Dos Siglos Igual

>> martes, 16 de marzo de 2010

Dos siglos han transcurrido desde aquella revuelta que dio origen a las Provincias Unidas del Sur. Hoy en día, ser un revolucionario es equivalente, ante la mentalidad del hombre-masa, a ser un criminal. Pero alguna vez, fue algo positivo. ¿Cómo es posible que este país, forjado en contradicciones, tuviera seis golpes de estado con un total de 14 dictadores? ¿Cómo es posible que lograran establecerse, que los hombres y mujeres del pueblo no los combatieran? ¿Tanto intimidan las balas? ¡Si ya nos matamos entre nosotros!

¿Qué fue lo que ocurrió?

La ignominiosa tradición que dejó un total de 25 años de gobierno militar y un inexacto número de cadáveres comenzó en 1930, con el golpe de Félix Uriburu. El derrocado, el perdedor, fue Yrigoyen, radical que había decretado la inexistencia de las clases sociales, pero responsable por la Semana Trágica y los hechos de la Patagonia Rebelde. Era su segundo mandato, electo de modo democrático. Se lo sacó del poder sin pena ni gloria para el hombre común. ¿Por qué? Porque las fuerzas armadas no tenían, entonces, la reputación que se han forjado desde el ’30 al ’83.

Entre otros factores, destacan dos características de este golpe: el legitimarse a través de la Suprema Corte y el designar a un civil en el cargo de ministro de economía, en esta ocasión fue José Pérez, nombre común de un sujeto ligado a los grandes productores agropecuarios.

En la práctica, el gobierno fraudulento fue FASCISTA. De hecho, quien redactó su proclama inicial fue Leopoldo Lugones, una de las grandes vergüenzas de la literatura local, el que gritó que “ha llegado la hora de la espada”, el enamorado de Mussolini. No es casual que antifascistas de la talla de Severino di Giovanni fueran cazados y fusilados por los represores y elevados, por los medios burgueses, a condición de demonios de la sociedad.

Uriburu pasó el poder a Agustín P. Justo en 1932.

En 1943 se dio otro golpe. Acá empiezan las confusiones, ya que sus ideólogos no tuvieron mejor idea que llamar a su derrocamiento REVOLUCIÓN. Servían a otros amos. No a los ganaderos, sino al Imperio del Norte. ¿El motivo? La necesidad de desestabilizar la influencia británica sobre la economía local. Por supuesto, todos aquellos que obtuvieron el poder tenían en común las dos sempiternas características del fascismo: enemigos a muerte del comunismo y connivencia absoluta para con la genocida iglesia católica.

Los nombres de los dictadores: Arturo Rawson, Pedro Ramirez, Edelmiro Farrell.

Un dato a tener en cuenta: sindicatos socialistas, algunos comunistas y otros que se decían revolucionarios pactaron con el entonces joven Juan Perón. Así surge una potencia nueva, que llegaría a ser la predominante en el país: el proto-peronismo. El populismo le valió a Perón el llegar al poder de modo DEMOCRÁTICO en 1946.

Perón fue derrocado en 1955. Y otra vez se repite la misma historia. Llamar REVOLUCIÓN LIBERTADORA a un bruto golpe de estado. Legitimarse mediante la suprema corte. Connivencia con el clero. Represión. Persecución. Fascismo.

Se suma una característica nueva: idearon una “Junta Consultiva Nacional”, integrada por parte del Partido Socialista, la UCR, el Partido Demócrata Nacional, PD Cristiano y PD Progresista.

Había dos corrientes claras. El sector nacionalista-católico, liderado por el primer dictador de este período, Eduardo Leonardi, y uno liberal-conservador liderado por el siguiente dictador, Eugenio Uriburu. ¿Cuál era la diferencia en la práctica? El apoyo del clero y, por ende, del Vaticano.

Como antes fuera proscripta la UCR, en esta ocasión lo fue el Partido Justicialista, el peronismo. Una constante: la policía fue la misma. Los mismos tipos apalearon, según el dictador de turno, a radicales y peronistas. A veces a los comunistas. Siempre a los anarquistas, que eso del no-poder es peligroso para quienes matan de hambre al pueblo y más para quienes les tiran migas para que no hagan revoluciones.

Hasta este punto los fascistas no habían ejecutado jamás a los opositores (mal llamados contrarrevolucionarios) en público. Pero todo tiene un principio y si Hitler mataba seis millones de personas en Alemania ellos no iban a ser menos, claro.

En 1958 los militares llamaron a elecciones. Ganó Frondizi, de la Unión Cívica Radical Intransigente. ¿Cuánto duró? En 1962 fue derrocado por otros militares, en esta ocasión el dictador fue un civil. ¿Qué ocurrió? Frondizi levantó la proscripción que pesaba sobre el peronismo y este ganó las elecciones, ergo, el presidente fue derrocado por el General Raúl Poggi. ¿Por qué? Porque a las clases altas no le gustaba el populismo peronista. Hay que entender que esos eran, a su modo de ver, gobiernos marxistoides. ¡Nada más lejos de la verdad!

Frondizi fue trasladado a la prisión en la isla Martín García. Se negó a renunciar. Se negó a suicidarse. Se negó a irse del país. Al final, los militares se cansaron y… ¡Se fueron a dormir!

Al día siguiente, Poggi, con Frondizi preso, quiso ir a casa rosada a “estrenar” el sillón de Rivadavia, pero llegó tarde: José M. Guido, un civil, ¡le había ganado de mano!

