CODENAME: LOUP
>> martes, 31 de julio de 2012
CODENAME: LOUP
Entrevista fechada el 01/07/12
Pacté
esta entrevista ayer. La mujer fue un poco reticente, pero aceptó
hablar conmigo. Es la única pista que nos queda. Si Florencia H. no
puede decirnos nada sobre él, si en verdad no hay más rastros, me
temo que tendremos que dar por finalizada la investigación en torno
al sujeto conocido como “Loup”.
Toco el
timbre. Atiende ella. Es una mujer de unos treinta años, bastante
atractiva. Me recibe con cierto recelo. Ofrece café, acepto. Tomo
asiento en el living. Enciendo el grabador.
–¿Qué
recuerda de esa mañana, Florencia?
–No
mucho. Salí al recreo cuando sonó el timbre. Fui directo al baño,
a fumar un pucho con Romina, la chica que le dio mi número. Adentro
había varias. Nosotras...
–Disculpe
que la interrumpa, pero Romina mencionó un incidente previo a
ingresar al baño.
–Ah,
sí. ¿Le importa eso?
–Mucho.
–Bueno.
Cuando salimos del aula había poca gente en el pasillo. Nosotras
hablábamos de nuestros asuntos, no prestamos atención. Entonces
pasó él.
–Loup.
–Sí,
ese. Me chocó. Corría como loco y me chocó. Yo me fui al piso. Le
tiré una puteada, no sé si me escuchó.
–La
interrumpo de nuevo, Florencia. ¿Loup era el apellido?
–No
sé. Le decían así, pero nunca supe si era un apodo raro o el
apellido. Tampoco me importaba.
–¿Qué
sabe de él?
–Iba a
quinto año. Alguien me dijo que la familia tenía mucha guita, pero
no me acuerdo que tuviera algo que los demás no. Tampoco lo conocí
bien.
–¿Era
popular en la escuela?
–Era...
llamativo. Una vez tiró a un preceptor por una escalera.
–¿Sabe
por qué?
–No.
Le habrá dicho algo que no le gustó, vaya-a-saber.
–¿Era
violento, entonces?
–Era
bastante rebelde. Se rumoreaba que él estaba detrás de todas las
amenazas de bomba a la escuela. También se decía que le había roto
el auto a la directora. Chusmeríos, más que nada.
–¿Nada
en concreto?
–Lo
que pasó ese día es todo lo que le puedo decir.
–Siga,
Florencia.
–Yo
quedé en el piso y lo puteé. Romina me ayudó a levantarme. Él ni
se dio vuelta. Seguimos para el baño. Yo me acuerdo que me llamó la
atención que él siguiera como si nada, como si yo no hubiera estado
ahí.
Pausa.
Me mira. Le hago una seña. Sigue, como si necesitara mi aprobación.
–Entramos
al baño. Había varias. Eramos siempre el mismo grupito. Yo tenía
la pierna dolorida del golpe. Prendimos dos puchos para las cinco que
estábamos. Hacíamos la nuestra sin joder a nadie. Estaba bien.
Cuando se terminó el primer cigarrillo escuchamos el estruendo. Nos
asustamos. Salimos a ver que había pasado. La gente corría hacia el
patio para mirar y hacia adentro, para escapar.
Se
detiene. Tiembla un poco. Me mira. Esta vez no le hago seña alguna,
sólo la contemplo.
–Y
bueno... salimos para ver qué pasaba. Al principio no
parecía nada raro. Entonces escuchamos el segundo disparo. Los que
estaban afuera salieron, fue una estampida. Josefina, una de las
chicas que estaba con nosotras, se cayó al piso. Casi la aplastaron.
Romina se pegó a una pared. Yo me moví y los vi. Eran los tres. ¿Ya
sabe esa parte, no?
–Sé
esa parte, Florencia. Prosiga.
–Uno,
el más grande, Santoro se llamaba, tenía un arma. Una de esas que
usaba “Harry, el sucio”. No sé...
–Magnum
.44
–Eso,
magnum. Tenía ese revolver inmenso, a los otros los vi con
escopetas. Se habían manchado con sangre. Gritaban... cosas. Fue muy
feo.
Asiento,
serio. Intuyo muchos años de psicoanálisis en esa mujer. Me mira.
Sostengo su mirada. Tiembla un poco. Sigue.
–Varios
corrían. Santoro parecía interesado en uno. Le quiso tirar por la
espalda, pero falló. Dos veces. La tercera sí le dio, pero no lo
mató. Le voló una rodilla. Quise buscar a Romina, ahí ya no la vi
más. Me tiré al costado de un cantero. Quería que pensaran que
estaba muerta. Santoro se acercó al otro, su víctima. Le dijo algo.
No sé bien qué. Sobre la especie, sobre devorar a los heridos. El
otro lo puteó. Vi cómo su cabeza estallaba. No me dio miedo. Lo que
me asustó fue la cara del verdugo. No había ira. Ni odio. Ni
tristeza. Nada. Estaba frío, sin emociones, como una máquina. El
vacío...
Está a
punto de quebrarse. Cierra los ojos. Inspira. Se toma un segundo.
Pasa ambas manos por su cabello.
–Me
quedé ahí. Ellos siguieron, no me prestaron atención o no me
vieron. Escuché varios disparos más. Entraron al salón principal,
del que yo salí. Tiros, tiros, tiros. El sonido se alejaba. Yo
estaba mareada, descompuesta. Pude sentir como la orina me mojaba. No
sabía si subían o si iban a la puerta. Me paré y corrí. Vomité
al ver...
Se
detiene.
–¿Le
importa mucho esa parte?
–Omita
lo que no crea relevante. La masacre en sí no nos interesa –digo a
riesgo de sonar insensible.
