Un Siglo Después...

>> sábado, 14 de noviembre de 2009




Ramón Falcón fue un militar destacado en la infame “conquista del desierto”. Le llamaron “conquista” y “desierto” por esas burradas históricas pro-fascistas. Ni se conquista un desierto (se ocupa, a lo sumo) ni era desierto lo que conquistaban: estaba lleno de indios. Pero como para el huinca el ranquel y el mapuche no son personas, sino animales, la triste expresión permanece hasta nuestros días.

Tras finalizar esta ingnominia histórica, esta mancha en la consciencia de los pocos hombres blancos no derechistas que quedamos (me incluyo, a veces con vergüenza por el color de mi piel), Falcón, de regreso en Buenos Aires, fue nombrado Jefe de la Policía Federal Argentina en 1906.

Llamarlo brutal es insultar a los brutos del mundo. Fundó la escuela de policía que, aún en la actualidad, lleva su nombre.

Falcón odiaba profundamente las ideologías de izquierda casi tanto como a la “lacra social inmigrante”.

En aquel 1906 ordenó reprimir los actos de diversos sindicatos en conmemoración a los mártires del 1ro de mayo. Hay que tener en cuenta que el día internacional del trabajador (en memoria de los 8 anarquistas -5 ejecutados y 3 encarcelados- que iniciaron la cadena de eventos que conquistó la jornada laboral de 8 horas) en Argentina fue nacionalizado, la figura de los mártires fue omitida y se consideró otra actividad de la derecha católica.

La represión antes nombrada, protagonizada por 120 policías a caballo, dejó un tendal de cadáveres.

En 1907 obreros que habitaban los conventillos porteños se negaron a aceptar un incremento en los aranceles, lo cual motivó protestas en las calles.

Para julio, con auxilio del departamento de bomberos, Falcón logró expulsar de los decrépitos edificios a los inquilinos, quienes quedaron desamparados sin auxilio del estado ni de sus antiguos empleadores. El frío no los mató debido a un único factor: los sindicatos anarquistas que formaron campamentos para mantenerlos a salvo. Se les entregó ropa, comida y albergue. Precario, pues los recursos eran magros, pero efectivo.

El 1ro de mayo de 1909 Falcón ordenó una nueva represión. Esta vez el blanco fue una manifestación anarquista, convocada por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). El resultado fue 11 muertos y decenas de heridos graves, que en su mayoría murieron en los días siguientes.

Cuando se iniciaron los funerales, Falcón ordenó dispersar por la fuerza a más de 60.000 personas que acompañaban PACIFICAMENTE los feretros. Otras 4000 personas, que pretendían presentar sus respetos directamente en el cementerio de La Chacarita, fueron agredidos a balazos por la policía.

Luego se clausuraron los sindicatos de todos los partidos de izquierda. Los órganos de prensa La Protesta y La Vanguardia, anarquista y socialista respectivamente, fueron incinerados por policías con ropa civíl y... civiles.

Tras estos hechos, un comité formado por la FORA, la UGT y el Partido Socialista obtuvo, por vias politicas, la libertad de las personas detenidas así como la reapertura de sus sindicatos. Pero no se consiguió la renuncia de Falcón, quien tenía apoyo de La Bolsa de Comercio y La Cámara de Cereales, entre otras entidades patronales.

El 14 de novimbre, presa de la indignación, un joven anarquista ruso de 18 años, Simón Radowitzky, hizo uso del sagrado derecho: matar al tirano.

Falcón regresaba del funeral de un policía. Simón tiró una bomba casera al carruaje en el que viajaba el genocida, quien murió horas más tarde.

El libertario corrió pero pronto se vio rodeado por la policía, por lo cual se encogió de hombros, sacó un revolver, gritó “¡Viva la anarquía!” y se dio un tiro en el pecho.



No murió. Fue trasladado al hospital más cercano. La bala no había tocado ningún órgano.

Lo enjuiciaron y sentenciaron a muerte. La ejecución no se llevó a cabo porque Simón comprobó -o logró engañar a todo el mundo- su edad: era menor. A principios del siglo XX las mujeres y los menores no podían ser condenados a la pena capital.

Intentó huir del primer penal en el que estuvo recluido, por lo cual fue trasladado a Ushuaia.

La cárcel en Ushuaia es a sudamerica lo que las antiguas prisiones en Siberia a Europa. En general, nadie volvía de ahí.

El anarquista fue atacado salvajemente durante toda su estancia en el penal. Cuando se acercaba el aniversario de la muerte de Falcón, Radowitzky era recluido en confinamiento solitario y alimentado sólo con pan y agua.

Lideró una huelga de hambre entre los reclusos, por mejoras mínimas, que terminó en uno de los hechos más atroces que pueda sufrir un ser humano: fue violado por el subdirector de la cárcel y tres guardias.

Enterados del hecho, los órganos de prensa anarquista denunciaron la miserable agresión. Se ejerció presión suficiente para sumariar al subdirector y retirarlo de su cargo.

Los anarquistas de sudamerica intentaron liberar a Simón en una oportunidad. Con un velero, un traje de guardia y un poco de connivencia el libertario logró huir. Cerca de Puntarenas, Chile, fue recapturado.

Las represalias del sistema fueron horrendas: dos años de confinamiento solitario con media ración de alimento.

Los organismos ácratas enviaron dinero a Radowitzky, quien lo usó para comprar libros y medicamentos para los enfermos.

Yrigoyen fue exortado a liberarlo en infinidad de ocasiones. El indulto llegó el 13 de abril de 1930.

Lo terminan expulsando a Uruguay. Trabajó como mecánico y luego como mensajero, hasta que llegó la dictadura Uruguaya, que lo detuvo. Tres años pasó el anarquista encerrado en una prisión-sótano, hasta que fue liberado por una facción de resistencia anarquista. En Montevideo lo apresaron una vez más. Una vez más fue liberado.

Se dirigió a España, a luchar contra el franquismo recientemente sublevado contra la Segunda República. No usó armas. No asesinó. Su trabajo en las milicias fue el de proveer de alimento a los soldados.

Tras la derrota marchó a Francia y luego a México.

De nuevo en América, trabajó en una fábrica de juguetes durante 16 años.

Murió el 4 de marzo de 1956, tras un paro cardíaco.

Hoy hay monumentos, calles, avenidas y una escuela de policías llamada Ramón Falcón. Ninguna plaza, siquiera, para Radowitzky.

Un siglo después los anarquistas del mundo no olvidamos el valor de este hombre.

Los tiranos, a pesar de todo su poder, prepotencia y altanería, aún recuerdan que ni siquiera ellos están a salvo de la voluntad de un solo hombre libre.

¡Viva la anarquía!

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