UN ADIÓS

>> viernes, 28 de diciembre de 2012


Con manos temblorosas y espíritu vencido toma el vaso. Apoya el borde sobre los labios. Un sorbo se derrama dentro de su boca. El whisky escoces, añejado durante cuarto siglo, quema su garganta. Un cigarrillo, una pitada. La pequeña habitación comienza a llenarse de humo. Palpa la portada de la biblia que tiene a su lado, en la misma cama donde descansan sus huesos, abatidos por el agobio de cien vidas condensadas en cuarenta años.

Balbucea algo. Un padre nuestro mal recitado, cruza de verso religioso con milonga arrabalera. Lo sabe, como sabe que lo que hará es un pecado imperdonable. No le importa. Su dios lo recibirá como a un hijo. Porque Él lo vio. Vio cada intento, cada fracaso, cada angustia, cada pena, cada curda. Y cada bajeza, sí. Cada día en ese trabajo insulso, cada día con esa mujer infiel, cada hora con esos hijos irrespetuosos y cada minuto con esa botella leal.

Apura el trago. Toma su navaja de afeitar. Corta desde el codo a la muñeca. Intenta cerrar el puño. Los tendones rotos lo privan de movimientos voluntarios. Fuma con celeridad. Aprieta la sábana mugrienta. Mira el afuera a través de los barrotes de la ventana cerrada. Comienza a sentirse en paz. Cierra los ojos. Los motores y los gritos, los ladridos de los perros, todo el paisaje sonoro de la ciudad se hace pesado, distante, como los estruendos de una pesadilla en ese punto entre la vigilia y los dominios de Morfeo.

Inspira por última vez. Los aromas del tabaco barato inundan sus pulmones. Está hecho; está listo. Puede volver a la fuente, puede volver con Dios.

Es ahora cuando debe ocurrir. La luz, la calidez del amor del gran arquitecto del universo, sentirse amado, completo.

Pero no. Al final sólo hay oscuridad. Y luego ni siquiera eso

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Eso, en menos de 500 palabras bla bla bla. ¿Les gusta?

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