Prólogo Al Paraíso

>> domingo, 18 de enero de 2009

NOTA: Este relato carece de toda relación con la novela "Sueña Conmigo", fue escrito antes y no afecta en lo más mínimo la continuidad de tal obra.

Prólogo Al Paraíso -Autor invitado: John Milton-

...y el mundo ardió a nuestro alrededor. En medio de la encrucijada donde agonizaban aún los arcángeles, los esclavos de El Creador, él encendió un cigarrillo ruso y me miró fijo a los ojos.

Él.


El primero de todos nosotros.


La viva materialización de un puñado de voluntades.


El más odiado.


El brillante lucero del alba.

-Dimito, viejo amigo-me dijo, helándome la sangre.


-No llegamos hasta acá para rendirnos.


-No es el punto. Estoy cansado. ¿Cuantos permanecen en pie? ¿Dónde están ahora los que me vieron caer?


¿Que fue de tu ejército sin líderes? La legión fue desintegrada, Soñador. Este es el fin.


-¿Entonces?


-Entonces es hora de emprender el viaje. Consideralo mi retiro permanente. Doná el dinero de mi jubilación a alguna de tus obras de caridad, no me importa. Estás solo ahora, ¿sabes?


-Siempre lo supe.


-Adiós, Soñador. Ten esto, un último auxilio a tu revolución

Mientras el gélido metal se materializaba en mi mano, Lucifer extendió sus alas cubriendo de luz la inmensa oscuridad y se desvaneció en el cielo, rumbo a Venus, rumbo a su hogar.

Miré la espada en mi mano. Una herramienta arcana forjada en el tártaro por monjes ciegos que jamás fueron torturados. Tuvo muchos nombres a lo largo de la historia. Yo le llamé Rencor.

Y avancé caminando sobre la corriente de sangre que tiñó de carmesí la realidad, entre los cadáveres de sus soldados; entre los cadáveres de mis amigos. Quienes dieron su vida no por mí ni por el mundo.

-Esto termina hoy-murmuré, sabiendo que podía oírme.

El templo, otrora orgulloso símbolo del divino poder de El Creador, era apenas una ruina que se resistía al desmoronamiento. La corrupción que habían sembrado en la humanidad se había apropiado de ellos.

Pero ya no había humanidad. Nadie volvería a adorarlos. Yo, el soñador, último de los hombres, me negaba a arrodillarme.

Abrí lo que quedaba de la gran puerta de una patada y avancé hasta la sala del trono.

Lo vi y no me sorprendi. Estaba hundido y demacrado. No era nada. Porque nunca valió nada. Rencor rugía en mi diestra.

-Soñador... impertinente hasta el final-murmuró.


-¿Acaso no siempre ha sido así, Yaveh?-cuestioné.


-No. No siempre fuiste así. Ninguno de ustedes fue así antes. Ni siquiera El Lucero Del Alba. ¿Qué fue de él,

Soñador? ¿Cual fue el destino de la mejor de mis obras?


-Estaba cansado. Decidió extinguirse en la nada. Está más allá de tu voluntad ahora.


-Como todos-dijo, sin emoción alguna.


-Como todos.


-Veo que traes en tu mano una de mis viejas obras.


-Rencor-dije entre dientes, observando con frialdad la espada que comenzaba a arder en mi mano.


-Era un seguro de vida. Puse mucho de mí mismo en ella. Del mismo modo que el mundo debía estar repleto de dolor, para que ustedes se vieran forzados a elegir entre sus pasiones y su amor a mí, también debían elegir refugiarse en mi voluntad. Podrían haber elegido que ya no esté. Para eso cree la espada. Y por ese mismo motivo la custodió mi peor enemigo.


-El que no podía entrar acá.


-Sí...


-Porque a este lugar sólo puede entrar quien te ame. Contradictorio, Yaveh. No podía ser de otra manera viniendo de vos.


-Soñador... incluso los dioses temen morir. Pero más miedo me da esto. La soledad. Por eso los cree a ustedes. Mi rebaño.


-Ya no quedan ovejas.


-Ya no quedan ovejas. Sólo vos y yo. Los últimos.


-Toda buena fiesta debe terminar con dos tipos solos y una botella de whisky.


-No beberé. La fiesta terminó, se marcharon los invitados. Pero no fue buena. Reservá ese trago para tu larga

estancia en lo que queda del universo, Soñador. También yo estoy muy cansado. Termina con esto, por favor.

Te lo pido de un hijo de puta a otro.


-Adiós.

Clavé la espada es su putrefacto pecho y Rencor atravesó el corazón de Dios. Luego, la nada y el todo.

El vacío.

La soledad.

Era el último hombre de la tierra; el último habitante de la tierra

Me senté y tomé mi whisky. Arrojé la espada, ahora inútil, donde no molestara. Y entonces, visualizando lo bueno que tuvimos y olvidando lo malo que nos impusimos, los busqué a todos en mis recuerdos. Me recosté en el templo derruido, concentrado en lo que debiera haber sido siempre.

Y entonces soñé...

Publicar un comentario

  © Blogger template Webnolia by Ourblogtemplates.com 2009

Back to TOP