Abroðennes

>> viernes, 16 de octubre de 2009

Abroðennes


Coleridge. Cervantes. Blake. Milton. Borges.
Y todos los demás que me precedieron.



Agitada, mi respiración, busca un descanso.
Tiembla mi pulso ante la visión de la cima.
El soñar revela la vieja pesadilla, el letargo
de una lágrima tan gris y tan íntima.

Todo cuanto quiero es verte llegar
y ante tu arribo, como un niño,
me cobijo en el humo, en las sombras;
de mi propio temor, mártir cautivo.

Soy tiempo olvidado, remota penumbra,
sombra de un héroe de cenizas.
Soy la embriaguez contumaz de la ira última,
la que se desvanece en la nada sin prisas.

Reo de la inercia.
Rey de los cobardes.
Mesías de la miseria.
Alborada de la tarde.

Río en pleno llanto,
expuesto en mi desamparo,
como un animal herido,
como un fantasma consciente y perdido.

Hoy, mitad del hombre que una vez fui,
soporto el millar de furias en mi pecho,
sufro lo que el viejo zahorí
dijo al apasionado y terco Orfeo.

Y como él, como Ulises, como Cristo
desciendo al tangible infierno.
Las llamas me abrazan, pero subsisto.
Ardo en rencor, pero no muero.

Es mi karma. Mi tormento.

Mi miedo es acostumbrarme,
es ser uno más acá.
Mientras se quema mi carne
me rehuso a recibir piedad.

El dolor es real.

Leo El Epitafio Sin Tumba de Sam,
caigo ante el flagelo del tiempo,
me rindo ante tan cruel tempestad:
No son gigantes, son molinos de viento.

Esa llaga abierta en mi pecho
sangra las esperanzas que una vez tuve.
En la soledad, en la seguridad de mi lecho
sueño a Caliope mimetizada con la urbe.

Aún, un morador de Urbania,
jungla gris sin relieve,
se rebela ante las alimañas
del pozo corrupto de lo endeble.

¡Sálvame, mujer revestida en sol!
Ajeno a la visión del poeta
exorcizo de mi alma el dragón
que te retuvo descalza en la meseta.

Porque no me atrevo a mirarte,
porque sólo queda un lamento,
porque no tengo palabras para hablarte,
porque una vez ya he muerto.

Y morir otra vez no sería suficiente.

¡Vengan a mí, negras nubes del error!
¡Cúbranme como lo hicieron con Calvario!
¡Despojenme del latir, del temor!
¡Matenme o devuelvanme el llanto!

Esta desesperación, esta agonía,
Padre-Bestia, ¿esto es la vida?
Como, con manos desnudas
y ardiente corazón, una boca muda

dará el magistral discurso
que cambie el rumbo,
que alivie el dolor,
que revele el hoy.

¿Cómo, si no temo al mundo
ni a la herrumbrada guadaña
pero ante su visión permanesco oculto,
lejos, en mi distante montaña?

Al amanecer nada quedará,
sólo la pena de un corazón humano.
De mi la fe se marchará,
como lo hace una lluvia de verano.

Abrazame, poderoso olvido,
no dejes que caiga del desfiladero
hacia el vacuo precipicio
donde fugaz e irrelevante es lo eterno.

Será el sol quien reseque mi garganta.
Será la cripta donde resida.
Será por tanta sangre derramada.
Será, será por la vida.

No hay motivo para ser un fantasma de lo cierto.

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