noche sin luna. Me dio vino y manzanas. Charlamos hasta la madrugada. Cuando el sol pobló la realidad el partió. Yo pude volver a comer. El mundo se había hecho más atroz. Matar a tu hermano no era ya lo peor que podías hacer. El viejo Adán había muerto. Nadie me recordaba. La Marca, mi maldición, se transformó en mi escudo. No puedo ser dañado. Lo hecho ya no me pesa. Evolucioné. Deberías intentarlo.

-No puedo...

-¿Por qué no? ¿porque Nazareno te dijo “espera”?

-No... porque hay demasiada miseria.

-Hay un mundo mejor en camino...

-Hablás como El Soñador. No sos nada realista.

-Y sin embargo acá estoy. Un cabrón de treinta mil años de edad, un nefasto fraticida, un Inmortal, como vos mismo lo sos, que no ansía redención. Tocame, soy muy real. Tan real como lo que aguarda en el camino, ahí delante, si permitís a tus piernas dar cada pequeño paso hasta allá.

-No, Caín. No hay paraíso. No hay infierno. No para mí. Ni para ellos-dice y señala a la gente presurosa en las calles, en la rotonda de la vida.

-Bah...

-Van. Vienen. Vienen. Van. Nacen para morir. Mueren para nacer. Una cíclica existencia plagada de ignorancia. Más personas. Menos comida. Más tecnología. Menos intimidad. Sin un refugio más que alguna barricada en su imaginación. Sida. Cáncer. Ántrax. Bombas. Mártires. Causas. Capitalismo. Comunismo. Fascismo. Terror. Sufrimiento. Dioses espectrales, vírgenes prostituidas, imágenes paganas, soles y tierras y ríos y animales engendrándose y devorándose a sí mismos en un festín de crueldad, en una orgía de podredumbre, en un aquelarre dedicado a la Suprema Deidad Puerta Cerrada. Es la celebración del encierro. Quedarse dentro de casa, porque fuera hay homicidas anónimos que te matarán por unas monedas, ¡como si el claustro fuera la vida, como si la vida pudiera ser experimentada a través de un televisor!

Azota el puño contra la baranda. Gruñe. Mira a Caín y prosigue.

-Cierran las puertas porque tienen miedo. Miedo de asesinos seriales, de violadores múltiples, de anarquistas incendiarios, de ritos y cultos. ¿Lo ves? ¡temen aquello que jamás han visto! Aunque sea real, aunque exista, temen las consecuencias de lo que no ha sucedido. Y se aislan de la comunidad, arrojan la responsabilidad a la basura y acuden cada cuatro años a alguna escuela para meter un puto sobre en una puta urna, para que otros decidan por ellos. Bendicen a sus pastores. No soportan la acción misma, la creación, por eso hay madres que asfixian a sus hijos. Porque sólo hay miseria.

Cae de rodillas. Se lleva las manos a la cabeza. Su corazón triplica el ritmo de los latidos. Sube el tempo mientras toca una Sinfonía De Hastío.

-Dinero... dinero... dinero... abogados, escribanos, policías, ladrones, putas, diarieros, todos devienen en y con el dinero. Es todo lo que quieren, no imaginan la vida sin los billetes. Matan y mueren por tenerlo. ¿Y quién está excento, Caín? ¿quién no lo necesita? Incluso nosotros, Inmortales, lo tenemos y usamos. Siempre supimos que es inútil. Pero aún así lo queremos.

-Podés tener lo que quieras. ¿Quién puede impedirtelo?

-Nadie puede darme lo que quiero. Nadie puede matarme. Ni siquiera vos.

-Verdad. Nadie puede terminar con tu vida, Lázaro. Fue su mandato. “Esperame, hijo mío, hasta mi segunda venida” o alguna mierda así debe haber dicho Nazareno. Y acá estás, dos mil años después, aún a la espera del muy cobarde.

-No llegará como ladrón en la noche...

-No llegará y punto. Pero no es su culpa. Luego de resucitar y ascender a los cielos Yaveh lo echó de una patada. A él y a María. El plan siempre fue extender esto hasta el aburrimiento. Luego aplastarnos y crear otro mundo.

-¿Pero el plan fue cancelado, verdad?

-En cierta forma. La ecuación cambió. Donde antes había certeza ahora hay incertidumbre. El único futuro fue borrado. Ahora hay miles, millones de desenlaces posibles para este universo.

-¿Por qué?

