Adiós | Hola

>> lunes, 1 de julio de 2013

Estimados amigos y seguidores:

Es oficial. La Maldición ha terminado. El maleficio conjurado tantos años atrás ha sido roto. El blog no tendrá contenido nuevo. Esta es la última entrada.

En unos meses todo el contenido será borrado. Y luego, el blog mismo será borrado.

Adiós.

Y hola.

Mi actividad está lejos de terminar. No estoy listo y supongo que jamás lo estaré.

Una Maldición ha cumplido un ciclo y yo también. Es hora de dejar huellas en otro espacio y ese espacio es:

www.dteran.com.ar

Ahí estará todo mi material nuevo. Y empezamos YA, con la publicación por episodios de la novela Lo opuesto al tiempo.

Los primeros cinco libros que escribí también se despiden. No estarán disponibles. Yo soy otro tipo y, por una larga lista de motivos, quiero empezar de nuevo. Esos libros me duelen y no quiero que me acompañen. Pertenecen a un amateur y creo que ya no lo soy. O, al menos, no quiero serlo.

Entren a la nueva página, busquen el equivalente en facebook, aprieten el bendito "me gusta" y compartan con sus amigos.

Nos vemos allá.

Terán fuera.

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UN ADIÓS

>> viernes, 28 de diciembre de 2012


Con manos temblorosas y espíritu vencido toma el vaso. Apoya el borde sobre los labios. Un sorbo se derrama dentro de su boca. El whisky escoces, añejado durante cuarto siglo, quema su garganta. Un cigarrillo, una pitada. La pequeña habitación comienza a llenarse de humo. Palpa la portada de la biblia que tiene a su lado, en la misma cama donde descansan sus huesos, abatidos por el agobio de cien vidas condensadas en cuarenta años.

Balbucea algo. Un padre nuestro mal recitado, cruza de verso religioso con milonga arrabalera. Lo sabe, como sabe que lo que hará es un pecado imperdonable. No le importa. Su dios lo recibirá como a un hijo. Porque Él lo vio. Vio cada intento, cada fracaso, cada angustia, cada pena, cada curda. Y cada bajeza, sí. Cada día en ese trabajo insulso, cada día con esa mujer infiel, cada hora con esos hijos irrespetuosos y cada minuto con esa botella leal.

Apura el trago. Toma su navaja de afeitar. Corta desde el codo a la muñeca. Intenta cerrar el puño. Los tendones rotos lo privan de movimientos voluntarios. Fuma con celeridad. Aprieta la sábana mugrienta. Mira el afuera a través de los barrotes de la ventana cerrada. Comienza a sentirse en paz. Cierra los ojos. Los motores y los gritos, los ladridos de los perros, todo el paisaje sonoro de la ciudad se hace pesado, distante, como los estruendos de una pesadilla en ese punto entre la vigilia y los dominios de Morfeo.

Inspira por última vez. Los aromas del tabaco barato inundan sus pulmones. Está hecho; está listo. Puede volver a la fuente, puede volver con Dios.

Es ahora cuando debe ocurrir. La luz, la calidez del amor del gran arquitecto del universo, sentirse amado, completo.

Pero no. Al final sólo hay oscuridad. Y luego ni siquiera eso

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Eso, en menos de 500 palabras bla bla bla. ¿Les gusta?

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A LOS 16

>> sábado, 10 de noviembre de 2012

Es un hecho, damas y caballeros, niños y niñas, homos sapiens y mutantes: en Argentina, ahora, se puede votar a partir de los 16 años.

Que suene la pirotecnia.

Que suene, mientras La Cámpora invade los colegios con obvios fines proselitistas, algo que sus propios funcionarios prohíben mediante la sanción y ratificación de leyes y decretos.

Este video contiene imágenes de una experiencia camporista en Tandil.



El decreto 2299/11 dice en el artículo 193: 



Prohíbese la colocación de símbolos religiosos o de partidos políticos, en el ámbito de los edificios escolares, excepción hecha de las escuelas de gestión privada confesionales con relación a los símbolos religioso.

Firma Daniel Scioli. ¿Este no era Kirchnerista?

Esta es la reglamentación vigente para la provincia de Buenos Aires. ¿En qué quedamos?

Al parecer quedamos en bombardear la cabeza de los niños y luego darles acceso a las urnas. Mientras poco a poco el famoso, bendito 54% disminuye día a día.

A los 18 no se puede beber en un bar, pero se puede ir a la guerra. A los 16 no se puede salir del país sin autorización paterna, pero se puede votar. Otra de las contradictorias inmundicias del sistema.