Me
sonríe. Creo que entendió que le hago un favor.
–Salí
del salón y traté de llegar a la puerta. Los tiros pararon. Pensé
que iba a poder escapar. Aborté la huida cuando escuché más
estruendos. Me me metí en un baño de ordenanzas, en la planta baja.
No pude trabarlo, no tenía con qué. Me tiré en un rincón hecha un
bollo, con la esperanza de que todo terminara pronto. El tiempo
pareció detenerse para mí. Más tiros. Sirenas. Escuché una
corrida afuera. No quise mirar. Me metí en un baño individual. La
puerta estaba rota, quedó entreabierta. Me subí al inodoro. Pensé
que así, tal vez, no podrían verme si entraban. Pasó un rato...
Le
resulta difícil respirar y se le nota. Me mira, angustiada,
destruida. Aunque quisiera no podría ponerme en pie y contenerla.
Debo permitirle terminar su relato. Debo saber.
–No sé
cuanto tiempo pasó. Escuché unos pocos disparos más. Casi de
inmediato alguien entró al baño. Lo vi: era Santoro.
–¿Conservaba
el arma? –pregunto.
–Sí.
Lo vi cargarla. Tenía una riñonera con munición. Se lavó la cara
en la pileta y se miró en el espejo. Sonrió. El hijo de mil puta
sonrió.
–¿Y
luego, Florencia?
–Luego
entró él.
–Loup.
–Loup.
Loup entró. No fue una entrada de pánico, a las corridas, no
parecía buscar un lugar para esconderse. Ni fue de película. Fue
muy tranquilo. Abrió, entró y cerró, como si nada más fuera a
usar el baño; como si fuera un día cualquiera. Santoro estaba
sorprendido. Le preguntó que qué hacía ahí. Loup le dijo que lo
buscaba. Ahí Santoro le apuntó con el arma. Yo me mordí la lengua
y me cubrí la boca con ambas manos. Santoro lo insultó. Loup le
dijo que se rindiera, que todo había terminado. Santoro lo amenazó
con matarlo...
–No
pare ahora, Florencia.
–Loup
le dijo... que no iba a disparar. Que si quisiera tirar ya lo hubiese
hecho. Entonces le metió una trompada. Santoro cayó. Loup tomó el
arma y lo pateó varias veces en las costillas. Se paró atrás, lo
tiró del pelo hasta dejarlo de rodillas y le puso una mano en la
sien y la otras a la altura de la mandíbula. Le dijo algo, no sé
qué. Entonces escuché un ruido raro, como a algo que se rompía.
–¿Como
un hueso?
–Como
un hueso.
–¿Y
luego?
–Mierda.
–¿Cómo?
–Mierda.
El aire se llenó de olor a mierda. Loup jadeaba. Parecía cansado.
No le importó mucho. Se cargó a Santoro al hombro y empezó a
caminar. Paró en la puerta un segundo, como si dudara. Y entonces me
habló.
–¿Qué
le dijo, Florencia?
–“Terminó
todo. Ya podés salir”. Él se fue. Yo no me pude mover. Es lo
último que recuerdo. Perdí el conocimiento. Desperté en el
hospital varias horas después. Sedada. Me dijeron que la policía me
encontró en el baño.
–Lo
mató a sangre fría, entonces.
–No
sé... al día de hoy creo que Santoro se lo merecía. Trato de no
pensar en él.
–En
Santoro.
–En
ninguno de los dos.
Asiento.
Bebo un sorbo de café, apenas si toqué la taza. La información que
tengo no es gran cosa, pero al menos ya sé algo más de Loup: puede
matar y ha podido desde siempre. O desde la adolescencia, al menos.
–¿Me
puede decir algo más, Florencia?
–¿Sobre
él? Nada. No lo vi más. Muchos no volvimos a la escuela ese año.
Yo me cambié de escuela. Era un misterio todo este asunto. Nadie
tenía claro quién había matado a Santoro. Ni el padre, cuando habló, ni la policía, ni la gente. No lo resolvieron. Le
conté a Romina y decidimos no decir nada.
–Porque
se lo merecía.
–Porque
Loup nos daba miedo.
–Entiendo.
Me pongo
de pie. Apago el grabador.
–¿Eso
es todo?
–Eso
es todo, Florencia.
–La
plata...
–La
vamos a depositar de inmediato, como acordamos. Y quédese tranquila,
no vamos a revelar lo que me contó. Que tenga buen día.
Comienzo
a salir. Me urge comunicar esta información a mi jefa. Le
interesará.
–Espere.
Deje que le pregunte algo.
Me
detengo.
–¿Por
qué quieren saber sobre todo esto? Pasó hace tanto...
–Florencia,
a mí me pagan por preguntar y por guardar secretos, ¿entiende?
–Sí,
pero...
–Sin
peros. Olvide a Loup, olvide esta entrevista. Disfrute su dinero.
Abandono
la casa sin más palabras. Camino hasta el auto. Quisiera darle una
respuesta a Florencia, pero no sé cómo expicarle lo que ese hombre
ha hecho, en lo que se ha transformado. Ha matado al menos otras dos
veces y, creemos, volverá a hacerlo. Ha participado en muchos
ilícitos. Es posible que tenga un plan mayor. Y ni siquiera tenemos
claro cual es su nombre. Sólo tenemos una foto, anécdotas,
testimonios que lo vinculan con los hechos. Y esa palabra, nombre
código o apellido, Loup.
Read more...
NOTA: Este texto forma parte de una serie de relatos breves. El primero participa en concurso y no podrá ser publicado hasta la divulgación del fallo, por lo que pido disculpas a mis fieles lectores. Sigan los enlaces en cada entrada. En especial si vos, que lees esto ahora, sos jurado de cierto concurso.