-El Soñador. Puso el curso de los hechos en manos de los hombres. Son libres. O lo serán pronto. Muy pronto.

-¿Seguro?

-Estuve ahí. No te miento. Nadie sabe qué ocurrirá al final.

Lázaro siente algo extraño. Se pone de pie. Arregla su ropa.

-¿Puedo morir?

-Nada está escrito, camarada. Nada está escrito.

-Quiero morir.

-Busca la muerte, entonces.

-Lo hice tantas veces... nada funcionó. Ella no quiere tomarme.

-Yaveh tenía un pacto con ella. Algunos no podemos morir. Pero él ya no importa. Quizás quiera negociar. Es una mujer de carácter fuerte, pero sabe escuchar.

-Tengo una oportunidad entonces.

-¿Vas a buscarla?

-Sí. Lo que el fuego y la horca, las profundidades del mar y los volcanes en erupción no consiguieron será logrado en este último viaje que ahora emprendo.

-Bien-murmura Caín, inseguro.

-¿Dónde puedo encontrarla?

-En muchos lugares. Ella está ahí donde algo muere, lo sabés. Pero tiene un hogar. Llamar a su puerta no es mala idea.

-¿Sabés la dirección?

-Claro.

-¿Y si no está en casa?

-No seas pesimista. Estará.

-¿Vamos juntos?

-Sí. Quiero verla. Tengo algo que decirle.

Bajan, con lentitud, del colosal edificio. Caín silva Aces High. Lázaro se pregunta si al fin podrá tener paz.

Pisan el pavimento de la gris ciudad del desamparo, la ciudad del silencio, donde nadie habla, donde todos son desconocidos. Caminan en la calida noche. Se internan por callejones desconocidos para el hombre-oveja, especie dominante de este mundo que se da la espalda a sí mismo. Escuchan un blues. Un saxofonista niega la productividad en un brillante orgasmo improvisado. Creatividad. Pasan junto a él. Lázaro arroja cinco centavos a la funda del instrumento, a modo de propina.

-Miserable-le dice Caín, con una sonrisa.

Se pierden, y encuentran, en los laberintos de Urbania, con rumbo a la muerte. Con rumbo al futuro.

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¿Madurar?

>> domingo, 1 de noviembre de 2009

“Y así Bruno pasó, por primera vez en su vida, la noche entera al lado de un moribundo. E intuyó que recién comezaba a ser un hombre, porque únicamente la muerte prepara de verdad para la vida; pues la muerte de un solo ser unido a uno con vinculos entrañables permitía comprender la vida y la muerte de otros seres, por lejanas que fuesen.”


Abaddon, El Exterminador - Sabato*

Terminé de convertirme en hombre. O eso parece. En la penumbra de una solitaria sala de hospital, donde lo único saludable era mi sinuoso cuerpo y la amable presencia de las noctábumlas enfermeras, contemplé a un hombre agonizar por un absurdo. Cirrosis. Hígado destrozado. Necrosis encefálica. Respirador artificial. Suero. Por alguna crueldad del universo el corazón resistía. Soslayando el valiente músculo que pese a todo cumplía con su propósito, no era más que una bolsa inflada y desinflada mecánicamente por un artefacto.

Pero soy injusto. No cumplí la triste labor solo, debo confesar. Ahí estaba mi madre. Ella no supo, y nunca sabrá, si me acompañaba a mí o si era yo quien, en un arrebato, la acompañaba a ella. Tuvo la mano de aquel hombre cubierta con la suya la mayor parte del tiempo. ¿Era un intento por retener en esta realidad algo que ya quiere marchar, o era un modo de decir “acá estoy”, otro modo de acompañar?

Nunca lo sabré. Ni creo que vuelva a preguntarmelo jamás. La mayor parte de los -eternos, inacabables- minutos fueron presididos por el silencio. Silencio de piedad, de resignación, el que precede al sepulcro.

Aguardaba la muerte del hombre que me compró mi primer whisky. Por momentos meditaba en la vida y la muerte. Cada tanto respondía a algún comentario de mi progenitora. Crucé algunas miradas compasivas con las enfermeras. Pero, por sobre todas las cosas, ansié la llegada del amanecer. Quería irme. Y lo peor es que no entendí por qué.

No sentí miedo. No sentí angustia, ni ira, ni me impresioné ante la mecánica respiración, ante la tos aguardentosa, ante la visión de la morfina que se le admistraba a cada segundo por via intravenosa. Sólo no quería estar ahí. Pero no iba a irme.