¿En verdad se tiene claridad de ideas a los 16 años? Una bomba sólo está hecha para estallar. Una bomba hormonal, lo que es todo adolescente, no tiene otro destino.

¿Alguien va a negar que el sexo se ha utilizado siempre en la militancia? Se usa como herramienta para ganar adeptos, de los “no sabe, no contesta” y de las huestes enemigas. No hay nada nuevo bajo las estrellas.

Mis años adolescentes no están tan lejos como para haber olvidado los días del fanatismo. Defendía ciertas bandas de heavy metal como los fieles defienden el buen nombre de Mahoma. Eso es lo que veo en los jóvenes. Defienden el modelo K, los ya adheridos, como quien ha encontrado su mesías tras una temporada de pie ante las puertas del infierno. Siempre y cuando no interfiera con sus posibilidades de un encame, por supuesto.

¿Lo mismo se aplica al resto? Sí. Pero de ellos he hablado con anterioridad. La llamada derecha (un sector conservador que no logra ponerse de acuerdo). El mecanismo es el mismo con los seguidores de otros, como Pitrola y Altamira, que tienden a llamarse izquierda.

Porque es una simple etapa de la vida.

Y el problema, y por lo que no se nombra a la derecha ni a la izquierda, es que todo lo anterior proviene de un único espacio: los K. Ellos lo impulsaron y lo hicieron para su estricto beneficio. Sea Cristina, sea algún otro, pretenden llegar a los 16 años de gobierno.

Desde los 16, para los 16. Lástima que nunca me interesó la numerología.

Está hecho. ¿Ahora? Ahora deberíamos preguntarnos cuál será la estrategia K para llegar a los 20. Si es que llegan.

La humanidad tiene una infancia larga, un beneficio para todo esto que ves a tu alrededor. Sí, la computadora que usas, las paredes, las ventanas, el escritorio, la taza de café. La civilización y todos sus productos.

En un sentido evolutivo, permanecer más tiempo en la infancia da más tiempo de aprendizaje. A mayor edad, mayor dificultad para aprender las cosas. No se le enseñan nuevos trucos a un perro viejo, por eso nos mantenemos como cachorros más tiempo para tener un mejor arsenal de trucos.

Parece que algunos creen que el tiempo de aprender es el mismo que el de decidir. ¿Han entendido cómo funciona la economía o sólo repiten lo que sus cabecillas dicen? ¿Saben quién fue James Joyce y cuánto ayudó su Ulisses a la liberación femenina o se quedan con Coelho? ¿Pueden hacer un razonamiento propio o se limitan al cassette militante?

Sí, eso pensé.

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Recta final

>> viernes, 9 de noviembre de 2012


Caminamos el tramo final de este blog. En poco tiempo se quitará parte del contenido y cesarán las actualizaciones. Cumplidos los cinco años, el sitio permanecerá sólo para redireccionar a un nuevo espacio, actualmente en construcción. 

Son muchos los motivos que llevan a la clausura del blog. El principal, para quien quiera saberlo, es que creo (C-R-E-O) que ya cumplió su ciclo. 

Es hora de disparar las cosas en otra dirección. Empecé a escribir Una Maldición para un público que consistía en apenas unos cuantos conocidos. Luego creció, no demasiado, verdad, pero puedo considerar que tengo un grupo de lectores. 

Las cosas ya no son de mi agrado. Ahora busco nuevos horizontes y, muy a mi pesar, este espacio ya no es el adecuado. El hecho de adoptar un pseudónimo tampoco ayuda. Quiero empezar de nuevo.

En el sitio que pronto he de inaugurar ya no quedarán trazos de lo anterior. Sólo se volverán a subir artículos, cuentos y algunos de mis libros. Sí, algunos. Otros permanecerán en descarga directa durante un breve período y luego serán quitados. Dudo que algún día vuelva a permitir puedan descargarse/publicarse. Nada más... no quiero verlos de nuevo.

Soy el mismo, pero también soy otro. Ya no quiero dejar de adorno anécdotas de mi vida, historias, indirectas, puteadas encubiertas. En otras palabras, quiero tener una actitud más profesional, si cabe la expresión. 

Por todo lo anterior, la maldición debe ser rota. Pero todavía no. Hay mucho trabajo por hacer.

Terán.

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INOLVIDABLE

>> jueves, 27 de septiembre de 2012



NOTA: Este cuento fue escrito para un concurso. Ya anunciaron la pre selección, donde no figuro, como suele ocurrir. No sé si soy muy mal autor o nada más tengo pésima suerte. Voy a suponer lo primero, al menos de momento. Bajón, de nuevo. Acá tienen este cuento de mierda, por si alguien lo quiere leer. Sigan los enlaces en cada entrada para conocer el "universo expandido" que le hice al texto, para que lo valoraran más. Al pedo.

