¡Honduras resiste!

>> sábado, 26 de septiembre de 2009

Occidente está cargado de miedo. Honduras resiste. Hay toque de queda pero ya nadie queda dentro. La gente gana la calle. El miedo y la violencia no han sabido triunfar ante las gónadas de los hombres y mujeres de Tegucigalpa, de San José, de San Pedro Sula.

Es el axioma de no coerción: para amenazar hacen falta dos, un cobarde que diga “o si no” y un cobarde que mire el suelo. No es el caso, queda claro. La gente mira, desafiante, a los dinosaurios y grita “O si no ¿qué?”.

Las marchas no cesan. Los grandes traumas históricos de los pueblos latinos han ensañado bien a las nuevas generaciones. Nacimos con cicatrices, con resistencia cuasi-natural ante la tiranía y la opresión. Al menos cuando esta viste de verde.

El estado de sitio fue declarado el primero de julio. Se suspendieron los artículos 71, 78, 81, 84, 88 y 99 de la constitución Hondureña.

Esto significa que:

Las personas pueden ser detenidas e incomunicadas durante más de 24 horas, sin que ninguna autoridad emita orden escrita alguna. No hay libertad de asociación ni de reunión. No se puede ingresar, salir o circular a través del país. Cualquiera puede ser obligado a declarar a través del uso de la violencia. Todo domicilio puede ser violado sin orden judicial.

Y el sólo hecho de repudiar publicamente al gobierno de facto puede ser condenado con hasta 20 años de cárcel.

Han muerto al menos tres personas en las últimas manifestaciones. Hay una veintena de desaparecidos.

Pero resisten. Resisten ante las balas y los bastones, ante los verdes y los azules, ante los medios y los externos. La mayor parte de los manifestantes no apoyan a Zelaya. Apoyan la libertad. No esperan un mesianico Deus Ex Machina que los salve ni se tragan las mentiras que escupen, minuto a minuto, los medios masivos de comunicación.

Pisan el pavimento. Atestiguan lo que ocurren. Y, ya hartos de la incómoda butaca desde la cual deben contemplar la obra de la miseria, saltan al escenario a protagonizar la obra de la vida.

El presidente depuesto, Manuel Zelaya Rosales, regresó a Honduras el pasado lunes. Ahora está refugiado en la embaja de Brasil. Tiene el apoyo de Lula, entre otros. Pero, más importante, tiene bajo la manga un az que ningún otro primer mandatario depuesto por fuerzas militares tuvo antes: la consciencia del pueblo.

Porque el sueño de Tolstoi y Proudhon, de Bakunin y Kropotkin, sigue vivo. Florece en lo profundo del inconsciente de las masas oprimidas, de los descendientes de hombres y mujeres buenos que dejaron sus huesos esparcidos a través del continente, en guerras de independencias, en la forja del Nuevo Mundo.

Porque, en lo más hondo del mundo, el fantasma del fascismo es acosado por la convicción libertaria.

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