Peregriné un centenar de veces de la silla al piso y del piso a la silla. Caminé un poco. Leí algunas páginas de un libro que llevé conmigo.

Lenta, pero inexorable, llegó la alborada, el alivio. Tuvimos que dejarlo. Aún cuando estaba inconsciente, no queríamos que muriera solo. Pero había que seguir.

Volví a mi hogar. Dormí unas horas. Durante el día asistí a mi abuela. O eso creo. Me gusta pensar que la ayudé a prepararse mentalmente para lo inevitable. Mala cosa, una persona no debería enterrar a sus hijos. Pero ella tuvo que hacerlo.

Fue a verlo al hospital una última vez. Yo iba a pasar la noche en el nosocomio, por lo cual traté de tener al día mis asuntos. Pero no hizo falta.

Falleció a las 22.45 del jueves 29 de octubre de 2009. Tenía 55 años. Mi madre y una amiga de la familia fueron las dos personas presentes. No se lo abandonó.

Luego vino la parte complicada. Certificado de defunción. Sala de velatorio. Tramites. Documentación. Fotocopias. Subsanar errores de terceros. Retirar el cuerpo. Llamar a amigos y familiares.

Yo hice más de dos tercios del trabajo. De hecho, el certificado de defunción tenía errores cuando me lo dieron, así que tuve que volver al hospital a la una de la madrugada para que lo arreglaran.

A las dos de la madrugada estábamos las pocas personas que asistimos por completo a la ceremonia. Pasé la noche en una silla, con un libro en la mano. No leí ni una palabra, pero me sentía más seguro con Kundera cerca. No sé por qué.

Alrededor de las cuatro mi madre y yo cotemplábamos el cuerpo. No recuerdo que me decía. Mirábamos el rostro mientras ella trataba de trasmitir una idea. La boca, al igual que los párpados, estaban sellados (¿cocidos? ¿pegados?). Aún así, un chorro de sangre se abrió camino a través de las comisuras. Fue una imagen muy fuerte. Casi tanto como el hedor. Salimos corriendo a intentar higienizarlo con pañuelos y servilletas descartables. Pero no fue suficiente. Hablé con los responsables del lugar. Yo quería cerrar el ataúd. Ellos me dieron una alternativa: algodón y gasa.

Absurdo. Pero efectivo. Se lo limpió una vez más y se cubrió su boca. El episodio no se repitió. No sé cómo. Ni me importa.

Con los primeros rayos de sol salí a comprarme un sanguche que comí en la calle. A las siete fui a pactar un anuncio necrológico en una radio, porque la que nos daba el servicio (en FM La Voz, radio que odio) no satisfacía a nadie. Alrededor de las ocho empezó a llegar gente. Tuve que atenderlos, consolar a algunos, contener a otros, saludar al resto y aceptar unos cuantos “te acompaño en sentimiento” de gente que ni me acompañaba ni sentía nada remotamente similar a lo que latía en mi pecho.

A las once me rendí. Me acosté en una cama (sí, en la sala -dividida en varias áreas- había una cama) y dormí un poco. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde peregrinaron los rostros, los pesames, las condolencias y mis ganas de mandarlos a re-introducirce en los úteros de sus señoras madres. Estaba cansado.

A partir de las tres y media de la tarde el tiempo, maleable como siempre, comenzó a extenderse. Esas dos últimas horas fueron lo más duro. No dormía como corresponde desde el martes. No comía un alimento de verdad desde el lunes. Caminé, corrí y estuve de pie demasiadas horas. Mis piernas decían basta ya.

El martirio terminó cuando al fin cerraron el ataúd. Luego tuve que soportar la tremenda temperatura en la caravana de vehículos que se dirigían al cementerio. Unas mujeres rezaron. Yo me opuse. Mi madre no. Así que las plegarias se quedaron. Fui uno de los tipos que llevó el feretro hasta un estéril nicho en un muro de ladrillo. Justo tras de mí venía el otro anarquista de la familia. Tiene 73 años, no sé como aguanta. Pero aguanta. Y eso me tranquilizó.

Dejé un ramo de flores que alguien me dio. Y eso fue todo.

Me despedí de algunos y regresé a casa. Al fin había terminado.

La vida sigue.

Y parece que ya soy hombre del todo, aunque no me siento distinto ni en lo más mínimo.

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*Por favor, no confundir las tendencias políticas del autor citado con la esencia de la cita.

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