Tango

>> miércoles, 14 de enero de 2009





Me interno por las callejuelas del oeste, entre nubes de humo, entre suciedad y miseria. Contemplo los despojos del sistema. Niños con bolsas plásticas en el rostro, hombres fumando en silencio a la entrada de los burdeles, mendigos y putas, policías y proxenetas.


Inspiro profundo y apuro el paso. Es sólo un recorrido por tierra enemiga, me digo a mí mismo.


Me inquieta el lugar, debo reconocerlo. Así que busco una bandera. Exánime frente a mí, veo el letrero, la entrada a un refugio: BAR


Sin prisa y sin pausa busco una mesa mientras los acordes finales de un tango torturan mis oídos.


Busco un nido cerca de la ventana; no tengo derecho a estar en esta zona a esta hora. Los enemigos están cerca. Puedo sentirlos. Debo verlos llegar.


La camarera se aproxima. Rubia teñida, cuarentona verídica. Aliento a mil noches decepcionadas. Una marca de anillo en el anular. La mirada azotada por los años.


-¿Qué vas a tomar?-me dice, adivinando que aunque legalmente compatriota, soy un extranjero.


-Whisky. Escocés.


-¿Grapa, cerveza? Café, de última.


-Whisky. Escocés. Ahora.


Va en busca de mi pedido. En su tierra, las reglas son mías.


Frente a mí, la pista de baile comienza a poblarse. Parece un ritual. Me llama la atención una pareja. Él es un tipo común; ella es alguien que conocí en otro tiempo.


En las sombras aún soy paciente.


El sonido en los parlantes destroza mi percepción. Odio los bandoneones.


Figuras. Las piernas se mueven con fingida lascivia. Espectáculo. Show. Con las piernas cerradas no deja de ser una prostituta. Drama y teatro para espectadores empobrecidos, amateurs al contemplar.


Si oyeran mis pensamientos me crucificarían. Eso me hace sonreír.


Un escote y el intento de mujer que se esconde detrás me miran. Ruego por lograr concretar la soledad que ansío, pero se pone de pie.


Camina hacia mí y en el recorrido la acompañan unas cuantas miradas. Debí haberlo pensado mejor antes de entrar en este lugar. Debí haberlo pensado y punto.


-¿Puedo sentarme?-me dice, inclinándose, exhibiendo sus dotes para mí.


-Espero a alguien.


-¿A una chica?


-Al diablo.


Me sonríe pero no se va.


-El diablo baila todas las noches acá-me dice intentando seducirme.


-Sí, y el fantasma de Gardel canta de vez en cuando-respondo.


La camarera se aproxima. En la bandeja no sólo trae mi whisky.


-Tu trago y la bebida para la chica-me dice.


-Ella ya se va-digo, comprendiendo que caí como un imbécil en el juego más viejo.


-Deja, Mary-le dice ella a la camarera-después arreglamos.


La cuarentona se aleja refunfuñando. Yo me quedo sin mi whisky. Gano una compañía no deseada.


-En serio, creo que ya te ibas…


-No. Me quedo-dice y se sienta sin invitación alguna-una milonga, extranjero, y luego serás libre.


-Nací libre.


Desde el otro extremo, me miran. La miro. Nos miramos. Me siento un inútil. Sólo quiero salir de acá.


-Dale, ya zafaste la copa, no te cuesta nada bailar conmigo.


-Yo no bailo-exclamo y me pongo de pie.


La espada a mi izquierda. La pared mi derecha. Al frente cien tangos. Y a mi espalda, el tipo de seguridad.


-¿Todo bien por acá?-dice.


-Ya me cansó. No me pagó la copa ni el whisky que pidió. Y no quiere bailar.


Es grande y musculoso. Tiene una esvástica tatuada en el antebrazo derecho. Será genial verlo caer.


-Eso mismo. Y no pienso pagar por nada. Es más, me voy ahora mismo.


Escucho una voz conocida pronunciar mi nombre sin la dulzura de otros tiempos. Sé que voy a odiarme por la mañana.


-Dame la billetera-dice él.


Mi boca permanece cerrada mientras le quiebro la rodilla. Asesto una patada a su mentón, frágil como una burbuja. En el suelo apoyo mis rodillas en sus hombros y golpeo repetidas veces su pecho con mis nudillos. Me incorporo y les doy la espalda. Lo pienso mejor, me doy vuelta y pateo las costillas de mi inútil oponente.


Otra vez escucho mi nombre. No hará falta esperar a mañana. Ya mismo me odio. Enciendo un cigarrillo y cruzo la puerta velozmente. No voy a esperar la llegada de más neo-nazis de seguridad.


Afuera en el mundo nadie espera por mí. Mis enemigos deben haber seguido de largo. O ya no les importo.


Escucho un último acorde de bandoneón y unos pasos tras de mí. Tacos. Una mujer. Me detengo. Sé que hablará aunque yo no quiero.


-Vos… vos no cambiás más.


-¿Debería?


-Sí… vas a terminar en la tumba muy rápido si seguís así…


-Creo que es el Führer el que va a necesitar una ambulancia. Yo, por mi parte, puedo volver como vine. Y sin

ayuda de nadie.


-¿Quién te creés que sos?


-Un extraño que no baila. Un amigo del diablo que odia el tango. Un tipo sin refugio. Uno de tus pecados.


Ya hablé. Ahora puedo seguir.


Las sombras están demasiado lejos para cubrirme con ellas. Voy con lentitud hacia una parada de colectivo.


Pronto amanecerá. Otra noche habré cumplido con mi deber; otra noche habré sobrevivido.


Pero es un secreto. Pueden negarlo cuanto quieran.


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