Capítulo I: Un Miserable

>> miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sueña Conmigo

Volumen II: Los Inmortales


Capítulo I

Un Miserable



Él mira el vacío. Fuma en silencio. Intenta, quizás, encontrar algo en su memoria. Una imagen. Un sonido. Quizás, algo relacionado con una mujer. Sí. Es eso. La sonrisa de una chica. ¿Pero cual? ¿Cual chica? ¿y cual sonrisa?

Dos milenios han transcurrido. Y el tiempo no camina más rápido para ellos, Los Inmortales. Tal vez, incluso, la procesión de los días es más lenta para ellos que para los hombres.

¡Hombres!

También, a su modo, pertenecen a la especie humana. Han nacido de vientre de mujer. Fueron amamantados, casi todos ellos, por los pechos de la lozanía, por el ardiente deseo de una juventud ajena. La suya transcurrió muy rápido. Son viejos ahora. Eso han sido siempre: viejos. Los pocos años de la niñez no pueden compararse con milenios de decrepitud. Aunque sus células se estancaron en la edad adulta y ni siquiera tienen canas tienen total conocimiento de su permanencia. Han visto surgir y caer imperios.

Y poco les importa.

-¿De verdad creés que eso va a matarte?-dice una voz.

-No. pero me ayuda a pensar-responde, sin darse vuelta a mirar a su interlocutor.

-Pues que bueno. Ya sos grande como para saber que el cigarrillo no causa cáncer ni enfisema.

-No. No a nosotros al menos. Me agrada verte de nuevo, Caín.

-Siempre es un placer, Lázaro. ¿Cuanto tiempo ha pasado desde la última vez?

-¿Qué año es este?

-2009.

-¿Qué mes?

-No tengo idea. Pero es casi verano.

-Sí... estamos cerca de 2010. Eso significa que nos vimos por última vez hace 233 años.

-¿Un 4 de julio, verdad?

-Verdad.

Silencio.

Caín se para junto a Lázaro. Junto a él mira la calle. El vacío. El gris y distante asfalto. Las personas que vagan como diminutas hormigas, de un lado a otro, sin generar cambios; las personas que viven una existencia repleta de dolor, sufrimiento y miserias. Y no pretenden cambiar eso.

-Miserias...-murmura Lázaro.

-Demasiadas.

-El plan del Soñador, Caín... ¿estuviste ahí, verdad? Estuviste en esa batalla.

-Sí.

-¿Cómo fue?

-Matámos ángeles. Muchos ángeles. Yaveh liberó a Mitra. O lo que quedaba de él. Morpheo la enfrentó. No pudo vencerla. Al final Yaveh tuvo que desarmar su arma de destrucción masiva. Un mortal metió la nariz en todo el asunto. Mostró a la gente el verdadero rostro e intenciones de su creador.

-Lo supuse... para lo que sirvió.

-Eventualmente dejará de existir. Lo sabés.

-¿Pero cuanto es “eventualmente”, Caín? ¿cuanto tiempo más?

-No lo sé. Tal vez otra centuria.

-¡Otra centuria! ¡el tiempo se arrastra como un caracol acá abajo, en esta prisión de tierra y agua, de aire y smog!

-Tenés todo el tiempo del...

-...mundo, sí, y ese es mi problema. Estoy cansado, compañero. Muy cansado.

-¿Qué querés, Lázaro?

-Morir-murmura. Cierra los ojos. Baja la cabeza. Aprieta con fuerzas la baranda de la terraza. Contiene las lágrimas.

-Yo no-dice Caín.

-No te entiendo. Llevás en esto mucho más que yo. ¿No estás cansado?

-Soy el primero de los asesinos. La historia me pertenece. Soy el pasado, ¿cómo podría dejar de existir? Viviré por siempre. Y siempre viviré por mí. No existe modo de desistir. Al principio, durante mis primeros años como portador de La Marca, sentí lo que vos. La tierra se negaba a darme sus frutos. No podía tragar la carne de los animales. Nadie quería hablarme. Estaba solo en el universo. Hasta que él vino a mí.

-¿Él?

-Lucifer. Se me presentó una noche sin luna. Me dio vino y manzanas. Charlamos hasta la madrugada. Cuando el sol pobló la realidad el partió. Yo pude volver a comer. El mundo se había hecho más atroz. Matar a tu hermano no era ya lo peor que podías hacer. El viejo Adán había muerto. Nadie me recordaba. La Marca, mi maldición, se transformó en mi escudo. No puedo ser dañado. Lo hecho ya no me pesa. Evolucioné. Deberías intentarlo.

-No puedo...

-¿Por qué no? ¿porque Nazareno te dijo “espera”?

-No... porque hay demasiada miseria.

-Hay un mundo mejor en camino...

-Hablás como El Soñador. No sos nada realista.

-Y sin embargo acá estoy. Un cabrón de treinta mil años de edad, un nefasto fraticida, un Inmortal, como vos mismo lo sos, que no ansía redención. Tocame, soy muy real. Tan real como lo que aguarda en el camino, ahí delante, si permitís a tus piernas dar cada pequeño paso hasta allá.

-No, Caín. No hay paraíso. No hay infierno. No para mí. Ni para ellos-dice y señala a la gente presurosa en las calles, en la rotonda de la vida.

-Bah...