PS: Para variar, Kohan estaba en el jurado. Ese tipo SIEMPRE está cuando me bochan. Es decir, ese tipo SIEMPRE está. 

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INOLVIDABLE


Timbre. Salgo del aula, mochila al hombro, inadvertida, como un espectro perezoso y torpe, sin carácter suficiente para espantar a los vivos. Camino por los pasillos. Otros comienzan a ocupar el lugar a medida que las puertas se abren. Gritos. Euforia. ¿Un sonido tan simple, un receso tan breve, puede liberar tantas endorfinas? ¿O sólo se comportan acorde a lo que se espera de ellos?

Da igual. Hoy todos ellos son figurantes en mi drama privado. El momento me pertenece. Ya fui una figura pintada en la pared de sus comedias. Ahora es mi turno. Y será grandioso.

Subo la escalera. Me cruzo con tres especímenes interesantes. Por algún motivo no estaban en el aula. No sé sus nombres, apenas si hablan. Pero los nombran mucho. No importa qué les digan, nunca responden. Nunca parecen enojarse. Nunca nada. Son bastante ridículos, todos lo dicen, pero nadie sabe porqué.

Ellos me ignoran. La escalera es bastante ancha, sólo se hacen a un lado mientras bajan, mientras asciendo. Acá no pasó nada; acá no pasó nadie. Y está bien así.

Llego al tercer piso. No hay aulas, sólo sanitarios, oficinas y la biblioteca. Las preceptoras no están. El ordenanza tampoco. Abro la puerta del despacho principal. No cerraron con llave, para mi fortuna.

Dejo la mochila sobre el escritorio, un armatoste del siglo XVIII. Pesa casi doscientos kilos, según la rectora. Servirá. Abro las ventanas, dan al patio. Estoy a unos veinte metros de distancia del suelo. No es un panóptico, pero se puede ver a la mayor parte de los alumnos.
Eso no me importa. Lo relevante es que ellos podrán verme a mí cuando llegue la hora, en pocos minutos.

Me quito el guardapolvo y lo arrojo al piso. Se siente bien, al fin, liberarme del uniforme de la prisión. Abro la mochila. Saco la soga. El nudo está bien preparado, como lo dejé anoche. Amarro un extremo a la pata del escritorio. Lo ajusto. Tiro con fuerza. Resiste bien. Miro el reloj. El recreo terminará pronto. No hay tiempo para demoras. Ajusto el otro extremo de la soga a mi cuello. Hora de abrir el telón. Jamás me olvidarán.

Escucho un estruendo ahí abajo. Me estremece. Alguien grita afuera. Otro estruendo. Y otro. Y otro. Y otro. Más gritos, pánico y dolor, ira y angustia, las emociones casi pueden olerse en el aire.

Corro hasta la ventana. El patio está casi desierto. Hay varias personas ocultas tras un cantero. Hay otros tirados en el piso. ¿Se mueven? Uno sí. Grita un insulto. Alguien se aproxima a él, uno de los tres que crucé antes. Tiene un arma. No duda en apretar el gatillo.
De pronto siento frío. Todo se vuelve irreal, absurdo. Los estallidos de la pólvora y los gritos repiquetean, átonos y pluriformes, en mi cabeza. Mareada, retrocedo. Apoyo las manos sobre el escritorio. Mi respiración es entrecortada. Permanezco estupefacta. Segundos, minutos, horas, no sé cuanto tiempo. Sí sé que la vorágine se aproxima. Los gritos, los estruendos, y ahora también el ruido de pasos en fuga, abandonan la planta baja. Suben. Cerca, cada vez más cerca, hasta llegar a este pasillo. A la puerta. Abren. Son ellos, los tres. Entran.

Los veo hacer gestos, muecas. Supongo que son señales, códigos que sólo ellos comprenden. El más alto camina hasta mí y apoya el caño de su revolver sobre mi frente. Irónico: tengo miedo.

Mira a sus compañeros. El más bajo niega con la cabeza.

–Dejala –dice.
–¿Seguro?
–Sí. “La Chancha” tiene sus propios problemas. No nos necesita.

La Chancha, pienso. ¿Tengo un apodo?

Él baja el arma. La guarda en el cinto. Retrocede. Salen. Murmuran algo. En la distancia escucho sirenas, ambulancias, patrulleros. No
sé si acuden rápido o demasiado tarde.

Miro la soga en mi cuello. La toco con suavidad, como si le regalara una caricia. Vuelvo a la ventana y la cierro. Deshago el nudo. Ya no sirve a ningún propósito.

Soy La Chancha. No necesito morir.  

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