El presidente preso, el vice huyendo… no había líder alguno en el país. Alguien tenía que presidir el estado. Se puso a Guido como eslabón lógico en la línea de mando. La corte lo validó. Por supuesto, Guido sólo fue un títere de los militares, en última instancia.

En 1963 se llamó a elecciones, una vez más, con el peronismo proscripto. Ganó Illia, otro radical. Y se lo derrocó otra vez, en 1966. Una vez más, llamaron Revolución (Argentina) a una dictadura. Los tiranos: Onganía, Levingston y Lanusse.

¿Los motivos? Los golpes fueron en buena parte de América Latina, por lo cual, en general, se especula que se trataba de los intereses de USA por encima de cualquier fuerza local. Fue un período altamente fascista, católico en extremo y autoritario como nunca se había atestiguado. Las luchas eran, en general, internas. Así llegaron Levingston primero y Lanusse después al sillón de Rivadavia.

En 1973, en un clima de gran tensión, los dictadores tuvieron que optar por las elecciones como única salida posible (posiblemente temían una insurrección popular que les costaran sus militares cabezas que conocían despechos pero no campos de batallas ni peligros reales). El peronismo fue legalizado, Perón no. Ganó Cámpora, quien renunció para llamar a elecciones libres. ¿Quién ganó? Sí, Perón ganó. Menos de un año después fallecería el presidente y el cargo sería ocupado por su mujer: María Estela Martínez.

En 1976 esta mujer sería derrocada por la más sanguinaria de cuantas dictaduras sufrió este país, la desaparecedora, la torturadora, la que consideraba “subversivos” a chicos de secundaria, la que veía “comunistas antiargentinos” hasta en los jardines de infantes, la de los vuelos de la muerte, la derecha y humana, la genocida, la hipócrita, la intolerante, la miserable, la cobarde, la nefasta, la lame-falos del imperio, la homosexual reprimida, la imbécil, la necia, la ignorante quemadora de libros.

Los tiranos vomitivos en orden de servidumbre al fascismo: Videla, Viola, Galtieri y Bignone.

Cabe remarcar que en Argentina jamás hubo condiciones sociales óptimas para una revolución social. Lo más cerca que estuvo fue en la década del ’20, pero no ocurrió. Es total y absolutamente falso el discurso que achaca los males a la “amenaza comunista”. Sí hubo guerrilla, más no revolución social. Este país jamás tuvo ningún tipo de socialismo. USA los apoyó por varios motivos, un mínimo temor al comunismo tras las experiencias de Cuba pero, más importante, la necesidad de dominar la economía de América del Sur, su patio trasero, es por esto que el escenario fascista se repitió de modo pan-regional.

El verdadero terrorismo fue, y es, el de estado.

Europa, la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el siempre santo Vaticano no mostraron interés en estos actos criminales.

La pregunta final es: ¿Por qué el pueblo no se opuso?

Un país tan amplio debiera tener entre su gente hombres y mujeres dispuestos a enfrentar de modo organizado al enemigo, capaz de sofocar al ejército. Porque ES POSIBLE, la historia lo comprueba. No sólo se puede luchar contra ellos, sino que se puede GANAR, como ocurrió en Barcelona en 1936, cuando los fascistas fueron derrotados por los civiles; cuando Madrid no cedió ni siquiera pese a los constantes bombardeos.

¿Por qué los argentinos no salimos a la calle a luchar? Nos hemos acostumbrado, quizás, a que otros tomen decisiones por nosotros, a mirar para otro lado. Pero en 53 años, del ’30 al ’83, 25 fueron regidos por militares que nadie eligió. ¿Por qué? ¿Cómo en tan poco tiempo puede una nación tener 14 dictadores?

¡¿Por qué no gritamos?! ¡¿Por qué no los sacamos a patadas?! ¡No pueden matarnos a todos! Nos necesitan, así que podrán intimidarnos, mas no destruirnos. Entonces, ¿Por qué?

Somos descendientes, en nuestra mayoría, de españoles e italianos, ambos en mi caso, y en menor medida de turcos, judíos, alemanes, ingleses, franceses y misceláneos, si se me permite el término. ¿Con semejante cruza de sangres no tenemos nada que nos lleve a tomar el fusil?

Mi generación nació con la actual democracia. Somos los que crecimos al grito de “¡Nunca Más!”. ¿Si algo ocurriese, cuantos tomaríamos el fusil? Yo expropiaría armas, iría a pelear. Porque es necesario luchar contra los monstruos. Porque en una corte no se derrota al fascista, ya que, como hemos visto, la connivencia ha sido siempre perpetua. El único campo de batalla real serían las calles de la ciudad. A disparo limpio.

En el ’94 en esta ciudad en la que escribo, se reformó la constitución y se agregó la siguiente línea al artículo ‘36:

“Esta Constitución mantendrá su imperio, aún cuando se interrumpiere su observancia por actos de fuerza contra el orden institucional y el sistema democrático. Estos actos serán insanablemente nulo”.

¿Y? ¿Con eso basta? ¡No! ¡Nada de eso! Porque “al fascismo no se le discute, al fascismo se le destruye”, como dijo Durruti. Ellos no van a respetar nada. ¿Se merecen respeto?

Pues no. No lo merecen ni lo van a tener, al menos de mi parte. Los militares al cuartel, cristo a la iglesia, la justicia a la corte y el pueblo a la calle.

Salud y libertad.

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