Cicatrices #1

>> viernes, 19 de junio de 2009

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Cicatrices #1

Los Fantasmas Del Perdón



15 de noviembre de 1944
Ushuaia.
En una jaula.




Yace en el frío suelo del fin del mundo. Se retuerce mientras sujeta su abdómen. Por dentro, lo que fuera roto hace tiempo, sangra, augura paz y martirio, angustia y silencio.

El ardor lo invade. Hierve en sus venas lo que una vez fue y ya nunca más será. Es el fin.

-Cayetano-dice una voz, lejos, distante, en un pasado que se torna futuro en la cinta de moëbius que algunos llaman existir.

-Cayetano-insiste la voz.

-Quien..?-murmura él, asombrado y confundido.

-Yo, Cayetano.

-¿Vos?

-Yo.

-Y yo-afirma una segunda voz.

-Y yo también-agrega una tercera voz.

-¿Quienes son ustedes?

-¿No nos recordás? ¿ya te olvidaste de nosotros?

-¡No sé quienes son!

-Pensé que te acordarías de mí. Compartimos un momento muy íntimo en esa casa abandonada, cuando me asfixiaste.

-¿Arturo?

-¿Qué hay de mí, Cayetano? ¿ya te olvidaste como incendiaste mi vestido?

-Reina...

-Petiso hijo de mil puta, ¿tampoco querés acordarte de mí? Yo no me olvido del piolín en mi cuello. Ni del clavo en mi cabeza.

-¡Jesualdo tenía tres años! ¡no podés ser vos!

-No soy Jesualdo. Soy el fantasma del hombre que él no pudo ser.

-¡Dejame!

-No.

-¡Déjenme!-grita, cubriendo sus desproporcionadas orejas. Y las tres voces responden a coro:

-No.

-Somos tu tribunal, Cayetano-le informa el fantasma de la niña que no pudo ser mujer. Sus palabras evidencian la sonrisa que iluminaría su rostro, si lo tuviera.

-Vinimos nosotros, aunque había otros, porque de todas tus víctimas, de todas las vidas que arruinaste, ninguna compartía con nosotros la humillación...

-Ni la agonía...

-Ni la ira...

-A la que nos condenaste, Cayetano.

-Porque el prematuro fin de nuestros días fue un comienzo...

-Fue el inicio de la verdadera tortura:

-Esto en lo que nos hemos convertido.

-¡¿Por qué vienen?!

-Porque somos tu obra maestra.

-Y, como todo creador, serás arruinado por tus propias criaturas.

-Estos largos años en la oscuridad hemos esperado el momento. Este momento.

-Tu final.

-El principio.

Y así, dotados de saber por la realidad última, la que existe más allá de la tierra y sus mitos, de la oscuridad que se extiende tras la luz, ven lo que fue, lo que creó al monstruo, lo que desencadenó a la bestia.

Lo ven en su infancia enfermo y carente de todo afecto, lo ven vagando en la calle, hacinado junto a los suyos en conventillos, azotado sin piedad por su alcohólico y sifilítico padre.

Lo ven entre los desperdicios de los hombres y el sistema, desamparado, presa del olvido y la miseria; es mugre bajo las uñas de una ciudad que devora almas en ese camino que pretende forjar Europa en América.

Lo ven regurgitar al mundo cada golpe que el mundo le dio. No sé preguntan por qué debieron ser ellos los mártires; sólo estaban en su camino, eran figurantes, como él, en la obra de la vida, la que narra la amnesia crónica de las divinidades interpretadas por quienes se llaman representantes del pueblo.

Ven el horror. Comprenden que el teatro es una cárcel donde todos los trabajos son forzados, donde los guardias también son prisioneros, donde no hay más que criminales, por acción o por omisión, y fantasmas, como ellos.

Están en su mente, en su corazón, en lo profundo de un secreto que jamás será revelado.

Esa barrera que divide victimas de victimarios, la que algunos consideran una muralla y otros un cartel mal escrito, se desvanece con celeridad y es reemplazada por algo nuevo, algo más poderoso, algo sagrado: compasión.

Por una fugaz eternidad los ciegos pueden ver y los inválidos erguirse, los enfermos sanan y los pecadores se redimen, mientras el vino vuelve a ser agua.

Por un segundo, a través de los barrotes de la vida, contemplan una idea, una promesa escrita en llamas en los albores del tiempo, un pacto entre la inmensidad y los reos:

Paz, para quienes posen los ojos en las esperanzas, sueños y temores de los otros. Y libertad, cuando comprendan que los otros son ellos.

Todo acaba. Las tres ánimas dictan su sentencia.

-Cayetano...

-Cayetano, por las 27 cicatrices que tu padre dejó en tu cabeza...

-Por quienes no te recordaron...

-Por la vida que tampoco tuviste...

-Por la sangre y los latidos...

-Y, sobre todo, por nosotros mismos...

-Yo te perdono.

-Te perdono.

-Te perdono, hijo de puta.

En el suelo, presa de una violenta agonía, él murmura su última palabra.

-Gracias.

Las sombras lo cubren durante el estertor final. Luego, la nada, el silencio. Y tal vez -sólo tal vez- algo de paz. Para todos.


Créditos

Escribe: Diego.

Interpretan: María, Anabel, Teresita, Mirko y Diego.

Editan: María y Anabel.

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