Llueve

>> viernes, 19 de junio de 2009


Llueve sobre la ciudad que nació por cesárea. En lo alto, en furiosa caída, interminables hordas de Lágrimas De Ángeles descienden en plan kamikaze sobre los desprevenidos hombres y mujeres que pueblan la zona.



Respira el infierno, aliviado, y las ovejas agradecen a sus Dioses-Pastores la húmeda caricia que llega del cielo. Un trueno. El rayo. ¿Quién arderá?



Salgo a la calle y choco mi rostro con el fresco aire. Camino en silencio, acompañando el constante repiquetear del agua que impacta contra el suelo y los vehículos, contra los techos y las chimeneas.



El viento silva en las copas de los árboles. Un coro para el canto de los gorriones y un guiño para la paz de mi corazón.



Voy empapándome de Mundo mientras el paisaje se niega a cambiar ante mí. No hay tiempo. Nunca lo hubo, me digo a mí mismo mientras, ingenuamente, trato de cobijarme cerca de las paredes, sólo para encender un cigarrillo.



Unos cuantos metros al norte una rubia trata de refugiarse en una parada de colectivo. La garita está deshecha, no es ninguna protección. Lo sé bien. En mis adolescentes noches de vandalismo sin sentido fueron mis nudillos los que destrozaron buena parte de la pobre estructura.



Y avanzo sin pausa hacia otros espacios, hacia otros mudos testigos de historias que antaño olvidé y hoy, sin saber por qué, poco a poco recupero.



Llueve sobre las parejas que huyen buscando un lecho que desordenar y sobre los pájaros que descansan en sus nidos, llueve sobre los niños que juegan en los charcos y sobre los ancianos sin relojes ni prisas, llueve sobre las mujeres despechadas y sobre los hombres solitarios.



Llueve en la ciudad desnuda. Llueve sobre la catedral y la Casa Gris, llueve sobre las plazas y los parques, sobre los pseudo-rascacielos y los cementerios, llueve sobre las villas y los barrios exclusivos. Llueve y la lluvia limpia esos pecados inconfesos, manifiestos en olas de calor, en temperaturas endiabladas, en sofocante ansiedad, en desesperación de vejez.



¿Será que algún Dios nos está perdonando por lo que hicieron los congéneres?



No sea ingenuo, aparcero, ya se sabe: “el infierno es la mirada de los otros”.



Se muere por nada y se vive por menos. Pero ahora mismo Gaia nos da un descanso, algo mínimo pero verídico. El último cigarro del condenado; el fin de semana del alienado.



Y bajo la lluvia, entre el barro y las cloacas desbordadas, sonreímos. Nos olvidamos de aquel miedo, de eso de parar el mundo; se nos fueron las ganas de bajar.



Todo es idílico por diez minutos. Mañana arderemos de nuevo. Lo que reconforta es que el verano, como todo argentino, se quedará, le irá mal y marchitará; le llegará el otoño y terminará siendo invierno. Entonces podremos quejarnos del frío a las seis AM.



Mientras tanto, llueve.

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