Coraza

>> viernes, 19 de junio de 2009




Redeem me into childhood
Show me myself without the shell
Like the advent of May
I'll be there when you say
Time to never hold our love

Holopainen - Ghost Love Score




...y cuando terminé, contemplé con frío recelo el reluciente metal. Palpé con cuidado los cayos en mis manos. Valió la pena tanto esfuerzo para forjar ESTO.



Sin miedo, pero un tanto excitado, decidí probarla.



Me puse las hombreras y los guantes, luego las perneras y el peto. Por último el yelmo.



Con la pesada armadura protegiéndome abrí la puerta y salí al mundo. Me paré frente a los enemigos de siempre y grité a viva a voz:



-¡Vamos, cobardes, ataquen de una buena vez!



Y llovieron las piedras y los palos, los golpes y las risas.



Me sentía inmune. Era inmune, en buena medida.



Tras mis sólidas defensas los contemplé y supe que su odio no podría dañarme ya nunca más. Sonreí, victorioso, ante quienes en el pasado abrieron tantas heridas en mi piel para divertirse; para liberar sus propios demonios.



Venganza.



Sus huesos eran míos. Uno a uno fui por ellos. Me lastimaban, pero no sentía dolor alguno. Y estuvo bien, por un tiempo.



En la intimidad, en las noches más silenciosas, pulía mi brillante obra con materiales que fueron concebidos en otras realidades y traídas a estas por grandes Magos y Chamánes. Milton, Blake, Kundera y tantos otros.



Mi marca de Caín no podría ser más efectiva.



Hasta que un día, mientras vagaba sin rumbo, la vi sentada bajo un árbol.



Me acerqué lentamente. Ella me sonrió. Dijo algo. Respondí. Conversamos durante largas horas, hasta que tuvo que marchar. Y me quedé solo bajo el roble, meditando.



Al día siguiente volví a verla en el mismo lugar. Volví a acercarme. Volvió a sonreírme. Volvimos a hablar.



Repetimos esto durante varias semanas.



Un día entre los días me di cuenta que no necesitaba la armadura. Ella no quería dañarme. Pero estaba tan acostumbrado a la protección, que temí quitármela. Fue entonces cuando sentí un dolor nuevo. Algo por completo desconocido.



No podía ser tocado. Y era todo cuanto quería. Quise llorar, pero ya había olvidado como hacerlo. Y en silencio, cargué mis penas. Y la coraza fue más pesada. Y el mundo más oscuro.



No volví a visitar aquel árbol. Alguna vez la vi de la mano de un tipo. No me reconoció. No es para menos, somos tantos los que deambulamos por la vida ocultos tras nuestras armaduras, que sería como distinguir dos gotas de agua.



Me retiré a la cima de la montaña y permanecí ahí, en soledad, durante diez largos años.



Una noche en la que pulía mi armadura apareció un hombre. Era joven y robusto. Me saludó. Lo saludé. Le pregunté que hacía en un lugar tan lejano del mundo.



-Vine a desafiarte a un combate-me dijo, sin expresión alguna en el rostro.



Me sonreí. No quería luchar, pero nunca antes había rechazado una pelea.



-¿Cuales serán tus armas?-pregunté.



-No las necesito-murmuró.



Me encogí de hombros y corrí hacia él. Pensaba golpearlo un poco y dejar que se fuera, para que no perturbase mi paz nuevamente en el futuro.



Al llegar a él sentí su pierna trabando las mías y el filo de una de sus manos golpeando la parte posterior de mi yelmo, a la altura del cuello.



Caí y rodé unos cuantos metros. Me puse de pie y ataqué nuevamente. Él repitió la operación. Al erguirme por segunda vez noté que había perdido ambos guantes. Me enfurecí y quise acabar todo con un golpe limpio a su pecho.



Para mi sorpresa, el desconocido se arrojó al suelo, de espaldas, antes de que pudiera tocarlo. Mientras lo hacía, tomó mis brazos y depositó una de sus piernas en mi peto, arrojándome nuevamente. Ese movimiento hirió más que mi orgullo. Comencé a preocuparme. Esto no debiera suceder nunca. La armadura era perfecta.



A la siguiente embestida él usó el piso de nuevo, pero esta vez sus piernas se enredaron con las mías. No sé si logré golpearlo, pero sí es verdad que caí sobre una roca. Y perdí mis perneras. No tuve tiempo de reaccionar, sentí una fuerza descomunal tomándome y azotándome contra la roca repetidas veces.



Cuando se detuvo me paré y vi como lo que quedaba de mi peto se caía a pedazos. Sólo me quedaba el yelmo. Me senté en el suelo y me lo quité.



-Ganaste, desconocido-le dije, ofreciéndole el cuello-mi vida te pertenece ahora.



Él se sentó a mi lado.



-No-me dijo-ahora tu vida te pertenece a vos de nuevo. Ya no es propiedad de los anhelos de venganza.



Me fui de la montaña a la mañana siguiente. El desconocido se internó aún más en aquellas zonas olvidadas del hombre.



Visité cierto árbol que conocía. Había una chica leyendo. Me senté junto a ella y dejé que me mostrara el mundo sin la coraza.



Duele. Pero puedo sentir su mano tomando la mía. Y eso es todo lo que me importa.

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