Los Silenciosos (3/7)

>> martes, 14 de julio de 2009

Los Silenciosos

3. La confrontación


No sabe como, pero lograron llegar sin ser escuchados. Se siente un idiota por pensar en eso. ¿Acaso sus enemigos no son llamados Los Silenciosos? Para todo hay un motivo. Nada vendrá de la nada.

-Varg, imagino-dice el que empuña el arma.

-En persona. ¿Y vos sos..?

-¿Yo? No tengo nombre. Podés llamarme señor.

-Paso.

Ríe con entusiasmo. El hombre se estremece. Luego escucha un sonido extraño, algo similar a un mugido sordo. No comprende como, pero sabe que está comunicándose con alguien. De pronto siento cuatro fuertes manos aferrándose a sus brazos. La apartan velozmente y le azotan la espalda contra la pared. Ahora ve con claridad que son tres sujetos quienes lo tienen acorralado.

Contempla a sus adversarios. No se ven particularmente peligrosos. De hecho, ninguno de ellos supera el metro setenta de altura. Lo que lo inquieta son los rostros. Inexpresivos, vacíos, carentes de emoción, excepto por el que tiene el arma. Ese es el peor. La gran nada que es su cara convive con un fervor maligno, cruel, rayano en la locura y a la vez en la iluminación mística.

Resuena en las profundidades, otra vez, ese sonido, el mugido, pero en esa ocasión Varg no se sobresalta. Los dos que lo pusieron contra la pared se agachan y comienzan a mover la rueda herrumbrada, el otro le apoya el revolver en el pecho.

-¿Hace cuanto que me esperan?-pregunta.

-Semanas. Desde la muerte de Ferguson hubo guardia permanente, esperando.

-¿Sabían que vendría acá en último lugar?

-Lo intuimos.

Un estruendo. La rueda ha caído. El maletín está libre ahora.

-¿Ustedes pusieron esa rueda ahí?

-En efecto.

-¿Buscaban retrasarme?

-Te dije que tenemos una guardia permanente en el lugar. Podríamos haber terminado esto mucho antes que llegaras a ver el maletín. Sólo estábamos observándote.

Varg no replica. Permanece sereno. Otro mugido. El tipo del revolver lo hace caminar con rumbo al lugar por donde entró. Marcha al frente, con sus potenciales victimarios a sus espaldas.

-Vamos a terminar con esto ahora-le dicen.

A él no le importa.

Al llegar a la boca de tormenta le indican que se detenga.

-¿Últimas palabras?-pregunta, como una burla, aquel que pronto jalará el gatillo.

-Sí.

-Vamos, divertime.

-¿Qué es lo mejor del agua?

-Decime...

-Es transparente-afirma con una sonrisa triunfal en el rostro y, de un ágil salto, se sumerge en los fétidos desechos que recorren las venas de la ciudad.

Tres disparos suenan en aquel submundo, tres pedazos de plomo buscan su cuerpo. Logra la inmersión sin un rasguño.

Se cobija bajo la materia fecal y la basura mal digerida por los contenedores, entre agujas utilizadas y vendas ensangrentadas. Escucha el mugido, más potente que antes. Se ha dado una orden y el ímpetu ha sido extremo.

Los dos que no hablaron se internan en los fluidos. El otro recarga el revolver y los sigue de cerca, muy lentamente.

-No hay nada a la vista, ¡vayan más profundo!-exclama el líder. Los dos cultores del silencio tienen el líquido hasta la cintura. Resuena en sus oídos otra orden: deben descender más.

Con la mugre hasta el cuello el otro aún no está conforme: exige que la inmersión sea completa. Ellos obedecen, como si fuesen simples marionetas carentes de voluntad.

El tipo del revolver los sigue unos metros más mientras se pierden en el ocre. Tiene ahora el líquido a la altura de las costillas. Gruñe furioso. De pronto, siente una mano aferrándose a su muñeca.

-También yo aprendí a dominar el arte del silencio-dice Varg en su oído. Con una llave le parte el brazo y le quita el arma. El otro se arroja sobre su cuerpo, pero es muy lento, el joven le asesta un golpe directo al cuello, triturándole la traquea. Luego, a fuerza de presión en su cabeza, lo hunde en la mierda.

Los otros dos emergen de la suciedad. Lo ven pero no tienen tiempo para reaccionar: dos tiros limpios ponen fin a sus vidas.

Varg inhala lo nauseabundo del mundo inferior de la ciudad una última vez y regresa a la superficie, maletín en mano.

Arregla una entrada furtiva con el encargado de un motel y utiliza la ducha de una habitación. Una vez higienizado enciende un cigarrillo, se viste y abre el maletín. Saca las otras cuatro partes del libro y las ordena. Digitaliza el material con una cámara de fotos y su computadora portátil, luego sale a la calle, deja las hojas en un cesto de basura y lo incendia. No quedarán rastros físicos del Análisis de Detinjst-Inertan.

Pocas horas después sale de Burgas en un ómnibus. Ya calmado, se dispone a leer el fruto de la investigación de su camarada.

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