Género, Violencia Y Más De Lo Mismo

>> jueves, 19 de agosto de 2010

Empezó medio siglo atrás, en el fragor del combate contra un dictador, como muchas otras historias románticas protagonizadas por locos, soñadores que querían cambiar el mundo. Y desde el vamos hay en mis palabras una prueba de la hipocresía de los espectadores.

Porque te lo digo con O. Así, en masculino. Y el problema es que me refiero a la lucha contra la violencia de género.

En 1960, bajo mandato de Rafael Trujillo, tres hermanas, activistas políticas, fueron brutalmente asesinadas por el mismo sistema que decía protegerlas. Con el advenimiento de la democracia, República Dominicana solicitó a la ONU que el 25 de noviembre, fecha del macabro hecho, se transforme en el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres. Hubo éxito. En 1999, casi cuarenta años después, pero hubo éxito.

Aún así la violencia, esquiva sicaria mantenida por su efectividad sobre el diálogo y el consenso, sigue acá. Aunque no la veamos. Invisible no es la muy puta. El problema está en nuestros ojos.

Nos rehusamos a ver los monstruos que creamos. El machismo es siempre sinónimo de fascismo. En el más literal de los sentidos. Nosotros, los hombres, como género, nos hemos legitimado como hegemonía absoluta e indiscutible a través de la fuerza. Aunque el zeitgeist, como llamara la filosofía germánica al “espíritu del tiempo”, al conjunto de ideas y paradigmas propios de una era, cambió, nosotros, los machos, los duros, los dinosaurios, creemos que aún hay “cosas de hombres”. Yo digo Fuck off.

Porque las mujeres laburan en fábricas a la par de los hombres. Acuden a las universidades, participan en las negras y tempestuosas cúpulas de la política global, pelean, matan y mueren en las guerras. Y no es nada nuevo. En 1936 las milicias que le patearon el culo a Francisco Franco, el general golpista español, estaban conformadas por hombres y mujeres. ¡Y cuantos críos fueron concebidos tras las barricadas en la defensa de Madrid y Barcelona! En Irak y en Israel hoy mismo podés ver mujeres oficiales en los ejércitos. Lo mismo en las insurgentes oleadas de partisanos y partisanas en la Franja de Gaza y Cisjordania.

Todo esto nos permite creer en el Mito de la Integración. Es el siglo XXI y somos iguales. Mentira. ¡Ruin, miserable mentira!

Cada vez que se cosifica a un ser humano, cada vez que creemos que el valor de alguien se mide por el tamaño de las tetas y la firmeza del culo, eliminamos su condición esencial como persona. Ya no puedo ver a ese alguien como equivalente, porque se transforma en un objeto, un fetiche para la sociedad de consumo. Posee el mágico poder de hacer fluir la sangre al miembro. Su función es la de auxiliar masturbaciones.

Y mirá vos. El martes un comité de la ONU exhortó al Congreso a que “revise la legislación que tipifica como delito el aborto, con graves consecuencias para la salud y la vida de las mujeres”. Además, instó al Gobierno a garantizar la aplicación en todo el país de la Guía Técnica para la Atención Integral de los Abortos no Punibles, recién actualizada por el Ministerio de Salud, y a promover la implementación en todas las provincias de legislación y recursos financieros para que la Ley Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las mujeres, que acaba de ser reglamentada, “pueda tener efecto real”.

¿Cómo dice, señor? ¿Aborto? No. Eso no. Si eso es matar. Mandamos pibes a las guerras, pero estamos a favor de la vida. Dejamos que la gente se muera de hambre, pero estamos a favor de la vida. Pedimos pena de muerte, pero estamos a favor de la vida. La ley de dios prohíbe matar, la ley del mismo dios que, afirman los mitómanos, hizo arder Sodoma y Gomorra, cometió un infanticidio en Egipto, ahogó con un diluvio a casi todos los habitantes del planeta y te envía a arder en el infierno para toda la eternidad junto a su enemigo, el revolucionario comunista Satanás, si no vivís para lamer las inmateriales suelas de sus simbólicas botas.

¿Y todo esto no es violencia? Porque utilizamos cualquier argumento, por pelotudo que sea, para negar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Como usamos argumentos pueriles y ridículos para ralentizar los ascensos y las promociones en el trabajo, porque les lavamos el cerebro desde la infancia y les hacemos pensar que tienen que crecer para ser princesas. Porque hasta los juegos son distintos. ¿Esto no es un apartheid, acaso?

Todo lo anterior es necesario para que unas, las privilegiadas que acceden al quirófano, puedan exhibirse en un puto caño todas las noches en un melodrama de cuarta guionado por tarados mentales incapaces de distinguir el verbo del sustantivo; todo lo anterior es necesario para que otras, las menos afortunadas, aprueben que sus congéneres se vendan como mercancía; todo lo anterior es necesario para mantener la hegemonía del hombre, que será quien, al final de la era, decida cual es el nuevo canon estético, cuales tetas sirven y cuales no.

Si Albert Camus estuviera presente, con toda seguridad, afirmaría que el verdadero hombre rebelde en el siglo XXI no es el que se abstiene, como podría parecer, sino aquel que dignifica a las putas por el oficio y no por la herramienta que utilizan para trabajar.

Mientras tanto, el Congreso hace oídos sordos a los reclamos internacionales. Mientras tanto, devoramos con los ojos el televisor. Mientras tanto, el aborto es un delito y la violencia continúa.

Mientras tanto, tanto menos creo que las cosas cambien.

La violencia de género no ha muerto. Sólo aprendió a camuflarse.

¡ODIO TODO ESTO!

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