-Van. Vienen. Vienen. Van. Nacen para morir. Mueren para nacer. Una cíclica existencia plagada de ignorancia. Más personas. Menos comida. Más tecnología. Menos intimidad. Sin un refugio más que alguna barricada en su imaginación. Sida. Cáncer. Ántrax. Bombas. Mártires. Causas. Capitalismo. Comunismo. Fascismo. Terror. Sufrimiento. Dioses espectrales, vírgenes prostituidas, imágenes paganas, soles y tierras y ríos y animales engendrándose y devorándose a sí mismos en un festín de crueldad, en una orgía de podredumbre, en un aquelarre dedicado a la Suprema Deidad Puerta Cerrada. Es la celebración del encierro. Quedarse dentro de casa, porque fuera hay homicidas anónimos que te matarán por unas monedas, ¡como si el claustro fuera la vida, como si la vida pudiera ser experimentada a través de un televisor!

Azota el puño contra la baranda. Gruñe. Mira a Caín y prosigue.

-Cierran las puertas porque tienen miedo. Miedo de asesinos seriales, de violadores múltiples, de anarquistas incendiarios, de ritos y cultos. ¿Lo ves? ¡temen aquello que jamás han visto! Aunque sea real, aunque exista, temen las consecuencias de lo que no ha sucedido. Y se aislan de la comunidad, arrojan la responsabilidad a la basura y acuden cada cuatro años a alguna escuela para meter un puto sobre en una puta urna, para que otros decidan por ellos. Bendicen a sus pastores. No soportan la acción misma, la creación, por eso hay madres que asfixian a sus hijos. Porque sólo hay miseria.

Cae de rodillas. Se lleva las manos a la cabeza. Su corazón triplica el ritmo de los latidos. Sube el tempo mientras toca una Sinfonía De Hastío.

-Dinero... dinero... dinero... abogados, escribanos, policías, ladrones, putas, diarieros, todos devienen en y con el dinero. Es todo lo que quieren, no imaginan la vida sin los billetes. Matan y mueren por tenerlo. ¿Y quién está excento, Caín? ¿quién no lo necesita? Incluso nosotros, Inmortales, lo tenemos y usamos. Siempre supimos que es inútil. Pero aún así lo queremos.

-Podés tener lo que quieras. ¿Quién puede impedirtelo?

-Nadie puede darme lo que quiero. Nadie puede matarme. Ni siquiera vos.

-Verdad. Nadie puede terminar con tu vida, Lázaro. Fue su mandato. “Esperame, hijo mío, hasta mi segunda venida” o alguna mierda así debe haber dicho Nazareno. Y acá estás, dos mil años después, aún a la espera del muy cobarde.

-No llegará como ladrón en la noche...

-No llegará y punto. Pero no es su culpa. Luego de resucitar y ascender a los cielos Yaveh lo echó de una patada. A él y a María. El plan siempre fue extender esto hasta el aburrimiento. Luego aplastarnos y crear otro mundo.

-¿Pero el plan fue cancelado, verdad?

-En cierta forma. La ecuación cambió. Donde antes había certeza ahora hay incertidumbre. El único futuro fue borrado. Ahora hay miles, millones de desenlaces posibles para este universo.

-¿Por qué?

-El Soñador. Puso el curso de los hechos en manos de los hombres. Son libres. O lo serán pronto. Muy pronto.

-¿Seguro?

-Estuve ahí. No te miento. Nadie sabe qué ocurrirá al final.

Lázaro siente algo extraño. Se pone de pie. Arregla su ropa.

-¿Puedo morir?

-Nada está escrito, camarada. Nada está escrito.

-Quiero morir.

-Busca la muerte, entonces.

-Lo hice tantas veces... nada funcionó. Ella no quiere tomarme.

-Yaveh tenía un pacto con ella. Algunos no podemos morir. Pero él ya no importa. Quizás quiera negociar. Es una mujer de carácter fuerte, pero sabe escuchar.

-Tengo una oportunidad entonces.

-¿Vas a buscarla?

-Sí. Lo que el fuego y la horca, las profundidades del mar y los volcanes en erupción no consiguieron será logrado en este último viaje que ahora emprendo.

-Bien-murmura Caín, inseguro.

-¿Dónde puedo encontrarla?

-En muchos lugares. Ella está ahí donde algo muere, lo sabés. Pero tiene un hogar. Llamar a su puerta no es mala idea.

-¿Sabés la dirección?

-Claro.

-¿Y si no está en casa?

-No seas pesimista. Estará.

-¿Vamos juntos?

-Sí. Quiero verla. Tengo algo que decirle.

Bajan, con lentitud, del colosal edificio. Caín silva Aces High. Lázaro se pregunta si al fin podrá tener paz.

Pisan el pavimento de la gris ciudad del desamparo, la ciudad del silencio, donde nadie habla, donde todos son desconocidos. Caminan en la calida noche. Se internan por callejones desconocidos para el hombre-oveja, especie dominante de este mundo que se da la espalda a sí mismo. Escuchan un blues. Un saxofonista niega la productividad en un brillante orgasmo improvisado. Creatividad. Pasan junto a él. Lázaro arroja cinco centavos a la funda del instrumento, a modo de propina.

-Miserable-le dice Caín, con una sonrisa.

Se pierden, y encuentran, en los laberintos de Urbania, con rumbo a la muerte. Con rumbo al futuro.

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